Cuaderno de venta

Los 'tipos malos', la crisis bursátil y un aterrizaje económico brusco

Los líderes europeos arropan a Biden en Bruselas.
Los líderes europeos arropan a Biden en Bruselas.
Pool UE vía Europa Press

Si está preocupado por la inflación, más que lo va a estar a partir del próximo miércoles 30 de marzo cuando comiencen a conocerse los índices de precios adelantados del mes de marzo cercanos al 10%. La lectura de febrero, previa al estallido de la guerra de Ucrania, se situó en el 7,6% interanual, la más alta desde 1986. Alimentos frescos y energía (luz, gas y carburantes) estaban detrás de la escalada por las tensiones en la cadena de suministros, el mal funcionamiento del mercado energético y no por un aumento de demanda.

Pese a la situación excepcional y urgente, el Gobierno de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz no ha movido un dedo para mitigar el problema. Sorprendente. Al revés, su diagnóstico ha sido erróneo y por tanto también las soluciones aportadas. Por ejemplo, estaba en su mano decretar una rebaja fiscal (o una suspensión parcial) en gasolina y gasóleos que hubiese zancadilleado al monstruoso IPC de marzo. Al mismo tiempo se hubiese desarticulado una huelga de transportistas que añade más presión a la inflación. En cambio, el Ejecutivo ha pactado subvencionar el precio sin tocar la fiscalidad, una medida contraproducente para la inflación que ni siquiera apacigua al sector.

La estabilidad de precios se había convertido en el gran caballo de batalla de las economías occidentales y lo es más tras el estallido de la guerra de Ucrania. La tragedia provocada de forma unilateral por Vladimir Putin contabiliza miles de muertos, millones de refugiados y decenas de millones de personas más que sufriremos los efectos colaterales de esta guerra en forma de probable recesión y más inflación. La próxima dosis proviene directamente del conflicto por el gas, el petróleo, materias agrícolas y metales básicos para industrias como la del automóvil. Llueve sobre mojado porque la crisis de suministros ya llevaba activa cerca de doce meses por los efectos derivados de la reapertura global tras el Covid-19.

En ese escenario ya de por sí complejo, los bancos centrales ya habían iniciado el necesario viaje hacia la normalización de la política monetaria. Ya venían subidas de los tipos de interés pero de forma controlada y gradual. Eran, digamos, los ‘tipos buenos’ porque iban a estar acompañados de crecimiento económico y cierta estabilidad. En cambio, la guerra puede estar provocando la llegada de ‘tipos malos’ a las economías, es decir, un endurecimiento de las condiciones de financiación con recesión y aumento de deuda. La inflación empieza a mandar demasiado.

Hace casi dos semanas, la Reserva Federal (Fed) de EEUU elevó el precio del dinero en un cuarto de punto, al 0,5%, con una previsión de seis subidas más en 2022 y otras tres en 2023. Ahora hay bancos como Citi que estiman que ejecutará un movimiento acelerado en EEUU con cuatro alzas consecutivas de 0,5 puntos que pueden llevar los tipos al 2,5% a final de año. Jerome Powell ya ha avanzado que reducirá el balance de 9 billones de dólares del banco central antes de verano y venderá parte de su cartera.

La mala noticia es que terminará arrastrando a Europa y al Banco Central Europeo (BCE) en algún momento no muy lejano. Christine Lagarde no puede permitirse el inmovilismo para no perder credibilidad y evitar un desplome del valor del euro. La reacción de los bonos ha sido violenta como cabía esperar. Las rentabilidades se han disparado por la venta masiva de estos activos por parte de los inversores. Sorprendentemente, la crisis ha pasado de largo por las bolsas, que han recuperado niveles previos a la guerra. Lamentablemente, todo apunta a inminentes accidentes bursátiles conforme las empresas comiencen a regar de 'profits warnings' (advertencia a la baja sobre resultados) las pantallas de los inversores.

Este 'crash' de la renta fija ha provocado que los inversores entren en liquidez como sucedió tras el estallido de la pandemia de 2020, según la última encuesta de Bank of America. Algunos también han optado por rebalancear hacia la renta variable, lo que explicaría el buen comportamiento de las bolsas durante las dos últimas semanas. Sin embargo, el pesimismo en el mundo del dinero se extiende como una mancha de aceite. A la guerra se le puede unir un endurecimiento descontrolado de los tipos de interés que, como describe el trabalenguas de los políticos, ‘acelere la desaceleración’. Ahora mismo, Alemania es virtualmente candidata a enarbolar la bandera de la recesión económica con su segundo trimestre consecutivo de contracción. Rusia, su principal socio energético, también lo está después de las sanciones internacionales sobre su economía para que pare la guerra.

La economía rusa se contraerá tanto o más que durante la pandemia del Covid-19 pero su crisis puede que se extienda durante años. La Bolsa de Moscú registró un crash sin precedentes a finales de febrero tras la invasión de Ucrania. Después ha permanecido cerrada durante casi un mes y, tras reabrir bajo estrictas restricciones durante dos sesiones con una falsa sensación de estabilidad, ahora se prepara para lo peor. Llega una semana salvaje porque levantará el corralito a los inversores extranjeros que hasta ahora no podían vender sus activos. La evolución de su mercado bursátil marcará probablemente los próximos movimientos del Kremlin ante la asfixia financiera a la que intenta someterlo EEUU en alianza con la UE. Del resultado de esta próxima crisis dependerá si invoca el respaldo financiero directo de China para seguir desplegando su ofensiva sobre Ucrania y friccionando con la OTAN... o se toma en serio las negociaciones de paz.

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