Posdata

Jarabe de escrache y pérdida de memoria

Trabajadores taurinos contra la ministra Yolanda Díaz, playeros contra Monedero... El lado malo de las protestas.

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La ministra Yolanda Díaz.
EFE

Qué bonita es la Medicina, sobre todo su ejercicio. Me gusta tanto o más que el Periodismo, que ya es. La pandemia nos ha servido además a casi todos para sentir la profesión sanitaria como propia, a identificarnos con las batas blancas. En España sabíamos poco de médicos hasta que Marcus Welby y el doctor Gannon empezaron a asomar sus estetoscopios colgando por la televisión. En los años 60 los hospitales eran como centrales nucleares a las que la plebe no se acercaba. Los enfermos o se reponían en casa o malvivían sus dolencias. Los más graves morían sin conocer a más doctores que al que rubricaba el certificado de defunción estando el finado de cuerpo presente.

Pisar un centro hospitalario en aquellos tiempos era más difícil que conseguir una chapa completamente lisa del refresco de moda, Mirinda de naranja, para jugar al fútbol más real y competitivo, que es el de los niños rebozándose en el suelo. Después conocimos a muchos más facultativos. Hasta el Atléti tuvo como presidente por un corto periodo de tiempo al polémico y mediático doctor Alfonso Cabeza, que llegó a dirigir La Paz y el 12 de Octubre pero que no trajo el triunfo a los colchoneros. Sí nos dejó a Hugo Sánchez, el mexicano de las chilenas imposibles.

El jarabe de escrache es una sustancia que, mal manipulada, puede estallar causando daños a las personas o las cosas

Nos hemos ido acostumbrando a los sanitarios. Aquí, los médicos al menos, han pasado de ser considerados una clase distinta, distante y superior a convertirse en la mano que ha despedido con cariño a miles de afectados por el coronavirus que han muerto aislados de sus familiares. Pero ahora a muchos ya se les ha olvidado el heroísmo por el que eran aplaudidos los sanitarios todos los días a la 20.00 horas. Hoy son los que dan guerra pidiendo mejoras, los que protestan por su MIR, los que temen que la pandemia coja fuerza por la imprudencia de los ciudadanos y que los casos de afectados graves vuelvan a colapsar los centros hospitalarios. Ya da miedo lo que pasa en algunas zonas de Aragón, Cataluña...

Hablando de médicos, estos meses de encierro me he autodiagnosticado una intolerancia al gluten de libro, que ha cursado favorablemente una vez suprimido el pan, los cruasanes, las madalenas, los pastelillos y las salsas. Podría haber sido intolerante al alcohol -que no bebo- o al queso -que detesto- pero ha tenido que ser el maldito gluten. Lo único que tiene de bueno es que la receta a seguir es fácil: fuera harina de trigo. La cuestión es saber qué hago ahora con los kilos de blanco producto almacenados en un armario para hacer baguettes y pistolas durante el confinamiento.

Los que usan el escrache suelen tener una poderosa razón que pierden al aparecer los primeros síntomas de agresividad

Hay quien está recetando estos días sin titulación alguna jarabe de escrache para enfrentarse a algunos políticos. No saben que el escrache es una peligrosa sustancia que, mal manipulada, puede estallar causando daños a las personas y las cosas. Es de esas medicinas que tomadas en su justa medida y bajo control facultativo permiten expulsar estrés en grandes cantidades aunque, en algunos casos, irrite irremediablemente la garganta. Cuando se abusa, el jarabe de escrache vuelve violento al individuo, al tiempo que se ve privado del raciocinio más elemental y acaba envuelto en una ofuscación en la que es habitual escupir insultos y amenazas.

El problema del jarabe de escrache es que pocos saben usarlo correctamente, y al no precisar de receta médica, puede ser consumido sin límites, salvo que entre en juego al unísono el jarabe de palo. Los que se agarran al escrache suelen tener una poderosa razón que se pierde al mismo tiempo que empiezan a aparecer los primeros síntomas de agresividad.

Dicen que entre los que viven del toro hay hambre de frigorífico vacío y cuando suenan las tripas se nubla la vista

La ministra de Empleo, Yolanda Díaz, ha escalado peldaños en la escalinata gubernamental, amenazando, pero de lejitos, el liderazgo del vicepresidente Pablo Iglesias. El vehículo oficial en el que viajaba Díaz esta semana pasada fue rodeado por profesionales del mundo del toro, que se han quedado sin actividad en la que trabajar pero no han sido incluidos entre aquellos que pueden ser compensados. Dicen que entre ellos hay hambre de frigorífico vacío y cuando suenan las tripas se nubla la vista y el jarabe de escrache ve aumentados sus efectos perniciosos. Los que ejercen trabajos taurinos -toreros, banderilleros, picadores...- merecen el mismo respeto laboral que cualquier otro trabajador al margen de que nos guste o no su empleo. Mientras sean legales sus actividades, como lo son ahora, laboralmente nada les diferencia de otros empleados o desempleados. Pero golpear cristales, amenazar, insultar o intimidar solo logra que se violen los principios de la razón que enarbolan.

Monedero, uno de los 'padres' ideológicos de Podemos, ha sido también agredido verbalmente y acosado hasta el extremo de tener que abandonar a toda mecha un local de ocio en Sanlúcar de Barrameda, Cádiz. Mucho jarabe de escrache habían bebido las personas que le gritaban y le 'invitaban' con escasa amabilidad a abandonar el establecimiento. Cualquier muestra de violencia ha de ser condenada; lo contrario convierte a la gente en sectaria. En su día la vicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría se vio 'visitada' en su casa; también la ex delegada del Gobierno en Madrid y exvicepresidenta de la Comunidad de Madrid Cristina Cifuentes fue 'acompañada' en un paseo por la calle por amables personas que solo con su proximidad intimidaban ya lo suficiente.

Toda violencia ha de ser condenada; lo contrario nos hace sectarios. Ver hoy mal lo que ayer parecía bien no tiene un pase

Los cuatro casos -hay más- son lo mismo: exceso de jarabe de escrache. Lo triste es que el dulzón bebedizo puede que afecte a la memoria, aunque nada de eso diga el prospecto dentro de los efectos adversos o contraindicaciones. Ver hoy mal lo que ayer parecía bien no tiene un pase. Calificar ahora de actitud impresentable lo que fuera un gesto 'democrático' en el pasado reciente es un insulto a la inteligencia. La protesta, el escrache, van de la mano con el ejercicio de la ciudadanía y de la política. Hacerle saber a otro de forma explícita lo que algunos consideran errores entra dentro del derecho de expresión pero cualquiera que acose, intimide o amenace está fuera del juego e importa poco la ideología que profese.

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