Libertad sin cargas

Llega Yolanda Díaz, ¿el fin del 'agit-prop' en el Gobierno?

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Llega Yolanda Díaz, ¿el fin del 'agit-prop' en el Gobierno?
Europa Press

Corría el mes de enero del año 2020. Pedro Sánchez firmaba junto a CEOE y sindicatos el primer gran acuerdo de la legislatura. Contra todo pronóstico, los agentes sociales pactaban subir el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) hasta los 950 euros brutos mensuales, un primer paso para llegar a la cifra redonda de los mil. La titular de Trabajo, Yolanda Díaz, era la gran triunfadora de la jornada y la ministra que acaudalaba el acuerdo, dando lustre a su recién estrenada cartera y rebatiendo el mantra de que su acervo comunista y de CCOO le impediría cerrar alianzas con la patronal. Desde entonces, Díaz ha proporcionado al presidente del Gobierno alguna fotografía más y, paradójicamente, no ha encontrado rival socialista a la hora de capitalizar para Podemos la compenetración por momentos lograda con los Garamendi, Álvarez o Sordo. Quien sí ha visto su potencial ha sido Pablo Iglesias, que no ha tenido dudas en ceder los trastos a la gallega una vez decidido a dar un paso al frente en Madrid tras, en apariencia, caérsele cual fichas de dominó todos los aspirantes cortejados para derrotar a Ayuso.

“Yolanda Díaz es lo que es -explica un buen conocedor de estos meses de diálogo social-. Su padre fue militante del PCE y secretario general de CCOO en Galicia, y ella es muy férrea en esas ideas, no engaña a nadie. Sin embargo, ha tenido la inteligencia de entender que en una sociedad marcada por la confrontación, llegar a acuerdos te eleva. La sociedad premia al político capaz de auspiciar el pacto. Y eso a ella le ha dado un ‘bonus’”. No es baladí que, en línea con ese espíritu, Díaz haya rechazado cualquier conflicto de partida y se haya avenido sin dar batalla a ocupar la vicepresidencia tercera -en lugar de la segunda que detentaba Iglesias-, por debajo en el escalafón de Calviño, a la sazón ‘jefa’ de la Comisión Delegada. La cuestión no es menor en tanto ha sido hasta ahora la ministra de Economía quien ha mediado y desanudado los entuertos generados en la negociación de Trabajo con los agentes sociales. Mantener ese ‘status quo’ y que la máxima figura del área económica continúe de líbero para conjurar cualquier ocasión de peligro otorga a las partes un ‘plus’ de tranquilidad ante lo que viene.

Y es que Díaz afronta dos hitos de enorme complejidad. El primero, con las negociaciones ya en marcha, afecta a la reforma laboral, cuya derogación es un anhelo de socialistas y podemistas desde que empezaron su noviazgo. Pese al afán de fondo, es un avance que ambos partidos hayan llegado a la convicción de que lo que toca es un mero maquillaje de la norma tras meses de añagazas y de compromisos firmados con nocturnidad y alevosía para dinamitarla. Abordar la dualidad en el mercado laboral, el desempleo juvenil o la elevada temporalidad está en todas las agendas. Apostar por revisar la ultraactividad de los convenios o la preeminencia del convenio sectorial sobre el de empresa abriría la caja de los truenos y, sobre todo, comprometería el acuerdo y que los fondos europeos lleguen sin mayores sobresaltos. El camino lo escoge la nueva vicepresidenta. Del mismo modo, la condicionalidad de las ayudas comunitarias obliga a pisar el acelerador en la revisión de las pensiones, un hueso aún más duro. Aquí Calviño y Díaz -en su nueva condición en el gabinete- no tienen pequeña labor en embridar los palos de ciego de José Luis Escrivá, encargado de la cuestión y objeto de desafección declarado de propios y extraños.

La capitalización de las diez principales empresas del Ibex no refleja su verdadero potencial tras el golpe a la ‘marca España’ de un Ejecutivo que habla de vetar opas como de jugar al mus

Por otra parte, que Díaz pase a ser la cara visible de Podemos en la coalición marca un antes y un después en la legislatura en la medida en que lleva el ‘agit-prop’ marca de la casa de vuelta a la calle, alejándolo de las instituciones. Por ejemplo, cuestionar desde una vicepresidencia del Gobierno de España la legitimidad de la jefatura del Estado, como ha hecho Iglesias de forma repetida, invita a cuestionarse la presencia misma en el Ejecutivo de quien eso piensa. Dicho lo cual, no ha sido un movimiento altruista. Esas contradicciones y el permanente alboroto generado en torno a al líder morado, lejos de reforzar su posición y afianzarle en los sondeos, parecía garantizarle un hundimiento seguro mientras Sánchez construye toda una autopista electoral en el centro. ¿Por qué no dar entonces un paso atrás y volver a las trincheras, teniendo además en cuenta que aún le quedan en el Consejo de Ministros ojos y oídos de toda confianza para conocer al detalle el tono y el contenido de las deliberaciones? Tampoco los mentideros de la Villa ahorran detalles sobre la inquietud en la cúpula de Podemos a resultas de las investigaciones judiciales en curso.

La decisión de Iglesias, en cualquier caso, es arriesgada. Según la encuesta de Dym para La Información y el Grupo Henneo, su apuesta permitiría al menos proporcionar a Podemos presencia en la Asamblea de Madrid, algo que no tenía ni mucho menos garantizado en el anterior escenario. Sin embargo, esa mejoría se produce a costa del PSOE de Ángel Gabilondo y, en menor medida, de Más Madrid y Mónica García. No mueve los bloques. Al punto de que, como principal efecto colateral, su irrupción dispara la intención de voto de Isabel Díaz Ayuso, al convertir los comicios en una suerte de plebiscito. Dicho de otro modo y sea cual sea el resultado, la nueva hoja de ruta del exvicepresidente del Gobierno terminará por definir la CAM como un campo de batalla ideológico. Las gruesas palabras escuchadas de uno y otro lado en la campaña ya iniciada no solo hacen temer lo peor, sino que explican que bufetes y consultoras hayan visto incrementadas las consultas por parte de quienes temen que la influencia de Podemos en un gobierno de izquierdas termine por reventar las ventajosa política fiscal implementada durante años por el Partido Popular en la comunidad autónoma.

En tiempos de relativismo, es fácil escuchar en comidas o corrillos políticos que los debates abiertos por Iglesias en el seno del Gobierno, ya sea por la necesidad de subir las pensiones y el SMI, nacionalizar las eléctricas o acabar con la Monarquía, entre otras ‘propuestas’, no tienen al final ningún impacto y todo sigue en perfecto estado de revista… o al menos al trantrán. Pero la realidad es, por poner un ejemplo, que la capitalización de las diez principales empresas del Ibex no refleja su verdadero potencial, lastrada por el golpe en la ‘marca España’ de un Ejecutivo que habla de vetar opas de inversores internacionales como de jugar al mus. Sentados en una montaña de deuda, inmersos en una nueva ronda de elecciones en plena pandemia y con los estigmas de los países del sur grabados a fuego, hay que cruzar los dedos para que los mercados financieros sigan viéndonos como un apéndice italiano y confiando en movimientos como la llegada de Mario Draghi al poder en el país transalpino, una suerte de bálsamo de Fierabrás para las dudas de los frugales, a fin de cuentas quienes tienen que aflojar el grifo del maná de los fondos europeos. Si la irrupción de Yolanda Díaz en lo más granado del Consejo de Ministros sirve para apaciguar el discurso y la salida de Iglesias para que el ruido venga de fuera, no será poca ganancia. Cuestión de confianza.

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