Artzaia

La 'frivolidad' del Gobierno ante la gran reválida económica de septiembre

Teresa Ribera
Teresa Ribera.
EFE

Cada vez se extiende con más fuerza el run run de que lo peor para la economía llega en septiembre, con el otoño, las hojas de los árboles en decadencia y las depresiones. El único consuelo que nos llega ante la debacle por quienes tienen que tomar las decisiones para intentar evitarlo es que, al menos por ahora, creceremos más que los demás, incluida la gran Alemania, que tienen peor suerte que nosotros por depender demasiado del gas ruso. Nadia Calviño da por hecho que la inflación seguirá muy alta pese al tope al gas de su ‘compañera’ de equipo en Transición Ecológica, Teresa Ribera, la otra gran ‘pope’ de la parte económica del Gobierno, que devolvía la pelota envenenada a su ‘colega’ esta misma semana en un desayuno cuasi improvisado, con la advertencia de que las rebajas fiscales y los cheques son parches que de nada sirven para el pinchazo que se nos viene encima. “Centrar el problema exclusivamente en cuestiones de fiscalidad y recursos presupuestarios es ver la realidad de una forma distorsionada”, recordaba la ministra al día siguiente de que Sánchez anunciara la rebaja al 5% del IVA de la luz y un cheque para los más vulnerables al recibo eléctrico, cuya subida han sido incapaces de frenar en un año. Eso sí, “llevamos solo una semana con el tope al gas; que todo el mundo se relaje un poco, que funcionará”, remataba la ministra a modo de consuelo para tontos.

Es una bonita forma de empezar el verano por parte de las dos principales ‘espadas’ de Sánchez de cara a la crisis que se nos viene encima cuando se acaben los fastos de la OTAN y el espejismo del turismo, que servirá de ‘bálsamo de Fierabrás’ para las soflamas políticas hasta que llegue la dura reválida de septiembre. ¿Qué ocurrirá entonces, cuando volvamos de vacaciones? Por un lado, las familias llevarán ya seis meses de inflaciones por encima del 7% por los alimentos y la luz, algo que además de encarecer el coste del día a día, merma el pequeño colchón de ahorro que se ha acumulado durante el parón de gasto doméstico de la pandemia. Esos hogares, además, verán como la subida del euríbor eleva el coste anual de las hipotecas de forma notoria y ahoga más el camino a fin de mes. Por otro lado, las empresas afrontarán unos gastos de suministros y materias primas más elevados todavía, que en muchos casos les obligarán a cerrar, apretados además por la elevación de los costes financieros que conllevará la subida de tipos de interés, y que el reparto de fondos europeos, atascado en origen, no va a lograr frenar.

Con esa tormenta de otoño cuasi perfecta sobre nuestras cabezas, el colofón lo va a poner Putin y su intención cada vez más clara de cortar el gas a Europa antes de que cada país pueda tener una alternativa, lo que extiende automáticamente la economía de guerra y el desabastecimiento energético en el Viejo Continente. Todos los países comunitarios están preparando ya planes de contingencia a medio y largo plazo, con medidas de alcance, no con cheques y rebajas fiscales. Y lo peor de todo es que en el Gobierno español son conscientes de que las cosas se van complicar mucho, como admitía esta semana la ministra Ribera, para reclamar medidas estructurales de alcance, sobre todo en el sector energético, de las que siempre se habla pero que nunca llegan. Es cierto, como dice la ministra, que tenemos “la inmensa suerte” de no depender tanto de Rusia como Alemania, pero también lo es que eso no es un salvavidas sobre lo que se avecina.

Alemanes, belgas y otros estados más precavidos que nosotros han empezado ya a tirar el carbón para generar electricidad, aunque sea algo más contaminante que el gas, tanto para asegurar el suministro energético de sus hogares y sus empresas cuando llegue el frío, como para no ver como la factura de la luz ahoga a las familias y cierra el consumo doméstico. Aquí, por el momento, el rechazo del Gobierno a esa posibilidad, aunque fuera en un pequeño porcentaje de generación, es tajante. Dice Ribera que tenemos alternativas para generar energía sin volver al carbón, pero no dice que esa vuelta, solo mientras dure la guerra y la crisis, puede dejar casi en la mitad de un plumazo la factura de la luz, cosa que hasta ahora no se ha conseguido en todo un año ni siquiera con el tope al gas. Cuando llegue el racionamiento energético y se tenga que tirar del carbón, vendrán los lamentos por no haberlo hecho antes. Seremos los más verdes, pero los menos eficaces.

La interconexión con Europa a través de los Pirineos es una de las claves para que España apoye a sus socios europeos con las plantas regasificadoras y sea una pieza clave del nuevo mapa energético que se está conformando ahora a la fuerza. Pero eso solo se defiende con la boca pequeña, sobre todo ahora que con el tope al gas, no conviene exportar demasiada energía, para que la compensación a las eléctricas por el uso del ciclo combinado no reduzca a cero la exigua rebaja de la luz que nos ha conseguido el Gobierno. Al contrario, la excepción ibérica nos ha enfrentado a los socios comunitarios, que ya se buscan la vida para tirar del gas de Argelia por su cuenta y dejar de lado a España, sobre todo a la vista de lo débil que es la relación con ese país tras el giro sobre el Sáhara.

Toda la esperanza está en el desarrollo de las renovables y el hidrógeno verde, que son de por sí procesos lentos, burocratizados, con alto riesgo de rechazo social e intensivos en el consumo de capital, es decir, que para cuando de verdad sirvan para mejorar el bienestar de la gente con ciertas garantías de suministro (si se logra el anhelado almacenamiento), la economía de guerra se habrá llevado a muchas empresas y economías domésticas por delante. Es normal que algunos expertos en el sector energético tilden de “frivolidad” el hecho de que el Gobierno lo haya apostado todo a las renovables con una guerra real en la puerta de casa. Lamentablemente, los hechos les darán pronto la razón, con un suspenso 'cum laude' en la reválida de septiembre.

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