Artzaia

Luces y sombras... a falta de quince meses para las elecciones

Calviño y Ribera
Nadia Calviño y Teresa Ribera en el Congreso.
EFE

Aunque falten todavía ocho meses y medio para las elecciones municipales y autonómicas y más de quince para las generales -con el 10 de diciembre de 2023 como fecha tope para convocar-, la larga campaña electoral en la que ya estamos inmersos empieza a confundir entre la opinión pública lo que es pura gestión política para defender los intereses y las necesidades de los ciudadanos, y lo que se ‘vende’ de cara a la galería con la única finalidad de rascar un puñado de votos o, lo que es más importante, denostar al de enfrente sin ningún tipo de escrúpulos para que no los consiga. Todo ello mientras las fuerzas de izquierdas y derechas del país van lidiando sus propias cuitas internas, para intentar llegar a las citas con las urnas sin que la población tenga un lío tal que no se aclare nunca del todo la distancia que separa en pleno siglo XXI a la socialdemocracia del liberalismo en Europa.

Partiendo de esa falta de consideración de los políticos -del Gobierno y de la oposición- por meternos en una campaña electoral eterna cuando todavía queda más de un cuarto de legislatura que completar (a riesgo de generar un hartazgo social tan grande que desanime ir a votar), lo único que parece claro sobre el tapete es que la contienda se va a librar sobre la base de la economía, que es el ingrediente imprescindible de todas las salsas por delante incluso de los fundamentos y las pugnas ideológicas de otras épocas. Huelga decir que los millones de indecisos que suelen decantar de un lado u otro la balanza van a votar, sobre todo, con el bolsillo, algo duro de pelar para el Gobierno de Sánchez si tenemos en cuenta el desmoronamiento del orden energético en apenas un año y la subida generalizada de precios que ha provocado, pero hay todavía argumentos a favor y en contra de cada parte en ese escenario político a largo plazo que nos queda por delante antes de decidir la papeleta.

Como gran argumento a favor que puede aprovechar y desarrollar el presidente se coloca por delante el tándem Calviño-Ribera como puntal de la credibilidad del Ejecutivo español en la Unión Europea, sobre todo a la vista de que la propia Von der Leyen, conservadora y liberal, apuesta por las fórmulas del tope al gas y la reforma radical del mercado eléctrico para salvar los recibos de la luz de toda Europa del yugo de Putin, sin sangrar de mala manera las arcas públicas de cada Estado y sin tener que nacionalizar todas las energéticas del Viejo Continente. Es evidente que el papel de Sánchez sin ellas dos detrás no sería el mismo en Bruselas, muy por delante de cualquier otro miembro del Gobierno y, por supuesto, lejos de las propuestas de Díaz y una izquierda radical que se autodescompone poco a poco. Tampoco Feijóo, que este fin de semana contaba con el ánimo explícito de la propia presidenta de la Comisión, tiene por ahora dos alternativas conocidas que puedan hacer sombra al tándem de Sánchez en Bruselas.

Si esas son las ‘luces’ con las que dirigir la gestión política en el largo periplo electoral que queda, no son menos las ‘sombras’ con las que tienen que lidiar. Se supone que la inflación ha tocado techo este verano, pero eso es algo que queda por ver y que de poco sirve para bajar la tensión en los precios energéticos y la cesta de la compra este cuatrimestre si sólo tiende a la baja, pero se mantiene en niveles dañinos para las familias y las empresas. El plan de contingencia en el consumo energético ayudará, a duras penas, pero una vez con las subidas en marcha, datos por encima del 5% siguen siendo igual de malos para la economía doméstica que el 10% con que empieza el otoño. Frente a ello, Calviño está empeñada en abrir cauces para un pacto de rentas, que no depende de ella, sino de lo que caliente o no su compañera de consejo de ministros y de la cartera de Trabajo a sus ‘amigos’, los sindicatos. Animar protestas, por más legítimo que sea, es impropio de un Gobierno que busque el diálogo y el acuerdo, diga lo que diga Díaz.

Del lado de las sombras, tampoco es bueno para un Ejecutivo que lleva más de tres años hablando de diálogo y templanza ‘sanchista’, optar en campaña por un mensaje radical en contra de las grandes empresas del país. Recuerda viejos mensajes conservadores de estar a una orilla u otra del río y negar la existencia del cauce y las zonas grises en las que se pueden alcanzar grandes avances. Sin las empresas, sobre todo las grandes, en este país no progresa nadie, y utilizar esa guerra para improvisar impuestos como el de la banca, es un error que se puede pagar muy caro. A falta de definir -nunca lo ha hecho nadie del Gobierno- lo que es la “clase media trabajadora”, que sale a una media de ocho a diez menciones en cada mitin de Sánchez, estoy seguro de que en ese colectivo hay mucha “gente” que defiende la labor social de las empresas y valora el efecto arrastre que las grandes hacen de las pequeñas en un país tan atomizado empresarialmente como España. Seguro que la banca y las grandes compañías están dispuestas a “arrimar el hombro”, pero hay formas, y formas, de hacerlo.

Como buen aficionado al deporte que es Sánchez, sabe que en un sprint electoral largo, como el que se ha planteado ahora, es mejor seguir agazapado en segunda fila y no asomar como el primero en las encuestas demasiado lejos de la meta, a pesar de las ganas de Tezanos y el CIS de decir lo contrario cuanto antes. La estrategia lo marca todo en la recta final, pero hasta que de verdad lleguemos a eso, las opciones de cometer errores son enormes, máxime cuando los imponderables de una guerra que ha roto el sector energético europeo pueden definirlo todo en un click, en lo que se tarda en darle al interruptor de la luz y que no se enciendan las bombillas o abrir la ducha y que no salga agua caliente. Ribera ‘dixit’. Eso tan simple y tan poco ideológico sí que puede dar un vuelco a las urnas. 

Mostrar comentarios