Vacunar 150 personas en una mañana

Pinchando vida: "En una residencia una mujer se negó y no pudimos vacunarla"

Grupos de enfermeras trabajan en todo el país inyectando la vacuna contra el coronavirus a sanitarios y personas mayores. Esta es la historia de Alicia.

enfermera barcelona
Alicia, durante una de las sesiones de vacunación contra la Covid.
Cedida

Alicia es enfermera pediátrica y ayer por la tarde no acudió a clase de costura. Trabajó por la mañana en su centro de Atención Primaría con normalidad, aunque empezó a encontrarse un poco destemplada. El día anterior le habían suministrado la segunda dosis de la vacuna contra el SARS-CoV-2. Para ella no es ningún escándalo, era consciente de que los síntomas de la vacunación pueden generar dolores musculares y un poco de malestar. "No importa, ya iré otro día. Así descanso", explica por teléfono. Lleva 40 años ejerciendo la profesión y nunca había visto nada parecido.

"El VIH (virus del SIDA) era lo más impactante que había vivido como enfermedad infecciosa. No sabíamos nada, si teníamos que lavarnos las manos o si no. Pero entonces nadie se quedó en casa, y la vía de contagio no era respiratoria como ahora”, detalla. Ayer retomó la labor de ‘pinchar’ Pfizer a sanitarios y ancianos de residencias, después de una semana interrumpida por carencia de dosis. Recuerda que el primer día de vacunación fue el 4 de enero en el Hospital del Mar de Barcelona, y también por qué decidió inscribirse como voluntaria en la campaña: "Lo he hecho desde un sentimiento de culpa"

"Hace 12 años dejé de estar en UCI y cuando en la primera ola pidieron sanitarios decidí permanecer en Atención Primaria. Pero me quedé con la sensación de que podría haber ayudado más", explica. Después de la vacunación a mayores y sanitarios tuvo que desplazarse con su equipo (dos compañeras más con un coche cedido por el departamento de Salut) a una residencia de Poblenou. Parte con ventaja. Tantos años en Atención Primaria y Pediatría le han curtido en el arte de vacunar. Desde las campañas escolares a la vacunación de la gripe a ancianos. Pero, recalca, que la vacuna de la Covid-19 es totalmente diferente.

Debe ser tratada con extremo cuidado. Como cuenta Alicia, todas las vacunas deben mantenerse en una nevera de entre 2 y 8 grados y, una vez reconstruidas, pueden aguantar 24 horas más. No es el caso de la vacuna del Covid-19: "No se puede romper la cadena del frío, no es que se saque el vial y se pueda llevar por la calle. Una vez montada, aguanta un tiempo de cinco horas", explica detallando su delicadeza. "De hecho, la nevera no puede pasar de 8 grados porque se inactiva, y tenemos que tener mucho cuidado en el transporte. El problema también es que si se inactiva nadie lo ve". 

Como en una campaña de vacunación en un colegio, Alicia sabe lo que es estar una mañana entera hendiendo agujas en hombros. Cuando se desplazaron a la residencia de Poblenou estuvieron de 10:30 horas a 14 horas e inmunizaron a 150 personas. "Es como una fábrica. Una carga, otra pincha y otra registra", explica Alicia. Tres fases indispensables para inyectar vida. La primera, la carga, consiste en sacar del vial seis dosis de Pfizer. Algo que se ha perfeccionado con el tiempo. En esta línea, el 8 de enero, la Agencia Europea del Medicamento (EMA) recomendaba extraer esa cantidad de dosis en lugar de cinco. Para ello indicaba que era necesario utilizar agujas de bajo volumen muerto, lo que significaba que entre la jeringa y la aguja no debía haber más de 35 microlitros.

Alicia lo relata coloquialmente. Dice que se han utilizado para administrar las vacunas Pfizer jeringuillas tipo 1, que son las de la insulina. "Pero ahora hay unas más precisas, que no dejan tanto espacio muerto como las otras. Con las otras también administrábamos bien, pero si no vas con cuidado te puedes pasar y quedarte corta", detalla. La segunda fase es pinchar. En las residencias es un trámite que ha generado todo tipo de reacciones. La norma general es que los ancianos se afanen por querer salir a pasear una vez "inmunizados". Le interrogan a Alicia impacientes, un poco como le preguntan los niños en el colegio tras llevar en el cuerpo la triple viral, que si podrán salir una vez vacunados. "Les digo que esperen a la segunda dosis y que no se quiten la mascarilla. Ellos me dicen que ven a gente por la calle. '¿Ya con esto puedo salir?', insisten”.  

Algunos se resisten. Durante la tercera fase, el registro, una mujer se negó a que la vacunaran. Antes de administrar la dosis, los sanitarios desplazados deben revisar cuidadosamente si la persona citada es la que tienen delante. En ese momento es fundamental la labor de los cuidadores, en el caso de las residencias. Como explica Alicia, son ellos quienes conocen el estado de salud de los internos, y eso es determinante a la hora de aplicar la vacuna. "El otro día una señora no quiso vacunarse. Su hija le había firmado una autorización pero ella no quería. Los cuidadores nos dijeron que esa señora no tenía demencia y era consciente de todo lo que ocurría. Así que si se quiere vacunar más adelante podrá hacerlo, pero no la vacunamos porque esa fue su voluntad", explica la sanitaria.

Alicia compara dos realidades. La de toda la vida en sus últimos años de profesión: la de los niños y el colegio. Y la de ahora: la de los ancianos y sus hijos. Unos hijos que son tutores legales de sus padres, institucionalizados al estar en residencias. La Covid-19, un virus que equipara la infancia con el ocaso de la vida y deja a los mayores en un patio de recreo

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