OPINION

Darwin, Pallete y la inteligencia artificial

José María Álvarez-Pallete, presidente de Telefónica / José González
José María Álvarez-Pallete, presidente de Telefónica / José González
José González

El presidente de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, ha propuesto la aprobación de una Constitución Digital que conllevaría una carta de derechos fundamentales para las personas que conformamos esta nueva y desconocida sociedad digital en la que nos adentramos sin mapa de ruta. La iniciativa nos parece oportuna, inteligente y vanguardista, por lo que habría de ser tenida en cuenta. Fue necesario el trauma de la II Guerra Mundial para que la Declaración Universal de los Derechos Humanos de San Francisco quedara aprobada en 1948 por la ONU. Ojalá no resultara imprescindible un estropicio cósmico para que nos pusiéramos manos a la obra para la redacción de la nueva Carta de Derechos Digitales, que debería conseguir idéntico nivel institucional que la de 1948. Ante la naturaleza intrínsecamente global del universo digital, no caben, por su reducido ámbito, las constituciones nacionales, sino un compromiso universal, adoptado en la ONU o similar y que condicionara en cascada a las constituciones nacionales. Dado lo novedoso de la realidad digital que construimos, necesariamente se trataría de una declaración inicial, de principios generales, que deberían ser concretados en el futuro al ritmo vertiginoso del nuevo mundo por venir, en el que tan sólo estamos dando los primeros pasos.

Por ejemplo, parece razonable pensar que los algoritmos y sistemas avanzados y complejos de Inteligencia Artificial también deberán figurar como sujetos de derechos y obligaciones, pues han llegado ya para vivir y desarrollarse entre nosotros. Los robots podrán ser considerados a estos efectos en función de la Inteligencia en la que participen y no como máquina que son. Hablamos, por tanto, de realidades inimaginables hoy, pero que serán nuestro hábito cotidiano a la vuelta de cinco o diez años.

Con los avances en Inteligencia Artificial no tan sólo construimos un inédito mundo digital, sino que, de alguna manera, estamos creando una nueva especie, la superinteligencia digital, que convertirá a la nuestra en superflua y accesoria. Según los expertos, en veinte años la Inteligencia Artificial superará a la humana y alcanzará un grado de cuasiconciencia propia. En cincuenta, será un millón de veces más inteligentes que nosotros y habrá adquirido plena conciencia, vida propia. Ya no será llamada Artificial, sino Inteligencia a secas, ya que se autoprogramará y desarrollará sin que nos precise para nada. Tampoco seremos sus enemigos, pues operaríamos a niveles distintos, pero cambiando, sencillamente, los papeles. Trabajaríamos nosotros de apoyo para la Inteligencia y no como ahora que la tenemos a ella a nuestro servicio. La pesadilla de la revolución de los robots, mil veces llevada al cine y a la literatura, no necesariamente tendría porqué producirse, salvo que compitiéramos por los recursos. Lo previsible, en principio, sería que nos respetara, como nosotros hacemos con los gorilas y con los chimpancés, primos hermanos en la evolución darwiniana. Porque Darwin vuelve a hacer de las suyas y la nueva especie de realidad digital probablemente nos sobreviva al estar mejor adaptada al ecosistema digital en el que nos adentramos.

En fin, ya veremos lo que ocurre. Mientras, visito el Neanderthal Museum, en Metmann, en las cercanías de Dusseldorf. El museo se sitúa en el lugar en el que, en 1856, al trabajar en una cantera, aparecieran unos restos que revolucionarían la historia. El desfiladero de Neander era un lugar bucólico, dibujado con frecuencia por los pintores románticos de Dusseldorf. Se trataba de un afloramiento calizo de pareces verticales de hasta 22 metros de altura en el que se encajonaba el río Düssel. No tendría una longitud de más de 900 metros de longitud, pero su singularidad geológica le otorgaba un protagonismo paisajístico que hoy sólo podemos contemplar en algunos cuadros románticos de la primera mitad del XIX. Y decimos que no podemos disfrutar de su visión, porque, sencillamente, el desfiladero ya no existe. Utilizado como cantera para satisfacer la enorme demanda de las cercanas fundiciones, fue picado y transportado hasta las enormes siderurgias cercanas. Una solitaria pared a la entrada del parque actual es el único y melancólico testigo que resta de lo que fue el desfiladero de Neander, bautizado así en honor de un pastor protestante de principios del XIX, ya que con anterioridad se le conocía sencillamente con el nombre de La Roca. Curiosamente, su padre había cambiado su apellido Neumann – el hombre nuevo – hasta Neander, siguiendo la moda de utilizar expresiones griegas.

Pues, azares del destino y de los juegos de nombres, tuvo que desaparecer el desfiladero de Neander para que emergiera el hombre nuevo. En efecto, en 1856, en plenos trabajos de cantería, fueron descubiertos unos extraños restos humanos: un hombre muy robusto y con unas prominencias supraorbitales, que sorprendieron a la comunidad científica local. Después de varias teorías, algunas de ellas disparatadas, en 1864, William King asoció dichos restos a una nueva especie humana que bautizó como Homo Neanderthalensis. Con anterioridad habían aparecido otros cráneos neandertales en el pueblo belga de Engis, en 1829, y en Gibraltar en 1848, en la cantera de Forbes, pero apenas si llamaron la atención. Y ya se sabe, las cosas no existen mientras no tienen nombre y el nombre que recibió la nueva especie humana fue la de neandertal, el hombre del valle de Neander.

Hoy ya no tenemos claro si neandertales y nosotros somos dos especies distintas o, lo que es más probable, simplemente dos variantes de la especie humana. Ambos hicimos uso del lenguaje, de las armas, del arte, del fuego. Somos variaciones de la especie humana que, probablemente, nacería en África hará unos dos millones de años, casi nada. Hemos precisado todo ese tiempo para que una nueva especie, la Inteligencia Digital, esté a punto de recoger el relevo de nuestras manos. Durante ese amplio periodo fuimos los más inteligentes, desde mañana, sencillamente, no lo volveremos a ser nunca más, relegados, como quedaremos, a la melancolía de la historia por la inevitable acción de la selección de especies, formulada por Darwin de manera casi simultánea al descubrimiento del primer neandertal.

Tiene razón el presidente de Telefónica en sus planteamientos innovadores. Aseguremos nuestros derechos en una Constitución Digital antes que nuestra especie heredera decida injustamente que ya no le somos necesaria y nos condene al triste destino de las especies arrinconadas por la evolución y la historia. Nos costó mucho conseguir los derechos como personas para el mundo real, no los perdamos ahora que comenzamos a caminar en un universo digital que nos atrae tanto como nos inquieta.

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