Entrevista a Felipe Fernández-Armesto

"Patriota es quien quiere que su país sea el mejor; el nacionalista se cree mejor"

El historiador de origen británico pero también con nacionalidad española defiende "la verdad" sobre la herencia hispana en Estados Unidos y su impacto sobre la construcción de la primera potencia mundial.

El historiador hispano-británico Felipe Fernández-Armesto defiende la influencia de España en EEUU.
El historiador hispano-británico Felipe Fernández-Armesto defiende la influencia de España en EEUU.
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Felipe Fernández-Armesto (Londres, 1950) se declara como "el mayor patriota de España" a la vez que reivindica el buen uso y comprensión de esa palabra frente a otra que considera uno de los mayores quebraderos de cabeza para la humanidad en los últimos dos siglos: los nacionalismos. Él, que tiene el doble pasaporte británico y español, es toda una institución en Historia Moderna, que la ha enseñado en Oxford, Boston y ahora desde su cátedra en la Universidad de Notre-Dame, en Indiana. Hijo de periodistas ilustres del siglo pasado (el padre del mismo nombre, aunque fue conocido como Augusto Assía, y Betty Millan, fundadora de 'The Diplomatist'), se le reconoce en el ámbito académico por su larga trayectoria divulgativa sobre la huella hispana en Estados Unidos frente al discurso anglosajón. 

Pero también se ha especializado en otras ramas y preocupaciones, desde la gastronomía al impacto de la inteligencia artificial en el pensamiento actual. Siempre desde una óptica humanista y transversal, desde las más lejanas referencias a lo que puede deparar el futuro. Sus intereses y su bibliografía abordan mucho más que una especialización. De fondo, su gran obsesión no consiste en defender una tesis o un argumento porque sí. Solo importa la verdad por encima de cualquier postura. Aunque a muchos no les guste la verdad.    

Pregunta.- Usted siempre ha defendido el importante legado español en Estados Unidos y su libro ‘Nuestra América’ es una reescritura de la historia americana desde una perspectiva hispana (de Norte a Sur frente al eje Este a Oeste anglosajón tradicional). ¿Cuánto de España queda en Estados Unidos?

Felipe Fernández-Armesto.- Latinoamérica no se para en el Río Grande. Hice la burrada, una vez cuando estuve en Tejas, de preguntar a un historiador hispanoparlante cuándo había inmigrado su familia a Tejas. "Sobre el año de 1700," me contestó. Queda una población, un idioma, una religión, una música, una agronomía, una tradición jurisprudencial, las memorias históricas, las influencias literarias y folklóricas – vamos, toda una cultura, en varias zonas, sobre todo en Tejas, California, Nuevo México, Arizona, Luisiana, Florida y, por supuesto, Puerto Rico. Hasta en Montana, uno de los estados más distantes de la antigua frontera de la monarquía española, tienen su lema oficial en español ("Oro y Plata," tal vez para acordar con la obsesión estadounidense con el dinero). Todo eso sin contar la cultura hispánica aportada por inmigrantes, que ya se difunde por el país entero.

P.- A finales del siglo XVIII, todo el territorio actual de Estados Unidos (incluido Alaska) estaba controlado por España, a excepción de las zonas al este de los Apalaches. ¿Cómo se borró tan rápido esa presencia?

F.F.A.- No es cierto que España controlara ni siquiera las zonas oficialmente españolas, es decir, el litoral occidental hasta las cercanías de Nootka Bay, la cuenca del Mississippi al lado occidental del río, y los estados actuales de Utah, Arizona, Nuevo México, Tejas, Oklahoma y Florida... Los imperios preindustriales carecían de mano de obra y recursos tecnológicos para controlar sus territorios y remitían a la colaboración de las elites indígenas y coloniales. Ni es cierto que se borró los vestigios y herencias de la presencia española, sobre todo en los aspectos de la cultura española que contaban más con la corona española, es decir la religión y el idioma. Como acabamos de comentar, EEUU sigue siendo en parte un país latino.

P.- ¿Qué diferencias hay entre el modelo 'anglosajón' y el español respecto al colonialismo (en Estados Unidos)?

F.F.A.- Cuando llegaron los ingleses, el único modelo que tenían que seguir era el español, ya que España tuvo la única monarquía auténticamente mundial, que se había construido con éxito y rapidez apabullantes. Lógicamente, los ingleses intentaban imitarla. Pero intervinieron diferencias medioambientales que impusieron un patrón en ciertos aspectos diferente. España ya había adquirido las zonas de máxima población y riqueza natural, y los ingleses quedaban con terrenos difíciles de explotar, con habitantes nativos dedicados a actividades económicas insuficientes para mantener una colonia extensa o una administración costosa al estilo europeo. Así que los colonos anglosajones expulsaron o mataron a los indígenas e iban introduciendo una economía nueva, a base de la importación de mano de obra europea y africana. Lo mismo sucedió en varias zonas españolas de las Américas, donde se practicaban economías nuevas, tales como el azúcar o la producción masiva de plata; y por supuesto la ranchería a base de nuevas especies introducidas por los españoles (vacuna, equina, ovina) vino a ser una actividad tan anglosajona como española. Pero en la monarquía española, lo normal era seguir con la economía indígena, ligeramente modificada. En las zonas inglesas lo normal era acabar con ella.

P.- ¿Por qué ese alejamiento histórico pese a todo? ¿A qué se puede deber ese desconocimiento incluso en las universidades? ¿Ha cambiado algo, a mejor o peor, en los últimos años?

F.F.A.- La historia, ya se sabe, se escribe por los vencedores, y la historia decimonónica de los EEUU fue una historia de expansión anglosajona y retroceso hispano, en gran parte efectuado por la violencia y rapiña de los vencedores. Ese momento histórico coincidió con la fundación de la mayor parte de las universidades, el inicio de la educación masiva, la llegada de innumerables inmigrantes no hispánicos y lo que tal vez podemos calificar de un cambio de rumbo del país hacia un concepto de sí mismo a base de la herencia británica de los míticos 'Padres peregrinos' –que no eran ni padres ni peregrinos– y los 'Padres fundadores' de la época de la revolución norteamericana, quienes eran más que nada unos aristócratas inglesitos de provincia, de cultura ilustrada o protestante. En esas circunstancias, la identidad supuestamente nacional vino a definirse en términos protestantes o seculares, anglosajones y angloparlantes. Ahora, por supuesto, toda esa historia se contesta por las minorías étnicas y religiosas, entre los cuales predominan los negros, por su peso demográfico, y sedicientes indígenas, por sentimientos románticos y poscoloniales. Los hispanos quedan un poco al margen.

"A España, por sus propios intereses económicos y comerciales, le vendría bien apoyar el uso del español en EEUU"

P.- En este sentido, ¿es responsable España también de no defender su legado? Porque no todo va a ser acusar a otros de ‘leyendas negras’ reales o infundadas sobre España.

F.F.A.- No me parece válido defender el legado de España, sino sencillamente la verdad histórica. Claro que a España, por sus propios intereses económicos y comerciales, le vendría bien apoyar, tal vez con más urgencia y intensidad, el uso del español en EEUU. Pero eso lo veo más bien como oportunidad que obligación. Pero cuando digo, por ejemplo, que existe una historia hispánica de los EEUU, más larga y profunda que la anglosajona, no lo digo para defender nada sino la verdad.

P.- La llamada ‘guerra de las estatuas’ no es un fenómeno nuevo en Estados Unidos. Ni siquiera lo es que se 'culpe' al pasado español (sobre todo, con Cristóbal Colón). ¿Hay alguna diferencia en estos días con otras crisis pasadas?

F.F.A.- España fue en su momento el reino de los vándalos, cuyo nombre se conserva en Andalucía. En España, por lo visto, nos encantar derrumbar monumentos. Me acuerdo de un chiste de Mingote con un follón de gente indignada o más bien enloquecida, destruyendo una estatua dedicada 'Al Glorioso Pérez' –una muestra de lo tonto que son tales actos. Para mí, no hay que darles tanta importancia a las estatuas, que no son sino muebles exteriores, que ya no sirven para conmemorar a quienes se representan, ya que casi nadie sabe de quién se trata ni les hace caso, solo los pájaros que las emplean para descansar y defecar. La gran desgracia es que debemos, en EEUU y en España, ser democracias maduras, capaces de aceptar la totalidad de nuestras historias, reconocer que consisten en hechos diversos, tanto paladeables como asquerosos, y aceptar los monumentos que nos recuerdan ambos aspectos. Los héroes de algunos son necesariamente los malévolos de otros, porque mientras que la santidad es universal el heroísmo es esencialmente partidario. Si vamos a vivir en paz tenemos que aceptar a los héroes de los demás.

"Si vamos a vivir en paz tenemos que aceptar a los héroes de los demás"

P.- ¿Ha enrarecido el ambiente actual la postura política de la actual administración americana, no solo por la ‘demonización’ de la inmigración que viene del sur sino por la ruptura de vínculos con Europa en general?

F.F.A.- Lamentable, sí. Raro, no. El nacionalismo de todos los tipos ha sido uno de los temas predominantes de la historia mundial desde principios del siglo XIX, y, desgraciadamente, sigue en vigor.

P.- ¿Le podría venir bien electoralmente hablando a Trump desviar la atención hacia asuntos más ‘históricos’ y culturales en lugar de afrontar la crisis sanitaria?

F.F.A.- No. Me parece que lo que se llama su "base electoral" aprueba enfáticamente su postura sobre el virus, que es quitarle importancia y seguir con las tradicionales prioridades económicas.

P.- Además, la llegada al poder del PSOE y, desde enero, la suma de Podemos en el Gobierno supongo que servirá de ‘razón’ añadida de suspicacias hacia España desde la Casa Blanca al entenderse que el partido de izquierdas nació con fuertes vínculos a la política bolivariana (ya bastante más moderados). ¿Cómo puede afectar esta situación en las relaciones bilaterales?

F.F.A.- Por Dios, no hagamos política en España para lamer el culo a Trump. Odio a esos señoritos sinvergüenzas de Podemos, y su relación de adulación mutua con el chavismo es una muestra de su falta de juicio moral o racional. Pero lo importante para España es seguir siendo España (mantener la unidad del país, la fidelidad a nuestras tradiciones de respeto hacia todas nuestras culturas) en un país, una Europa y un mundo de todos.

P.- Un británico con ascendencia española que defiende lo español frente a lo anglosajón en la primera potencia mundial. ¿Cómo se llega a esa postura?

F.F.A.- Soy británico en el sentido de tener un pasaporte británico, pero tengo, gracias a Dios, ambas nacionalidades, y tal vez por no haber tenido que soportar los agravios de vivir en el país, soy el mayor patriota español del mundo. Me trasladé a los EEUU por motivos poco honrados: quería aprovechar del entorno profesional insuperable de las universidades norteamericanas. En la universidad de Notre Dame estoy a gusto, por el ambiente católico y amigable y por ejercer una cátedra más rica que ninguna del viejo continente. Por supuesto, por vivir en el país, he venido a sentir cariño profundo a los EEUU, y afecto a sus habitantes. Un patriota es el que quiere que su país sea el mejor de todos. Un nacionalista es el que se equivoca pensando que ya lo es.

P.- Sin salir del Reino Unido, ¿cómo valoraría la gestión frente a la pandemia de la Administración de Johnson?

F.F.A.- Mal. La economía queda aplastada, sin salvar las vidas de los ancianos, pobres y débiles.

P.- En estas semanas de pandemia son muchas las veces que se ha comparado la situación actual con 1918 y la 'gripe española' y cómo aquello cambió el mundo. Sin el añadido de la Primera Guerra Mundial, ¿esta crisis sanitaria puede generar cambios de paradigma o fata la siempre necesaria perspectiva histórica o distanciamiento?

F.F.A.- Tales cambios no se generan sino suceden lentamente, a través de cambios en los paradigmas vigentes. Hasta las revoluciones sólo sirven para confirmar algunas tendencias anteriores. Estamos ante un momento de decisión entre nacionalismo y pluralismo, autoritarismo y subsidiaridad, misericordia y crueldad, tolerancia y corrección política, capitalismo desenfrenado y economía racional. La pandemia y la crisis económica aumentan las tensiones y acentúan la urgencia.

"Estamos ante un momento de decisión entre nacionalismo y pluralismo, capitalismo desenfrenado y economía racional"

P.- Londres debe culminar en estos meses el Brexit. ¿Considera que el Reino Unido ha cometido un error histórico? ¿Hay vuelta atrás o solo queda amortiguar el golpe?

F.F.A.- Por supuesto, el Brexit es un desastre, sobre todo para los británicos. Pero insisto, como siempre, que las crisis son buenas para la Unión Europea, que siempre sale más fuerte y más dedicada al proyecto de realizar una unión cada vez más perfecta. Hay vuelta atrás, pero no bajo la administración de mi antiguo amigo Boris Johnson. En fin de cuentas, al cabo de un sufrimiento más o menos largo, supongo que el Reino Unido –o lo que quede de un reino antes unido– volverá a ser parte de la unión, o por lo menos de la área económica, porque la verdad es que que no tiene otra salida.

P.-En estos últimos años, también ha participado de manera muy activa en el debate sobre la libertad de expresión en los ámbitos universitarios frente a los postulados considerados como políticamente correctos y exclusivos. ¿Quién decide lo correcto y por qué?

F.F.A.- No hay nada correcto sino la verdad. Y la verdad más fiable es que sabemos muy poco a ciencia cierta. No soy gran partidario de lo decisivo. Mantener la apertura, la tolerancia, la investigación, el debate, el intercambio de ideas que es lo que más nutre y enriquece la vida intelectual: he aquí la única vocación auténtica de una universidad. Cuando faltan hechos verificables, remitimos a la razón. Por eso, el catolicismo de la universidad de Notre Dame me parece el entorno perfecto para ser académico, reconociendo que ciencia y razón son los dones de Dios –los talentos que nos dio, y que debemos ejercer para vivir dignamente.

P.-¿Peligra la cultura, la historia y las ciencias en general frente la simplificación de los discursos? ¿Es posible reducir el pensamiento a lo bueno y lo malo? Sobre todo, porque ¿quién marca lo bueno y lo malo?

F.F.A.- Claro que la verdad, cuando resulta accesible, suele ser muy compleja. No me lleves, por Dios, a las aguas tranquilas sino a los mares tempestusos y difíciles de navegar. Y el pensamiento no es dilemático. No se reduce a dicotomías. En su gran mayoría los actos y las personas no son ni buenos ni malos sino una mezcla de las dos cosas. Pero sí son dos cosas: lo bueno y lo malo, aun cuando se mezclan, son distintos. Y cuando llegamos a un cruce de vías hay que elegir. Si no, morimos, como el asno de Buridán, por indecisos. Por tanto necesitamos medios de distinguir entre lo bueno y lo malo, tanto como entre la verdad y la falsedad. Disponemos de medios que me parecen bastante fehacientes: la razón, los consejos y ejemplos de los sabios y santos, los hechos científicos e históricos y la intuición disciplinada.

P.- Y la pregunta que siempre surge en estos asuntos: las nuevas tecnologías, las redes sociales, la globalización de los mensajes y de la información… ¿Qué papel han jugado y todavía juegan como problema o solución?

F.F.A.- Toda solución da lugar a sus propios problemas. Me preocupa la posiblidad de que algunas de nuestras técnicas provoquen problemas insolubles: la bomba atómica, la atrofia informática, el robot mal programado. Pero los grandes retos no son de fabricación humana, sino, como yo siempre he insistido, provenientes de la naturaleza, que sigue siendo la gran superpotencia mundial y que nos puede destruir con sus bandazos climáticos, sus revueltas sísmicas, sus asteroides, sus eventos solares y electromagnéticos y, como acabamos de ver, sus mutaciones microbiológicas.

P.-¿Ha vuelto la censura previa? O, mejor dicho, la autocensura previa.

F.F.A.- En mi caso, creo o espero que no.

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