Perfiles para la recuperación

Xi Jinping, el guerrero comercial que venció a Trump y 'conquistó' el mundo

El conflicto comercial ha dañado significativamente a EEUU sin solucionar las preocupaciones económicas subyacentes que lo provocaron. Mientras, Pekín ha puesto fin a la política del no intervencionismo.

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Xi Jinping, el guerrero comercial que venció a Trump y ‘conquistó’ el mundo.
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Aquella era, sin duda, una fotografía histórica. Los líderes de las dos potencias económicas del mundo frente a frente, en un ambiente desenfadado y personal pese a lo alejados que estaban sus protagonistas, a quienes solo 'unía' un perfil nacionalista complejo de manejar en términos diplomáticos. Donald Trump llevaba solo tres meses en el Despacho Oval y recibía a Xi Jiping en su mansión de Mar-a-Lago, en Palm Beach (Florida), en cuyo club el magnate aprendió las técnicas que después le llevarían a conquistar la presidencia. La atmosfera informal no podía ocultar el hecho de que Trump llevaba meses azuzando a la opinión pública contra el superávit comercial de China respecto a EEUU (346.000 millones de dólares por aquel entonces) y acusando a Pekín de manipular las divisas para ganar competitividad. Así, el magnate inmobiliario neoyorquino confrontaba por primera vez al hombre que vivió en una cueva y trabajó como agricultor antes de afianzarse en el poder, con el comercio como tema 'estrella' en la agenda.

Durante la campaña para las presidenciales de 2016, el entonces candidato Trump convirtió las relaciones comerciales con China en la causa primordial de la destrucción de empleos en la industria estadounidense y la pérdida de propiedad intelectual. El magnate definió a Pekín como el responsable del "mayor robo de la historia del mundo" y clamó con insistencia contra el déficit comercial de EEUU con el gigante asiático. Dado que había cimentado su campaña sobre la imagen de un hombre de negocios indomable a la hora de cerrar acuerdos, su equipo de asesores diseñó una estrategia para reformar las relaciones comerciales entre Washington y Pekín con la misión de "cerrar un mejor pacto con China que mejore la competitividad de los trabajadores y empresas estadounidenses".

El magnate presentó un plan basado en cuatro pilares para asegurar un acuerdo más beneficioso para EEUU: acabar con la manipulación de divisas de China (no pocos economistas advirtieron entonces que la acusación no tenía base), enfrentarse a Pekín en el campo de la propiedad intelectual y tecnológica, poner fin a las ayudas a la exportación del Gobierno chino y a sus regulaciones medioambientales y reducir los impuestos corporativos en EEUU para que la industria norteamericana ganase competitividad.

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Xi Jinping y Donald Trump durante su reunión en Mar-a-Lago.

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En Mar-a-Lago, Trump y Jinping acordaron establecer el Plan de Acción de 100 Días para solucionar sus diferencias comerciales. Cuatro semanas después, China aceptó abrir ligeramente su economía a compañías estadounidenses a cambio de un mayor acceso al comercio bilateral y de que Washington tolerara la estrategia china de la Belt and Road Initiative (BRI, la 'Nueva ruta de la Seda'), la mayor herramienta de Pekín para publicitar, canalizar y ordenar su creciente influencia global y con la que Xi Jinping ha puesto fin a décadas de no intervencionismo. Aquel 'esfuerzo' negociador se quedó en nada cuando Washington presionó a China para obtener más concesiones y el presidente de la República Popular China se cerró en banda ante la creciente presión de Trump.

Los Cien Días terminaron en julio de 2017 sin acuerdo ni conferencia de prensa ni comunicado conjunto sobre el Diálogo Económico Integral EEUU-China, que la Administración Trump había declarado cuatro meses antes. La guerra entre las mayores potencias económicas del mundo estaba a punto de estallar.

La guerra comercial y sus 'bajas'

La estrategia de la Administración Trump se basaba en presionar al gigante asiático hasta que implantase cambios significativos en un sistema económico que posibilitaba las prácticas comerciales injustas de Pekín, como la transferencia de tecnología, el acceso limitado a sus mercados y las ayudas a empresas propiedad del Estado chino. La argumentación del magnate era simple: la imposición unilateral de nuevos aranceles reduciría el déficit comercial y obligaría a las empresas a relocalizar en EEUU los puestos de trabajo del sector manufacturero. Entre julio de 2018 y agosto de 2019, Washington anunció planes para imponer aranceles a productos chinos por valor de 550.000 millones de dólares. La represalia de Pekín no se hizo esperar y Xi Jinping contratacó con nuevos aranceles sobre bienes estadounidenses por valor de 185.000 millones.

La contienda causó víctimas económicas en ambos bandos y condujo a una desviación de los flujos comerciales tanto en China como en EEUU. "El crecimiento de la economía estadounidense se ralentizó, la inversión de las empresas se congeló y las compañías no aumentaron la contratación. A lo largo y ancho del país, muchos granjeros y agricultores cayeron en la bancarrota y los sectores industriales y de transporte de mercancías tocaron mínimos nunca vistos desde la última crisis. Las acciones de Trump provocaron uno de los mayores aumentos de impuestos de los últimos años", escribió la analista Heather Long en el ‘Washington Post’.

En septiembre de 2019, la guerra comercial ya había costado a la economía estadounidense la pérdida de 300.000 puestos de trabajo y una caída del PIB del 0,3%, según cálculos de Moody’s Analytics, aunque otros estudios la elevaban hasta el 0,7%. Bloomberg Economics predice que la guerra comercial habrá costado a la economía de EEUU unos 316.000 millones de dólares a finales de 2020 mientras que una investigación más reciente elaborada por la Universidad de Columbia y la Federal Reserve Bank of New York señala que las empresas estadounidenses perdieron al menos 1,7 billones de dólares en capitalización como resultado de los aranceles a bienes importados de China.

Han sido las compañías estadounidenses las que han corrido con la cuenta de los aranceles que imnpuso Washington. Las tarifas adicionales forzaron a las empresas norteamericanas a aceptar márgenes de beneficio más bajos, recortar plantillas y sueldos a los trabajadores estadounidenses, aplazar subidas salariales y subir los precios para los consumidores de EEUU. Un portavoz de la American Farm Bureau resumió el parte de bajas de la guerra de esta forma: "Los agricultores y granjeros han perdido la mayor parte de lo que una vez fue un mercado de 24.000 millones de dólares en China". Mientras, el déficit comercial de Washington con Pekín alcanzó los 345.000 millones a finales de 2019, una cifra ligeramente inferior a la de 2016, el año en que Trump conquistó la Casa Blanca, como resultado de una reducción de los flujos comerciales. Resulta significativo que mientras el déficit comercial de EEUU con China se reduce su déficit global va en otra dirección. La estretagia de imposición de aranceles desvió los flujos comerciales que procedían del gigante asiático, generando un aumento en el déficit comercial de EEUU con Europa, México, Japón, Corea del Sur o Taiwán.

Y mientras Xi Jinping 'conquistó' el resto del mundo

Desde 1955, China ha diseñado su política exterior bajo la máxima del no intervencionismo. Pekín nunca fue absolutamente fiel a estos principios, pero los líderes del gigante los han cumplido en gran medida. China, por ejemplo, se mantuvo apartado de la guerra civil en Siria –la ‘proxy war’ por excelencia- mientras no pocas potencias mundiales se consumían en el esfuerzo por derrocar o defender al régimen de Bashar al Assad. China también ha jugado durante años el ‘rol de spoiler’ en el Consejo de Seguridad de la ONU al oponerse o abstenerse en los esfuerzos del organismo por sancionar a gobiernos despóticos, como los de Zimbabue, Yemen o Siria.

Xi Jinping ha tirado por la borda la receta de su predecesor, Hu Jintao, según la cual China camuflaba su fuerza, esperaba su momento y nunca tomaba la delantera. Su política es radicalmente opuesta: a través de la 'Belt and Road Initiative', la China regida por Jinping invierte alrededor de 150.000 millones anuales en infraestructuras en gran parte del mundo –plantas energéticas, carreteras, ferrocarriles o puertos- con el objetivo de impulsar las exportaciones chinas al desarrollar regiones enteras y aumentar la influencia geopolítica y diplomática de Pekín. Así, Xi Jinping se ha inmiscuido en la política de países de todo el globo. Más de 60 estados, desde Italia, Hungría –el hijo díscolo de la UE- y Pakistán hasta Angola o Camboya se han adherido a proyectos de la 'Belt and Road' o mantienen negociaciones para hacerlo. Con esta expansión, Pekín ha decretado la muerte de la estrategia del no intervencionismo por obra de un líder poco convencional. 

Hace cinco décadas, cuando el caos que desató la Revolución Cultural asoló Pekín, Xi Jinping se sumergió en la dura vida del campesino en Yan’an, en el interior de China, un bastión de los comunistas durante la guerra civil que se autodefinía como "la tierra santa de la revolución". Las cualidades que lo definen hoy, asegura, se formaron en ese periodo, cuando vivió en una cueva en Liangjiahe. Todos los rasgos de su personalidad han sido, no obstante, eliminados de su historia ‘oficial’ –un hombre del pueblo que habla sin pretensiones y espera en la cola ante una humilde tienda para comprar pan-, hasta el punto de que su historia es tan perfecta que resulta imposible distinguir la realidad de la ficción

Definido como el mandatario más poderoso de China de las últimas décadas, su liderazgo ha estado marcado por la expansión en Latinoamérica –desde su llegada al poder, a finales de 2012, el continente pasó a un primer plano-; la intención de asentar al gigante asiático como primera potencia mundial; la búsqueda de la estabilización de la economía ante la desaceleración de un gigante que ha dejado atrás los tiempos en los que crecía a doble dígito-; y una concentración de poderes en su figura y un culto a la personalidad que ha provocado comparaciones con los líderes históricos del gigante como Mao Zedong.

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