Cuaderno de venta

Matar al monstruo del IPC y la decisión urgente de suspender impuestos

Los combustibles se han disparado esta semana a cotas récord.
Los combustibles se han disparado esta semana a cotas récord.
DPA vía Europa Press

Alguien dijo hace dos años que la pandemia iba a ser la crisis de nuestras vidas, de nuestra generación, de la suya y de la mía. Ojalá hubiese estado en lo cierto. 2022 ha llegado con una guerra en Ucrania que amenaza con cambiarlo todo y requiere tomar decisiones impensables. Mientras la Rusia de Vladimir Putin desplaza su implacable ofensiva militar hacia las fronteras de Rumanía, país OTAN, hay que prepararse para "lo peor" como ha augurado el presidente francés, Emmanuel Macron. Ese escenario extremo contempla la entrada en el conflicto de los aliados si se traspasa la línea roja del artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, que compromete a responder a todos los países a defender a cada uno de sus miembros. "Es una obligación sagrada", como ha recordado el estadounidense Joe Biden.

Por si cabe alguna duda a estas alturas, Occidente ha respondido con todo su poder diplomático, económico e institucional a la agresión de Rusia sobre Ucrania antes de cualquier acción militar que podría provocar la Tercera Guerra Mundial. Oficialmente, todavía no estamos en guerra. Oficiosamente, sí. Se ha pulsado el botón rojo con un contraataque sin precedentes en el ámbito financiero contra los intereses rusos ha dejado al borde del colapso su economía y dependiente al 100% de China. Enumeremos... Veto al comercio; boicot -en la medida de lo posible- a su energía y materias primas. El rublo se ha derrumbado y parece inevitable que la deuda rusa suspenda pagos esta semana. Hay más. El aislamiento de su sistema financiero ha provocado el cierre de la Bolsa de Moscú durante dos semanas después de que se haya dinamitado el valor bursátil de sus empresas. Además, los bancos están en modo corralito tras la expulsión de SWIFT y la estirpe de oligarcas en la órbita del Kremlin ahora son apestados.

Sánchez debería anunciar la suspensión inmediata de todos los impuestos energéticos ante una escalada de precios inasumible que está obligando a parar la industria

Hasta ahora, la UE solo ha tomado medidas extraordinarias de carácter ofensivo contra Putin pero no está de más recordar que suponen un daño autoinfligido con efectos secundarios en la zona euro en forma de ola inflacionista. El objetivo del ex espía de la KGB es confrontar a la OTAN mientras usa a Ucrania como 'sparring'. Y lo acabará consiguiendo tarde o temprano, pero antes de que ese inevitable choque llegue hay que debilitar al máximo su retaguardia: la economía. Y en esa tarea, la UE y EEUU han dado un golpe maestro que requiere de contramedidas defensivas. Entramos en otro escenario, uno de guerra, en el que hay que proteger a los europeos antes de que sea demasiado tarde. El desgaste que se va producir puede llevar a que la población se desmoralice o se deje seducir con los cantos de sirena de los políticos que se han puesto morados a base de donativos en rublos, bolívares  o riales. No hay que ceder al chantaje totalitario del régimen belicista de Putin y su proyecto megalómano del “renacimiento de Rusia”, su idea envenenada para dominar Europa como lo hizo la URSS.

Más allá del frente militar, la gran amenaza que tenemos sobre nuestras cabezas es la inflación. Históricamente, la inestabilidad de precios de consumo tiene poder destructivo como para someter países, sociedades y derrocar gobiernos o también blindarlos si adoptan políticas de estatalización. Es la semilla del mal en términos económicos. Nada nuevo, el Banco Central Europeo (BCE) la describe como un monstruo en sus materiales divulgativos para escolares. Parafraseando aquella campaña publicitaria de una multinacional americana, una vez que la inflación hace pop ya no hay stop. Christine Lagarde se ha esforzado en recordar que la política monetaria es poco eficiente en las arenas movedizas de la energía y la guerra: caída de la confianza, crisis de suministros -otra vez- y más inflación, que se está trasladando desde la energía a toda la economía.

La inflación, un arma de guerra

No le faltó razón a Pedro Sánchez cuando aseguró en el Congreso de los Diputados esta semana que “la inflación, los precios de la energía, son única responsabilidad de Putin y de su guerra ilegal en Ucrania”, aunque se expresó mal, estuvo falto de agilidad y matices. Todos pensamos en el dato del 7,6% del IPC de febrero en España, previo a la guerra, por lo que la carcajada de sus señorías fue generalizada. El presidente del Gobierno debió hablar en futuro, en la inflación que viene, que superará los dos dígitos si no se actúa ya. La respuesta contra este tipo de inestabilidad de precios debe surgir desde la fiscalidad, la herramienta que manejan los gobiernos. Para bien o para mal, si algo tenemos en Europa son impuestos y tasas por doquier, de modo que el margen de maniobra aquí es amplio.

No es de recibo que el Estado esté disparando su recaudación en las últimas semanas a costa de una guerra que eleva los precios energéticos. 

Sánchez debería anunciar la suspensión inmediata de todos los impuestos energéticos, es decir, en la luz, el gas, la gasolina y el gasóleo ante una escalada de precios inasumible que está obligando a apagar máquinas, hornos y motores en la industria. La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) abrió el melón el miércoles con una petición que suena a desesperación pero que es una llamada acertada a la acción. No es de recibo que el Estado esté disparando su recaudación en las últimas semanas a costa de una guerra que multiplica los precios energéticos. El rescate fiscal es, hoy por hoy, una medida necesaria, estratégica y audaz que puede ayudar a ganar la guerra contra Rusia en el terreno económico.

No hay una crisis de suministros en energía para Occidente, sino de costes y estos están alimentando al leviatán del IPC. Suspender el 10% del IVA de la luz, el 21% del gas o los distintos cargos asociados que suponen más de la mitad de los recibos aliviará los bolsillos de empresas y hogares, pero además pinchará la recesión relámpago e inflación con la que Putin pretende golpear a Occidente. El caso más sangrante es el de los carburantes. El alza de la gasolina y el diésel ha puesto contra las cuerdas a los particulares pero sobre todo a los profesionales del transporte. Cualquier amago de huelga puede retroalimentar el caos de los suministros de todo tipo. Si el Gobierno se queda más de la mitad de lo que cuesta cada litro de carburante, ¿por qué no usar ese margen? Las guerras no se ganan con impuestos sino con deuda, como se demostró durante la lucha contra la pandemia del Covid-19. Los gobiernos y la fiscalidad tienen que volver a estar a la altura.

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