Jinping será reelegido en 2022

China apuntilla a la economía mundial con la megacrisis de suministros al alza

Xi Jinping ha logrado conectar a los comunistas que miraban con desconfianza a Occidente con las nuevas generaciones. Ahora afronta la misión de construir una superpotencia en medio del clima de inestabilidad.   

Xi Jinping China
China da un paso de gigante: Xi Jinping asume convertirla en potencial mundial. 
Europa Press

Una vez más, los focos de la atención mundial se han situado sobre China. Un aparente acto protocolario, en forma de comité de toma de decisiones, para conmemorar el centenario del partido comunista chino se ha tornado en la excusa perfecta para poner sobre la mesa un sueño que arrancó hace tiempo: convertir a Xi Jinping, el máximo mandatario chino, en un líder mundial a la altura de Mao Zedong y Deng Xiaoping. Todos los anuncios públicos, hábilmente difundidos durante la semana, han tenido como línea argumental el ensalzamiento de los logros del séptimo presidente de la República Popular para destacar su "enorme coraje político" en una época de incertidumbres y amenazas.

Las loas a la gestión del líder tienen el tinte de tiempos pasados, especialmente en la prosa que muestra el extensísimo comunicado oficial remitido al Planeta. Así, destaca abiertamente que Xi "ha resuelto muchos problemas difíciles que estaban en la agenda durante mucho tiempo, pero que nunca se resolvieron y logró muchas cosas que se querían, pero que nunca se hicieron. Ha impulsado logros y cambios históricos en la causa del partido y del país. China ha abierto nuevos caminos en sus esfuerzos diplomáticos en medio de profundos cambios globales y ha convertido las crisis en oportunidades", señala el texto. "Estos esfuerzos han dado como resultado un marcado aumento de la influencia, el atractivo y el poder internacional de China".

Estas declaraciones son fruto de un esfuerzo que encuentra su origen en 2018. Este año, Xi Jinping propuso la modificación de la constitución china para derogar el límite máximo de dos mandatos de cinco años al frente de la presidencia de la República. De esta manera, el líder chino despejaba el camino para perpetuarse en el poder del país asiático, ejerciendo el control absoluto en el Partido Comunista, en la República Popular y en el Ejército chino; los pilares que estructuran una nación de casi mil quinientos millones de habitantes.

El secretismo que suele envolver estos actos se acabó en el mismo momento en que la televisión china mostró la imagen de los 348 miembros votando al unísono las resoluciones del encuentro. No quedaba ni un pequeño margen para la duda: Xi Jinping será reelegido presidente en el segundo semestre de 2022, convirtiéndose en el primer presidente de la historia de la República Popular China en dirigir el país más de diez años consecutivos. Será en este momento en el que se visualice su encumbramiento mundial, pasando a ser el padre de la Patria que más tiempo estará en el poder.

El legado durante los últimos ocho años del "reinado" de Ping sólo puede resumirse en éxitos, siempre atendiendo a la particular concepción que los medios oficialistas chinos tienen de su líder. Xi se ha convertido en el nexo de unión entre las antiguas generaciones comunistas, que se aferraban a un pasado de resquemor y desconfianza hacia todo aquello que sonara a Occidente y las nuevas. Estas son mucho más pragmáticas que sus predecesoras y son plenamente conscientes de que pueden jugar de tú a tú con las primeras potencias de un mundo que, cada vez más, está incorporando a China como líder del capitalismo mundial.

Estos son los mares y océanos por los que debe navegar el líder comunista bajo el que, según destacan los servicios de prensa del gigante asiático, China "ha pasado de levantarse y mantener un próspero crecimiento a convertirse en una superpotencia económica". Este es el relato que, como si de un mantra se tratara, el Partido Comunista trata de imponer a toda costa y no es por una cuestión menor: la historia de la China moderna se modela a base de ensalzar a sus líderes y ahora es el momento de Xi.

Controlar la comunicación

Sin embargo, China ha aprendido mucho y bien de la importancia de jugar con los tiempos en política, y su reelección y subida a los altares no es una cuestión que deba dejarse para el último momento. Necesita eso que los comunicólogos llaman 'timing' político: calentar el ambiente para convertir un hecho cotidiano (la presencia del líder), en un acontecimiento planetario (su elección como líder supremo).

Pero además del mensaje que se quiere transmitir al exterior, su estrategia es un claro toque de atención a las élites chinas que podrían llegar en un momento a disputar su liderazgo. Para el aparato del partido, sustentado también en los oligarcas de las ciudades-estado chinas como Shanghái, Cantón o Beijing, Xi se convierte en la única persona capaz de manejar una 'recién' ascendida superpotencia mundial en un periodo de la historia que se caracteriza por la inestabilidad e inseguridad en todos los ámbitos.

La postura china hacia problemas mundiales como el cambio climático, su hegemonía en la cadena de suministros o su indudable protagonismo en la actual revolución industrial y tecnológica se contraponen a su papel en la crisis mundial originada por la aparición del coronavirus en territorio chino. Sin duda, Xi será recordado por sus logros económicos, pero, para una parte importante de la población mundial, también lo será por los episodios sucedidos en 2019 en Wuhan, cuando la Covid-19 simplemente era una pequeña pesadilla escondida en una discreta ciudad de 11 millones de habitantes.

Xi ha sabido capear a la perfección las críticas que Occidente le ponía encima de la mesa sobre su unilateralismo y la visión monolítica del papel de una superpotencia. Aunque fuera de forma ficticia, la revitalización del Foro de Cooperación Asia Pacífico, una organización que reúne a 21 economías de ambas orillas del océano, ha simbolizado su particular apertura al mundo multilateral. Fue aquí donde Xi marcó las líneas del nuevo orden mundial alternativo en el que su concepción de la geopolítica en forma de pequeños círculos de poder sirvió para poner patas arriba el sudeste asiático y, de paso, de los nervios a los mismísimos Estados Unidos. Como si de un tsunami se tratara, las olas de cambio recorrieron las playas de Singapur hasta las de California a la velocidad del tuit, destrozando a su paso décadas de esfuerzo americano por consolidar su liderazgo en el que se ha convertido en el nuevo eje de poder mundial: el océano pacífico.

Nuevos retos en el horizonte

No todo es un campo de rosas para China. Es indudable que su gestión de la Covid-19 presenta lagunas que cuestionan su eficacia en la resolución de crisis mundiales, pero los riesgos económicos siguen encima de la mesa. El crecimiento descontrolado sigue generando enormes brechas de desigualdad entre una población en las que 150 millones de personas, pertenecientes a una clase media adinerada, tienen que bregar con otros 1.300 millones que aun siguen enclavados en una visión feudal del mundo.

La crisis de los gigantes chinos de la construcción, como Evergrande, han puesto de manifiesto la fragilidad de la deuda china. Es el único punto que ha empañado la operación de exaltación al líder, así como las tensiones sociales en la región Uigur de Sinkiang. El siempre enquistado problema de Hong Kong, la tremenda crisis demográfica y un no poco numeroso grupo de gobiernos locales, que empiezan a no entender de liderazgos centralizados, no han tenido el más mínimo espacio en el relato del Partido Comunista. A ojos de la población china, Xi es un líder incuestionable y que goza del don de la infalibilidad. Será a partir de 2022 cuando sume la omnipotencia a sus dogmas, algo que, como paradoja, le acerca cada vez más a un papado en lugar de al liderazgo de una república popular y comunista con ganas de comerse el mundo. 

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