OPINION

'El Grand Prix del Verano', un recordado éxito que nació de una segunda oportunidad

Cuando calienta el Sol, TVE
Cuando calienta el Sol, TVE

El primer torneo entre pueblos de menos de 5.000 habitantes en España. Así se anunciaba 'Cuando calienta el Sol' cuando aterrizaba en La 1 de Televisión Española en 1995.

En el exterior de los estudios de Prado del Rey se levantaba un gran decorado, que simulaba un crucero y que contaba con un capitán llamado Ramón García. Allí, al aire libre, se intentaba reproducir aquel desaparecido Eurovisión de pruebas surrealistas, Juegos sin Fronteras.

Pero 'Cuando calienta el Sol' no brilló como se esperaba en audiencias. Pasó su primera temporada sin gloria. No destacó, a pesar de ser un gran formato televisivo que intentaba beber del tirón del éxito de Qué apostamos con mismo presentador y mismo equipo creativo. 

Ahora, más de dos décadas después de su emisión, pocos recuerdan este concurso. Aunque, en realidad, todos recordamos el formato, pues TVE y la productora Europroducciones aprendieron de los errores de 'Cuando calienta el Sol' para mejorar el producto y, bajo los mismos cimientos, dar forma a uno de los programas más recordados de la historia veraniega de Televisión Española, El Grand Prix del Verano.

Al final, 'Cuando calienta el Sol' fue un campo de pruebas que no llegó a lucir porque anduvo falto de ingredientes para el éxito. Para empezar, el programa no contaba con una pegadiza sintonía que impregnara al ambiente festivo que merecía un formato estival de estas características. El concurso era tirando a soso y lo primero que se hizo con El Grand Prix del Verano fue incorporar una canción que era tan tarareable como difícil de olvidar. Aún es complicado escapar de la pegadiza melodía sólo entonando su comienzo: "en el campo y en la playa hace calor. Y la gente se pasea en bañador". Ya no hay escapatoria.

Aunque, sobre todo, el acierto de los creadores del programa, con el propio Ramón García también maquinando en la dirección, fue incorporar un protagonista muy popular como epicentro del show, que propiciara una emoción extra a las pruebas. Así apareció la vaquilla, que conectaba con cierta idiosincrasia española y que servía como reconocible mascota e imagen de El Grand Prix.

En cada emisión, dos vaquillas entraban al plató para hacer más difíciles las pruebas de los concursantes. Todas tenían nombre propio con rima fácil -Augusta, la vaquilla que asusta-, que soltaba Ramontxu para carcajada de los más pequeños.

Porque, a diferencia de 'Cuando Calienta el Sol', El Grand Prix fue un programa para una audiencia transversal, que contaba con tropezones que engatusaban la risa de los niños, con famosos apadrinando equipos que llamaban la curiosidad de los adultos y, sobre todo, con participantes con los que eran fácil identificarse porque eran vecinos reales de los pueblos que sólo iban a jugar orgullosos de su villa. Nada de castings prefabricados con guapos -o feos- de manual, era gente de verdad.

El Grand Prix original -luego hubo una versión más reducida en autonómicas- se mantuvo 10 años en TVE. Acabó en 2005, a pesar de mantener buenos resultados de audiencia. Y tal vez por eso mismo, porque se fue por esa puerta 'grande' y su cancelación coincidió con un cambio de la gestión de TVE tras el comienzo de una nueva legislatura, todos los años se habla de un posible retorno del Grand Prix con sus bolos locos, su patata caliente y su vaquilla.

Pero lo que está claro es que, en la televisión de hoy, no sería posible un concurso con una vaquilla corriendo sin rumbo bajo los focos. La concienciación social está en otro punto, la televisión pública también. Las tradiciones reconocibles del país también han evolucionado. No obstante, hay un elemento que no cambia ni cambiará: el valor de conocer mejor a nuestro país a través de sus gentes jugando. Eso era el Grand Prix. Y eso, de una u otra forma, siempre funciona. De ahí que haya llamado la atención en esta temporada El Paisano de La 1.

En tiempos de artificio, la televisión de éxito siempre va unida a la verdad. Y El Grand Prix tuvo verdad. Aunque nos acordemos más de la anécdota de esa "Augusta, la vaquilla que más asusta".

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