En mi molesta opinión

Postureo electoral para políticos ofendidos

Pablo Iglesias saliendo del debate de la Cadena SER
Postureo electoral para políticos ofendidos.
Dani Gago / UP

Había gran mosqueo en la izquierda. Las encuestas iban mal e Isabel Díaz Ayuso se mostraba más lista de lo previsto al adelantar las elecciones y plantear una campaña a su imagen y semejanza, es decir, elemental y para todo tipo de públicos sin reparos: socialismo o libertad. Hay que hacer algo para frenar la debacle, pensaron los socialistas. La cosa no funciona e Iván Redondo no encuentra la palanca para mejorar el panorama. Gabilondo no sabe qué hacer: “Yo sólo quiero defender al pueblo, pero no me dejan, me obligan a ser candidato porque no tienen tiempo de fabricar a otro, esto es como obligar a alguien a casarse sin estar enamorado, en ambos casos acaba siendo mártir”, reflexiona el candidato cuando nadie le escucha. “¿Hay alguien ahí? Es que no les veo”.

Pues eso. Nadie ve claro lo del PSOE, ni ellos mismos. Pero creen que el tuerto es el rey en el país de la ONCE y deciden avanzar dando palos de ciego: Pablo no te hundas, nos quedan doce días para engendrar juntos una victoria progresista. Pero mientras, Pablo Iglesias ve que la cosa no va mal, sino que va peor, y decide cambiar también de estrategia a mitad de río: en vez de ser un agresivo ofensor que señala a periodistas, cuestiona la democracia, o la Monarquía, o la Justicia, o la Transición, o el Ibex, o lo que sea con tal de que le hagan caso… decide pasar de ofensor a ofendido. Ser o no ser. Y para ello nada mejor que los auxilios de la extrema derecha. Para algo existe Vox. Mira que siempre se lo decía Pedro Sánchez: “Mientras tengamos a Vox haciendo de Vox todo nos irá bien

Hemos pasado del “Y tú más” al “Y yo más”. A mi me apedrean hordas comunistas en Vallecas; pues a mí me amenazan por correo postal con balas y navajas ensangrentadas. No hay paliativos, es grave lo uno y lo otro. Sin embargo, ante las pedradas o las amenazas de giro postal, dan más miedo las amenazas que los políticos en constante postureo se marcan cuando estamos en campaña. Cordón sanitario, por aquí; el fascismo no pasará, por allá; son incapaces de detectar sobres con balas en un escáner, por más allá… y todo así, sin que nadie se ocupe de contarnos qué va a ser de nosotros en estos tiempos de crisis pandémica.

Si profundizamos en el núcleo informativo de esta campaña, acabaremos parafraseando a Ana Torroja y a Mecano: “Cruz de navajas por una mujer, Reyes Maroto, amenazada por falsos brillos mortales de un esquizofrénico que deja su nombre y dirección en el sobre. Mientras, una catarata de improperios despunta en la garganta impostada de Lastra y Marlaska”. Qué bonitos apellidos para una empresa de derribos a buen precio. Aunque mucho peor el ministro que no guarda la ecuanimidad institucional que debiera y se deja llevar por la venganza al escupir en la cara de quien le dio cobijo -el PP- cuando quería entrar en el CGPJ.

Por su parte, Pedro Sánchez se sube a la grupa de Iglesias para anunciar que “la democracia tiene un problema”. Y el problema se llama Vox. Todo el Gobierno, incluido Sánchez, criticó hace unas semanas a Iglesias cuando anunciaba a los cuatro vientos que “no hay normalidad democrática en España”. Ahora todo es distinto y conviene seguir las teorías catastróficas del líder de Unidas Podemos. A pesar de que el propio presidente del Gobierno dijera hace apenas un par de meses que Vox tenía más “sentido de Estado” que el PP por el hecho de apoyar en el Congreso el Decreto de los fondos europeos, salvando así su aprobación. Pero, ahora, en plena campaña electoral, Vox vuelve a ser más útil como antagonista visceral que como socio potencial.  

Los extremos no sólo acaban tocándose, sino incluso besándose cuando ambos se reparten el beneficio de la bipolarización. Monasterio e Iglesias tenían claro antes de empezar que es mejor romper un debate que perderlo. Tu me das cremita, yo te doy cremita. “Nos conviene que haya tensión”, le decía Rodríguez Zapatero a Iñaki Gabilondo, a micrófono cerrado en 2008. Volvemos a las andadas. A algunos les conviene la alta tensión para pescar en río revuelto. Da lo mismo las incongruencias o la hipocresía, las urnas lo justifican todo. Lo malo de este cuento chino es que funciona, y por eso los políticos son capaces de vender su alma por un puñado de votos. La culpa no es sólo de ellos, de los pérfidos gobernantes, también la tienen esos votantes que prefieren ser fanáticos de unas siglas antes que ciudadanos responsables con una ética y una moral democrática por encima de los bastardos intereses partidistas.

El próximo 4 de mayo tenemos que votar, y lo que nos jugamos es nuestra calidad de vida, nuestro presente y futuro, y el de nuestras familias, no la poltrona aterciopelada de una clase política que, como demuestra esta campaña, está más preocupada por sus expectativas que por nuestros problemas reales. Que Dios reparta suerte… y sensatez. 

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