La tormenta electoral perfecta ha estallado

¿Y si Trump sale reforzado de la crisis? La popularidad del magnate aún resiste 

La preocupación de los votantes por la situación económica y laboral supera con creces las imágenes de la Casa Blanca sitiada por manifestantes.

Protestas en EEUU por la muerte de de George Floyd por la actuación policial
Protestas en EEUU por la muerte de de George Floyd por la actuación policial
EFE

Si el presidente de Estados Unidos tuviera que elegir el momento de su reelección al frente del país más poderoso del mundo seguro que no habría sido este. La tormenta perfecta electoral se ha desatado. Las más de 100.000 muertes por coronavirus, decenas de ciudades ardiendo a lo largo de su geografía, el cuestionamiento de su hegemonía mundial en América Latina, Europa y Oriente Medio y la práctica totalidad de la prensa americana en contra, harían desistir a cualquier político para siquiera pensar en presentarse. A cualquiera menos a Donald Trump.

Los índices diarios que publican agencias demoscópicas, como Gallup, muestran que gran parte de la población americana apoya todas y cada una de las medidas (o falta de ellas) que el 45º presidente de los Estados Unidos está tomando en una crisis que ha causado el doble de muertos que los perdidos en la Guerra de Vietnam. Incluso las casas de apuestas, auténticos termómetros de la realidad, muestran este apoyo que gana por 5 a 1 a su eterno rival, Joe Biden.

Un "pequeño" virus no va a suponer un obstáculo para él. Según la encuesta publicada el 27 de mayo por Reuters-Ipsos, los efectos de la pandemia ya se dejaban notar en la gestión del mandatario pero, incomprensiblemente, para el electorado americano el coronavirus no es el principal ‘issue’ que debe decidir la contienda en las elecciones que tendrán lugar el 3 de noviembre. Para la mayor parte de los estadounidenses, serán la economía y el empleo los factores que den la victoria a republicanos o demócratas.

"Es la economía, estúpido", es lo que parecen gritar los votantes estadounidenses a la oposición demócrata, más desdibujada que nunca ante la falta de liderazgo y respuesta de una situación que exige igual compromiso a gobierno y oposición.

Su valoración en estos dos campos supera con creces las imágenes de la Casa Blanca sitiada por manifestantes y que obligó al hombre más poderoso del mundo a bajar a los infiernos del bunker antinuclear por unas horas. En el Despacho Oval la sensación de satisfacción comienza a contagiarse en las ruedas de prensa, pese a que al presidente americano no le hagan falta para ganar votos.

Las esperanzas de Trump pasan por la economía. Los índices de desempleo muestran unos porcentajes cercanos al 15% en una sociedad no acostumbrada a superar los dos dígitos de un indicador que, sin duda, es la variable que gana o hace perder elecciones. Precisamente, en estos índices paupérrimos es donde Donald Trump desplegará toda su fortaleza.

El esperado crecimiento en ‘V’ reforzará la percepción de la gestión del presidente que lo ha fiado todo a su ‘America first’ y la creación de riqueza. En todas partes cuecen habas. El plan de estímulos americanos coincide con las líneas generales de los planteados en el resto del mundo occidental. Familias, autónomos y desempleados se han visto regados con un maná que afianza la confianza en el presidente que es puesto de modelo de gestión para el 73% de los americanos. Desde mayo a noviembre solo queda crecer, así que las expectativas del equipo presidencial descansan en que la locomotora americana comience a dar incrementos históricos, tanto en el empleo como en el crecimiento económico, algo que pone de los nervios a los demócratas.

Con todo, la historia da la razón a aquellos que apuestan por la reelección en el mandato del magnate. Ante las adversidades, Estados Unidos suele premiar el liderazgo y castiga la indeterminación. Carter o Johnson son algunas de las víctimas políticas que dejó atrás el siglo XX, si bien ellos cayeron por una guerra y una sociedad dividida en el momento más crítico de la contienda.

Trump no ha tenido una guerra, pero sí se ha encontrado con los ingredientes perfectos para crearla desde cero. Víctimas caídas, un enemigo común (China), y miles de millones de dólares del erario público dispuestos a ser gastados en beneficio de una recuperación que puede batir récords.

Incluso el sistema federal americano puede ponerse de lado del presidente de los Estados Unidos. La mayor parte de los Estados industriales están en manos demócratas, lo que supone un contrapeso a la política industrial realizada desde Washington y que, como en todo, descansa sobre un ‘dejar hacer’ para volver a crecer dentro de unos meses.

Ni siquiera los disturbios de Minneapolis, Los Angeles, o Baltimore caen sobre las espaldas de Donald Trump. El respaldo ante los saqueos y revueltas se basan en la mano dura que es ejercida, de momento, por las autoridades estatales, con el consecuente desgaste político en las zonas en las que las desigualdades raciales están más marcadas.

Poca gente daba un duro por Donald Trump cuando se presentó a la carrera presidencial que le llevaría a ocupar la Casa Blanca en 2017. Independientemente de sus resultados, su gestión política ha estado basada en la ruptura con lo convencional a excepción de una fijación: la economía. El presidente sabe bien de la importancia de llegar con unos indicadores boyantes a noviembre. Serán su pasaporte a la reelección y es que, desde siempre, las elecciones se han ganado o perdido cuando el ciudadano ha mirado a su bolsillo. Al menos Trump sí saldrá reforzado de esta crisis.

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