Los ministros de Energía y Clima del G-7,el club de naciones industrializadas que incluye a Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y Japón, se comprometieron la pasada semana a descarbonizar la mayor parte de su sector eléctrico "de aquí a 2035", reduciendo especialmente el uso del carbón del mix energético mundial. En lo que no llegaron a acuerdos concretos fue en lo relativo a reducir la dependencia energética de Rusia, sobre todo en el mercado europeo. La Comisión presentó recientemente su plan RePowerEU de 300.000 millones de euros para lograr la desconexión energética de Rusia, rebajar los precios y reducir las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera. Y ha habido otras promesas por parte de Gobiernos de todo el mundo en este ámbito.
¿Será suficiente? ¿Se cumplirán las hojas de rutas previstas o los objetivos de descarbonización acabarán pagando los platos rotos de esta concatenación envenenada de crisis? Sobre ello reflexiona María Ortiz, directora del Programa de Energía y Medio Ambiente (EEP) del Aspen Institute. Ortiz trabajó durante 11 años en Naciones Unidas en Chile y Líbano; además y como jefa de gabinete adjunta en la Comisión Económica de la ONU para América Latina y el Caribe, dirigió las iniciativas de la institución sobre la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
Desde su punto de vista, los objetivos de descarbonización son un tema "que hay que entender en el largo plazo", si bien y para alcanzarlos la acción se construye desde el corto, el medio y el largo plazo. "A mí el argumento de que se utilice la coyuntura para desviar la trayectoria hacia un objetivo de largo plazo no me convence tanto", apunta. Obviamente las crisis impactan, pero considera que "apostarle al corto plazo para querer llegar o para poder cumplir con esos objetivos de largo plazo" le parece "un acercamiento un poco miope... es un poquito una excusa".
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