Libertad sin cargas

Bill Maher vs. Pedro Sánchez: el triunfo de la 'progresofobia'

Bill Maher vs. Pedro Sánchez: el triunfo de la 'progresofobia'
Bill Maher vs. Pedro Sánchez: el triunfo de la 'progresofobia'
HBO

El ‘showman’ Bill Maher, azote de Donald Trump y del republicanismo más radical durante años, dejaba atónita a la audiencia en uno de sus últimos programas. Durante la última parte de su ‘Real Time’, espacio que emite semanalmente la HBO y que en España puede verse en Movistar, reflexionaba a modo de editorial sobre la principal ‘enfermedad’ que sacude a los demócratas y a las nuevas generaciones progresistas. Lo denominó ‘progresofobia’, a la sazón una suerte de “desorden cerebral que les golpea y les hace incapaces de reconocer el progreso. Es como una ceguera selectiva que te impide ver que tu residencia de estudiantes en 2021 es mejor que la vida en el Sur antes de la Guerra Civil”. El cómico ponía a los suyos ante su propio espejo y concitaba la atención de buen número de publicaciones anglosajonas, desde más serias como 'The Wall Street Journal'  hasta más sensacionalistas como el 'New York Post', que sugería que “solo Bill Maher puede salvar a la izquierda de sí misma”. En su alocución, recordaba los avances logrados en las últimas décadas en la aceptación social de los colectivos gay o transgénero o incluso de las relaciones interraciales. “Si piensas que América es más racista que nunca o más sexista que antes de que las mujeres pudieran votar (…) tienes ‘progresofobia', y es hora de que te ajustes la máscara porque esta cubriéndote los ojos”, remachaba.

No obstante, pese a su repercusión, el concepto ya tenía paternidad. Steven Pinker, psicólogo y científico canadiense, profesor en Harvard, defiende desde hace años la necesidad de medir el bienestar de las sociedades en función de hechos objetivables y no de meras percepciones. “La ‘progresofobia’, en parte, proviene de un fenómeno donde nuestra impresión del mundo está determinada por narrativas, imágenes e historias, en vez de datos -exponía en una reciente entrevista con el diario chileno ‘La Tercera’-. También es porque entre mucha gente que escribe sobre el mundo -intelectuales, profesores, críticos, editorialistas y periodistas-, existe cierta rivalidad, y criticar el presente también es una manera de criticar a tus rivales. A los políticos, tecnólogos, líderes militares…”. Los datos, empero, no dejan lugar a la duda. Según recuerda el pensador, las tasas de abusos a menores han disminuido, como lo han hecho las cifras de fallecimientos en guerras. “No solo en la violencia ha habido progreso, sino que también en el aumento de esperanza de vida. Esta solía ser de alrededor de 30 años; hoy en países desarrollados es alrededor de 80 años, e incluso a nivel mundial es más de 72 años”, zanjaba. Sin contar con que corre agua limpia por las cañerías, los hogares tienen electricidad o el alcantarillado se lleva los residuos. A partir de ahí, “es muy fácil criticar a aquellos que no lo están haciendo tan bien como soñamos”.

De Pinker podemos deducir, por ejemplo, que lo importante a la hora de afrontar la realidad es adueñarse de la narrativa, esto es, gana quien diseña y construye el discurso. De Maher que tal vez la izquierda corre el riesgo de pasarse de frenada a la hora de su fijar su identidad frente a la derecha. Tras el 4 de mayo, el Gobierno de Pedro Sánchez se encontró en una auténtica encrucijada. Una cosa era perder las elecciones en Madrid, que entraba dentro de todos los cálculos, y otra dejar crecer un ‘monstruo’ como Isabel Díaz Ayuso, capaz de levantar el ánimo y la fe de la derecha con apenas tres ideas fuerza. ¿Cuál fue el movimiento de los gurús de Moncloa? Poner en marcha toda una batería de leyes de izquierda para acompasar un decisión de mayor envergadura, como es el indulto a los presos catalanes del ‘procés’. Entre ellas, la Ley del ‘solo sí es sí, la Ley ‘Trans’, la Ley de Diversidad Familiar, la de Eutanasia o la de Memoria Democrática, que nunca está de más añadir a la pócima unas gotas del ‘elixir dictadura'. En suma, el PSOE ha identificado desde los tiempos de Zapatero que no tiene réplica en ese marco de demagogia normativa. Y esa es, precisamente, la narrativa que el Ejecutivo quiere consagrar para lo que queda de legislatura. El triunfo de Ayuso dejó claro a Sánchez que sus apoyos y su política en adelante debe adecuarse a los 192 apoyos que suma con Podemos, ERC, PNV y Bildu.

Vender un retraso en políticas sociales y lanzar una ofensiva legislativa para cerrar la brecha por otros generada busca distraer la atención o crear una realidad paralela con oscuros intereses electorales.

A partir de ahí, ¿hasta dónde aguanta el discurso? ¿Puede ahondarse sin fin en las políticas del marketing social? Pinker, asumiendo esos excesos en la izquierda de los que habla Maher, cree que una de las consecuencias perniciosas del negacionismo respecto a los niveles de progreso ya alcanzados es el radicalismo, germen de liderazgos populistas. “Si todo el sistema está fallando y está corrupto, y no puede ser corregido, entonces simplemente destrocemos todo, porque cualquier cosa que salga de estos escombros va a ser mejor que lo que tenemos ahora -expone en la citada entrevista- Así es como tenemos a la izquierda, llamados para desmantelar el sistema, destrozar la máquina, desfinanciar a la policía”. Ese descrédito aniquilador es en el que la izquierda busca sumir a la derecha. Frente el progreso eterno, exuberante y pletórico que encarna el socialismo, la derecha es sinónimo de regresión. No por casualidad el secretario de organización del PSOE, José Luis Ábalos, utilizaba esos mismos términos este fin de semana al situar a Aznar como “padre espiritual” del PP, símbolo último de la “involución ideológica” que atisba y que llevan aparejadas esas siglas. Mejor no entrar en matices y evitar alusiones a que la gran pena de estos últimos años de ‘italianización’ de la política española es que el auge de las estridencias, los movimientos centrífugos, han derrotado ‘sine die’ cualquier posibilidad de consenso entre el bipartidismo.

¿Dónde queda la derecha en ese tablero? “A la derecha tenemos demagogos que dicen: ‘yo puedo arreglarlo, déjenme drenar el pantano, denme poder’, lo que puede ser corrosivo para las instituciones y la democracia liberal, y para los intentos por identificar problemas y resolverlos”, analiza el humanista americano, uno de los 100 personajes más influyentes del mundo según diversas publicaciones. Lo cierto es que, en España, parece que la ciudadania solo escucha el reclamo de los conservadores en tiempos de penurias económicas. Identificados como mejores gestores de unos recursos limitados y capaces de embridar las cuentas públicas, su llamada a filas suele coincidir con la percepción de crisis económica y de la necesidad de apretarse el cinturón. No ha conseguido la derecha, encarnada por el PP como sucesor último de otras formaciones, cruzar el Rubicón del reconocimiento como ‘actor social’. De hecho, es una batalla perdida y apenas librada. Ni siquiera en las mejores épocas de creación de empleo, durante el ‘milagro económico’ que vendió la era Aznar, caló el mensaje de que la mejor política social era la generación de puestos de trabajo. Tampoco en los días de Mariano Rajoy se entendió el beneficio de unos ajustes que supusieron la inmolación de los ministros que se entregaron convencidos a su puesta en marcha. Erosionar la legitimidad ‘de origen’ en que se maneja la izquierda debería ser un ‘must’ para un partido conservador centrado.

La España que arranca esta segunda década del siglo XXI es incomparablemente más robusta que la que alumbraba el final de la dictadura. No parece accesorio recordar semejante obviedad cuando dirigentes políticos e incluso ministros, faltos de perspectiva por voluntad propia, hablan con tanta ligereza de involución. Tampoco lo es mencionar que a ese irrefutable avance han contribuido fuerzas políticas de uno y otro signo en una dialéctica durante muchos años constructiva y hoy perdida entre mensajes radicales y populistas. La capacidad del país para entregarse con éxito a la campaña de vacunación de la Covid revela unas estructuras y palancas solo al alcance de los países más desarrollados del mundo. Vender un retraso en políticas sociales e implementar todo un paquete legislativo para cerrar la brecha por otros generada es, sencillamente, una forma de distraer la atención o, peor, de crear una realidad paralela con oscuros intereses, tal vez electorales. O 'progresofobia'... “Hemos recorrido un largo camino, cariño”, subrayó Maher en su brillante y brutal intervención, dejando claro que reconocer esos avances no implica bajar los brazos. Además, sería todo un gesto de urbanidad que ese recorrido se reconociera compartido, fruto del esfuerzo de todos y no solo de quienes lucen -o impostan- una rosa en el ojal. Sería tan justo como prometedor. 

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