La fusión Caixa-Bankia y la insoportable levedad del Ibex 35

El Ibex 35 remonta en el inicio de agosto.
El Ibex 35 se ha convertido en el peor índice de Europa tras la pandemia.
Archivo / L. I.

La crisis de la Covid-19 tiene múltiples prismas desde los que observarse. Primero el humano, luego el frente sanitario, el político y también el económico. En otra dimensión distinta, la Bolsa. Se mire por donde se mire, el desastre es el común denominador en España. También si se compara con lo ocurrido durante la tragedia en otros países desarrollados. Altas tasas de mortalidad, paro masivo, descoordinación en la Administración, mayor recesión... ¿Por qué los resultados son peores aquí que allá? En el caso bursátil, la fragilidad ha sido una vez más la tónica dominante.

El Ibex 35, la referencia que agrupa los movimientos de las 35 empresas cotizadas españolas más relevantes, se ha convertido en el peor índice de Europa y queda en mal lugar a escala mundial. Si los paneles de cotización reflejan las expectativas, las del barómetro ibérico son entre inquietantes y lúgubres sobre lo que pueda venir. El descenso acumulado del 28% desde enero esconde la pérdida de más de 150.000 millones de euros de capitalización bursátil. En contraste, la menor caída de otras bolsas o, incluso, subidas.

La liquidez masiva por la potencia de los planes de estímulo monetarios y fiscales no ha logrado enderezar el rumbo de un mercado que parece gafado ante cada crisis. En líneas generales, el recelo de los inversores se explica por la descoordinación política, la mala evolución de la pandemia o los vaivenes en la gestión de la crisis por las autoridades. Pasaron de la negación de la gravedad de la amenaza sanitaria del coronavirus al confinamiento más radical y, después, a cantar victoria con una de las reaperturas más alegres con motivo de la temporada turística. Pero la esperada recuperación en V ha pasado de largo por el principal parqué ibérico.

La clave está en la composición de los índices y de los negocios que cotizan en bolsa. El turismo, la energía, las telecomunicaciones, la banca o la construcción se han demostrado poco atractivos para los inversores internacionales en un contexto de pandemia. En cambio, la tecnología y el sector farmacéutico han recibido todos los parabienes del dinero. Es para reflexionar que el Ibex 35 carezca de ellas salvo excepciones como Amadeus, Grifols y Almirall. También es para hacérselo mirar que el 33% de la ponderación del índice sea un sector regulado como el energético en uno de los países más dependientes del mundo de la energía exterior. También que otro 18% sea el bancario y otro 12% las telecomunicaciones.

El pago de dividendos ha sido uno de los reclamos históricos de la Bolsa española desde hace décadas pero en 2020 ha sufrido un golpe mortal con la suspensión de las retribuciones de los bancos a sus accionistas. Hay quien, sin embargo, considera esto una buena noticia para la salud bursátil del Ibex 35, erosionado por estos pagos que se descuentan de las cotizaciones y del valor de las empresas en lugar de reinvertirse en el negocio. En EEUU, en cambio, las empresas suelen apostar más por recomprar sus propias acciones que por distribuir un dividendo. La primera opción refuerza las cotizaciones frente a la operativa de los inversores en corto o la discrecionalidad de los grandes inversores. La segunda modalidad fideliza al gran accionista rentista pero debilita los balances empresariales. Los resultados están a la vista.

A cuenta de la Covid-19, el Banco Central Europeo (BCE) se ha encargado este año de realizar una labor pedagógica impagable con el asunto de los dividendos al recordar que su distribución hace más vulnerables a las entidades financieras porque les resta capital. Por otro lado, ha forzado a los bancos a que reinviertan en su negocio, que no es otro que prestar. No remunerar al accionista a cambio de liberar su capacidad de crédito para hacer frente a la crisis pandémica y la necesidad de crédito que tienen o tendrán empresas y hogares. Otro de los grandes mensajes al sector del guardián del euro está comenzando a calar ahora: es hora de fusionarse y reducir su capacidad.

Desde los tiempos de Marios Draghi, el BCE ha repetido machaconamente que el sector bancario sufre por su falta de rentabilidad. En parte es algo cínico ya que es el banco central quien fija las reglas del juego y los niveles de tipos de interés. Sin embargo, no le falta razón a la hora de poner el foco sobre una incómoda realidad: la digitalización de la economía está convirtiendo algunos pilares bancarios en anacrónicos y obsoletos. De hecho, la palabra ‘sobrecapacidad’ ha estado presente en múltiples discursos de la cúpula del supervisor. El último en referirse a ello ha sido Luis de Guindos, personaje clave tanto en el rescate de Bankia en 2012 como en su boda con Caixabank ahora. Entonces como Ministro de Economía y ahora como vicepresidente del BCE.

Su llamamiento a la fusiones bancarias el pasado 1 de septiembre ha encontrado su eco inmediato con el anuncio de conversaciones entre Bankia y Caixabank. Los motivos esgrimidos por Guindos son esta vez muy urgentes: el impacto de la pandemia en la economía española ha acelerado esta necesidad y la vulnerabilidad del sector. En el Ibex 35, que cuenta con 6 bancos entre sus componentes, su rol iba camino de la irrelevancia.

La creación del gigante Caixabankia con más de 650.000 millones de euros en activos apenas vale 14.000 millones de euros. Su acción tiene un peso del 4% en el Ibex entre ambas firmas, menos que Telefónica, Cellnex o Ferrovial por separado. La jibarización del sector ha provocado además que los bancos estén atados de pies y manos a la hora de ampliar capital por su pequeño tamaño. Será necesario para apuntalar su capital ante la ola de morosidad que está levantando la pandemia. Solo les queda la vía de los bonos convertibles o los proyectos de fusión para presentarse ante los inversores para pedir su dinero.

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