Querido en casa, temido fuera

Las tretas de Putin para mantenerse en el poder y por qué aún le aman los rusos

El presidente de Rusia encaja cierto descenso en su popularidad pero la aceptación entre los ciudadanos continúa siendo muy alta pese a los problemas económicos y el golpe de la pandemia del coronavirus. 

El presidente ruso, Vladimir Putin, durante los actos del 75 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial.
El presidente ruso, Vladimir Putin, durante los actos del 75 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial.
EP

Cerca de la línea ferroviaria que une Moscú con Riga, en la ciudad de Rjev, Vladimir Putin inauguró hace pocos días, a finales de junio, el espectacular monumento al soldado soviético que combatió en la Segunda Guerra Mundial contra los alemanes.

La imponente estatua de 25 metros ha sido elaborada en bronce por el escultor Andrei Korobtsov, quien junto al arquitecto Konstantin Fomin ganó el concurso internacional abierto al presentar "el mejor diseño arquitectónico y artístico". La estatua al soldado soviético se instaló en un complejo conmemorativo sobre un montículo de diez metros de altura. Quienes se acercan al monumento de 80 toneladas deben recorrer un camino con paredes a ambos lados que contienen imágenes documentales y los nombres grabados en placas de acero de soldados y comandantes del Ejército Rojo. En suma, es un monumento a una parte de la historiografía soviética que no se quería recordar hasta ahora. Rjev era conocida como "la picadora de carne", porque los alemanes trituraron a varios cuerpos del Ejército soviético a pesar de que los rusos intentaron romper las líneas alemanas en dos ofensivas. Se calcula que murieron más de medio millón de rusos y 300.000 alemanes. 

Durante la ceremonia, en la que se orquestaron varios himnos, había presentes algunos viejos soldados supervivientes que miraban con dolor a sus recuerdos. Se unirían a una legión de supervivientes en las celebraciones del desfile de la Victoria, que este año se tuvo que retrasar de mayo a junio por el coronavirus, pero que no perdió nada de espectacularidad con sus carros de combate, aviones de guerra y soldados al paso de la oca. 

Si hay algo que ha logrado Putin es mantener los lazos con el pasado soviético, borrando los signos más característicos y perversos del comunismo. Y lo ha hecho modificando poco a poco la constitución hasta el punto de que la nueva carta magna consagra "la fe en Dios". Una herejía para los nostálgicos. Putin tiene en la Iglesia ortodoxa como uno de sus mejores aliados. La nueva constitución dice que un matrimonio se forma por la unión de un hombre y una mujer. Punto. Y en muchos actos públicos, aparece Putin con representantes de la Iglesia Ortodoxa, la cual ve a Occidente como la perversión más absoluta.

Lo más importante de la nueva constitución es que permite al presidente ser reelegido de forma permanente. Estaba previsto el fin del mandado de Putin en 2024, pero tras el referéndum, los rusos han aprobado que su presidente se haga eterno. 

En las encuestas de febrero pasado, el 68% del pueblo ruso apoyaba a Putin. Esa popularidad sostenida se basa en que desde que fue elegido como presidente en diciembre 1999, su programa se basaba en recuperar la gloria rusa, reforzar al ejército, estabilizar la economía y ganar peso en la diplomacia internacional. 

Y lo ha conseguido, desde luego. La economía rusa, que se hundió en la segunda mitad de los 90, se fue recuperando durante sus mandatos hasta superar a España y situarse como una de las más grandes del mundo. Hoy ocupa el puesto número 11 (España está en el 14 por producto interior bruto). El presupuesto militar es el más alto de Europa, aunque nada comparable a los tiempos de la Unión Soviética, y menos aún al de Estados Unidos, pues es menos de la quinta parte de este.

Las viejas generaciones de rusos, que lucharon por su patria y por el comunismo en las guerras patrias, ven que Putin no les abandona. "Ha hecho mucho por nuestro país, y ha restaurado una sensación de orgullo después del colapso económico cuando la Unión Soviética se vino abajo", afirmaba a la NPR una trabajadora anciana retirada llamada Zoya Timofeyeva. Las nuevas generaciones de rusos no recuerdan la era soviética (ni la añoran) pero sí tienen presente la crisis de los años 90. Los que hoy tienen 30 y 40 años saben que el país se sumió en el caos: hundimiento del rublo, pérdida de territorios, saqueos de las empresas públicas por mafiosos, y actos de terrorismo como el mayor atentado en Europa, realizado por terroristas chechenos en Beslan en 2004 (más de 200 muertos). Putin les sacó de ese infierno. La renta per cápita pasó de 1.300 dólares a más de 14.000 dólares en 20 años. Y el paro bajó del 11% a menos del 4,6% hoy.

Los rusos más jóvenes están encantados porque sienten que Putin es un tipo duro que ha tomado Crimea a los ucranianos, ha derrotado a los rebeldes chechenos, ha invadido Ucrania y ha intervenido en Siria. "Los jóvenes en particular dicen que quieren que Rusia sea vista como una potencia global", decía un reportero de la revista “National Geographic” en una visita a Rusia en 2016. A los rusos en general les gustan las manifestaciones de fuerza y por eso Putin sale vestido de judoka doblando el espinazo a su oponente, disparando con un rifle, haciendo rafting o midiéndose con tigres. En Occidente eso sería visto como un payaso pero en Rusia no. La maquinaria propagandística de Putin explota el inconsciente colectivo ruso, y se adapta como un guante a la filosofía de este ex agente del KGB de 67 años que quiere seguir en el poder por tiempo indefinido.

Sin embargo, tiene muchas cosas en contra. La primera es que para Occidente, Rusia ni es una democracia ni Putin un modelo de demócrata. Todo lo contrario. Putin tiene los medios de comunicación sometidos a su voluntad y gobierna con bastante autoritarismo. A los periodistas rebeldes los hace despedir, los persigue o, les ocurre cosas como sucedió con Anna Politkovskaya, que apareció asesinada en su casa de un tiro. La periodista había escrito contra Putin y era una declarada enemiga. 

Desde el punto de vista político, Putin ya introdujo hace años enmiendas para elegir a dedo al 10% de los miembros del Consejo de la Federación Rusa que representa a 22 repúblicas, 46 oblasts (regiones), nueve krais (territorios), tres ciudades federales, cuatro okrugs (distritos) autónomos y un oblast autónomo. El senado ruso. Entre otras cosas, ese senado puede decretar la ley marcial, nombrar a los jueces y magistrados del Tribunal Constitucional, el Tribunal Supremo, recusar al presidente y autorizar misiones exteriores de las fuerzas armadas.

Determinados enemigos políticos Putin resultan arrestados, envenenados o muertos de un tiro. Para ello se usan espías o servicios especiales formados por militares. Cualquier cosa les sirve. Sus servicios secretos tienen fama de desestabilizar las democracias occidentales, desde las elecciones de Trump en 2016, hasta los peores meses del procés catalán. 'El Periódico de Cataluña' destapó cómo sus topos se paseaban por Barcelona. Son famosos sus 'bots' informáticos para inundar las redes sociales de mensajes falsos e incendiarios. Cualquier cosa vale para desestabilizar Europa o EEUU.

La excesiva dependencia del petróleo hace de Rusia un gigante con pies de cristal. Hace unos meses, una falta de acuerdo con Arabia Saudí hundió los precios del petróleo a niveles nunca vistos (menos de 15 dólares por barril), y castigó las cuentas de este país exportador de energía. Tampoco lo tiene fácil con el rublo, pues ha perdido el 100% de su valor frente al euro en los últimos 10 años. Ha pasado de 38 rublos a casi 80 en ese periodo. A lo largo de esa década, el rublo ha sufrido tres grandes colapsos.

Las últimas encuestas independientes como la de Levada Center muestran la caída de popularidad de Putin. De disfrutar un 68% de aceptación en febrero, ahora es del 59%, su punto más bajo desde 1999, pero mucho más alto que la mayoría de los líderes occidentales. Le ha pasado factura la mala gestión del coronavirus, con 661.000 contagiados y más de 8.000 muertos. Es el tercer país del mundo con más infectados.Para atraer a los votantes a los comicios del referéndum constitucional, Putin tuvo que usar algo más que palabras y hazañas: desde descuentos en supermercados, a premios en concursos de televisión para todo aquel que fuera a votar. Acudió el 65% de la masa electoral. El 77% votó a favor de las enmiendas a la constitución que ha diseñado Putin.

Como líder está claro que se salta las normas de lo que en Occidente se entiende por líder. Pero este poder a mitad de camino entre la autocracia, la dictadura y las elecciones no tiene nada que envidiarle a China, pues transmite a sus súbditos la expresión de un estado fuerte y unificado, a la vez que lo combina con libertades ciudadanas básicas. A este mandatario le quedan muchos años al frente del país más grande del mundo, y aunque su sueño de superpotencia mundial se ve ahora eclipsado por China, seguirá dando pasos para afianzarse en el poder, y enredar en el mundo entero. Por eso 'The Economist' le tildó como 'the meddler': el entrometido.

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