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Los engaños de una Semana Santa que pueden hipotecar el verano

El Wanda Metropolitano recibe a varios colectivos de la Comunidad de Madrid para recibir la primera dosis de la vacuna contra la Covid-19.
Los engaños de una Semana Santa que puede hipotecar el verano.
EFE

Aunque sea duro reconocerlo, entre el circo madrileño del 4-M, el ‘show’ de expresidentes del caso Bárcenas, el barco del Canal de Suez, las ayudas de la UE y la pelea de gallos independentistas en Cataluña se nos está olvidando lo más importante, que en España ha habido esta semana cientos de muertos por coronavirus y que no estamos logrando bajar esa cifra ni la de los contagios a los niveles de un país civilizado, por más expertos que nos hayamos hechos todos en tasas de incidencia. Al contrario, estamos sembrando más muerte y más pandemia con una Semana Santa en la que, a pesar del ímprobo trabajo de los cuerpos de seguridad del Estado, la movilidad mucho más allá de lo recomendable no se va a poder frenar, algo que pagaremos caro en la cuarta ola, que no es que vaya a venir, es que ya está aquí y con un virus británico rápido y mortal.

Mientras tanto, todo son cierres perimetrales ficticios y recomendaciones para que no se deje entrar a la gente en los bares. Nada de obligaciones más allá de multar a los despistados a los que paran en la carretera porque no han sabido buscarse la excusa adecuada para salir de su comunidad autónoma. Parece mentira que, a estas alturas, las autoridades políticas y sanitarias de este país no sepan que en España, o nos obligan a hacer las cosas bajo mando y multa serios, o nos saltamos todo ‘a la torera’, que para eso inventamos aquí ese arte.

Claro que con unas elecciones autonómicas como las de Madrid delante, que pintan tanto como unas generales, y el río revuelto a base de mociones de censura fallidas y luchas intestinas en las baronías autonómicas, nadie quiere molestar al electorado ahora, no vaya a ser que… Es una situación que recuerda a primeros del pasado mes de julio, justo antes de los comicios del País Vasco. Se podía pasear por las calles sin mascarilla y se abrió la puerta de todos los bares para respirar tomando 'potes’ y ‘pintxos’. En cuanto pasaron las elecciones, Euskadi fue uno de los primeros territorios en disparar todas las alarmas por los contagios y en tomar las medidas más restrictivas que se conocen tras el confinamiento. Los bares y restaurantes, que allí son casi santuarios culturales llenos de vida, estuvieron meses cerrados tras el verano, hasta el punto de que tuvieron que ganar su ‘libertad’ para abrir en los tribunales. Seguro que esta Semana Santa se lo toman con más calma, si no quieren matar el verano de nuevo.

El CIS no ha dejado de decir en todos los barómetros del último medio año que una gran mayoría de la población aceptaría que se tomaran medidas más restrictivas, pero no recomendaciones, sino obligaciones, certezas de lo que se puede o no se puede hacer. De lo contrario, lo que se está generando en la sociedad es una sensación de engaño, de que los políticos no nos cuentan toda la verdad, ni de los datos ni de las medidas de prevención ni de las vacunas ni de nada. Madrid tiene la peor de las combinaciones: vacaciones, elecciones, millones de personas en un territorio pequeño y un relax de medidas de control para no ser impopular en plena campaña más que preocupante. Pero también veremos imágenes con las playas llenas de gente (con mascarilla y distancia de seguridad para la foto) y será cuando menos indignante comprobar como la policía desbarata fiestas nocturnas y reuniones sin ningún tipo de medida de protección, cuyos participantes no parecen entender que detrás de sus contagios hay muertos. "Total, 200 más cada día, qué más da, son de hace tiempo no de ahora ¿no?". 

A esa especie de autoengaño social de que "lo peor ha pasado ya" que pulula avalado por los gestores públicos y sus conspiraciones electorales se une la mascarada oficial sobre la evolución de la economía y la llegada del maná de Europa para salvar la crisis. Era chocante oír esta semana a la ministra de Industria, Comercio y Turismo decir que pueden llegar a España este año 40 millones de turistas, la mitad del récord de 2019. Claro que puestos a pensarlo dos minutos, saltan todas las dudas: los británicos no pueden salir y son la tercera parte de la gente que venía a España, sobre todo a Cataluña, el primer destino turístico del país (por delante de las islas), que está azotado por los contagios como el que más, por no hablar de política e imagen institucional. Baleares atacada por el virus, vetada para los españoles y abierta en horario europeo: cenar a las siete, para cerrar a tiempo. Canarias vacía. Y la Semana Santa amenazando con convertirse en gasolina para el incendio de la cuarta ola, que puede hipotecar toda la primavera y parte del verano, justo cuando se deberían hacer las reservas turísticas, a no se que pensemos que van a llegar 40 millones de extranjeros a España con contratos decisiones en el último minuto.

Se supone que el turismo del verano es la clave para recuperar la economía en un país como el nuestro, pero hasta entidades como el Banco de España, entre otras, ya advierten que de recuperación de la economía nada hasta pasado septiembre, justo cuando se paró la actividad el año pasado: al menos la comparación estadística saldrá bien entonces. Claro que está la esperanza de las vacunaciones, que llevan su ritmo y llegarán a un 70% de la población en verano, aunque no sabemos cómo, ni si será antes, durante o después de las vacaciones estivales. Por más que a Sánchez y a los políticos en campaña se les llene la boca hablando de las vacunaciones salvadoras para atacar al contrario, lo que es evidente es que tras el fiasco de AstraZéneca, ya no hay nada seguro ni siquiera a nivel comunitario. 

Lo grave es que no haya ningún gestor económico del país que hable claro de cifras y previsiones económicas y nos sintamos engañados hasta en eso, cuando el consenso de los economistas parece tener muy claro que la recuperación depende de esas vacunas más que de turistas o de cualquier otra cosa. Es decir, que hasta que no haya una parte de la población con los dos pinchazos puestos, que más bien será a finales de año, el calvario económico está servido. Claro que eso no lo va a reconocer nadie ahora. 

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