Sin turistas ni servicio interior

El pánico al invierno y al cierre total acecha a los restaurantes de Nueva York

Las autoridades solo permiten servir comida en terrazas improvisadas al aire libre en espacios para aparcamiento y los propietarios que han reabierto no logran cubrir los gastos mínimos o de alquiler.

Una terraza con medidas extremas de separación y seguridad en Nueva York.
Una terraza con medidas extremas de separación y seguridad en Nueva York.
EP

Como dice Jake Dodkin, editor de Gothamist, los neoyorquinos de verdad se quedarán siempre en la ciudad incluso si vuelve a los días infernales de los años 1970, cuando el crimen y las drogas espantaban a los turistas. El comentario no es casual. La pandemia provocó una fuga en masa. Se estima que medio millón de vecinos huyeron de la gran metrópolis. Los que renunciaron a abandonarla, sin embargo, tomaron los parques y descubrieron cosas nuevas, como comer al aire fresco.

El coronavirus, de hecho, se presentó como una oportunidad única para establecer un nuevo orden en la calle y comerle espacio al coche. Los aparcamientos de pago en las avenidas Ámsterdam y Columbus, en la zona alta de Manhattan, los fueron tomando los restaurantes con sus mesas, sillas y carpas nada más levantarse las restricciones a inicios del verano. En pocas semanas, unos 9.000 negocios se apuntaron a esta iniciativa que se extendió rápido por toda la ciudad. El Chelsea Market, un espacio comercial que estaba siempre lleno de gente antes de la pandemia, acaba de colocar 115 mesas en la calle. Los clientes pueden pedir comida en una veintena de puestos y sirven cinco restaurantes. 

La misma estampa se repite más arriba en Koreatown, en la calle 32 entre Broadway y la avenida Madison, también en Manhattan, o en la bautizada como 'Piazza di Belmont', en el barrio del Bronx, que está cerrada al tráfico de jueves a domingo por la noche. El programa Open Restaurants, combinado con el cierre de calles, se convirtió así en una especie de antídoto para una industria clave en la recuperación económica de la ciudad vertical. Y conforme se conocen más detalles sobre cómo se transmite el virus, más son los neoyorquinos que abrazan la idea de hacer más cosas en la calle para socializarse de una manera segura. La iniciativa estará en vigor hasta mediados de octubre y volverá a repetirse el próximo verano.

"Es un balón de oxígeno para la supervivencia de muchos pequeños negocios", comenta Andrew Rigie desde la NYC Hospitality Alliance, "es la única luz en un panorama por lo demás muy sombrío para las empresas de la hostelería y sus miles de trabajadores". El programa, añade, "está reinventando la calle al convertir los estacionamientos en acogedores oasis gastronómicos". Pero el otoño se acerca y sigue en el aire cuándo los restaurantes podrán servir en el interior. Nueva York ya era antes de la pandemia uno de las ciudades más complicadas del mundo para operar un restaurante, por la competencia, la crítica y por el alto coste del alquiler. El coronavirus, sin embargo, actúa como un enemigo invisible y la incertidumbre empieza a crear pánico entre los dueños. Se calcula que cerca de 1.300 restaurantes y bares cerraron permanentemente en un periodo de cuatro meses, sobre un total de 2.800 pequeños negocios que desaparecieron. 

Es la suerte que corrió The Fat Rasih a dos meses de cumplir su décimo aniversario. El aplazamiento indefinido al servicio en el interior fue la carta de defunción. Se estima que uno de cada tres restaurantes no volverá a abrir. Había 26.000 establecimientos que sirven comida antes de la pandemia. Entre los que operan, ingresan menos de la mitad que hace un año. El 87% no puede pagar el alquiler y 37% directamente no lo hizo en julio. El 60% de los empleados está sin trabajo

Fred´s operó durante el confinamiento para atender los pedidos de los neoyorquinos que quedaron atrás. Se les incendió incluso el local en el Upper West Side, pero los bomberos lograron salvar la cocina. "Era una cuestión de supervivencia no solo para mi sino para toda la comunidad", comenta David Honor, "este negocio funciona en los dos sentidos". 

Los delivery es la fórmula que siguió desde mayo el reputado Wallsé en el West Village. Arte Café se reconvirtió en supermercado. El patrón de Café Sabarsky, situado en el corredor de los museos junto a la Quinta Avenida, prefiere estar cerrado mientras la ciudad no autorice el servicio a los clientes en el interior. En su caso, además, le afecta que se haya cerrado el grifo por completo de turistas y que buena parte de los clientes del Upper East Side se fueran de la ciudad sin mucha intención de volver. Ante esta situación, desde la asociación que dirige Andrew Rigie demandan a la ciudad un plan claro: "La salud económica de nuestra industria también debe ser primordial", declaró en una rueda de prensa. 

Honor, por su parte, ve la llegada del invierno con preocupación. "No tengo muchas esperanzas", comenta. Podría colocar calentadores en las mesas para servir sobre la acera y seguir tirando de las entregas a domicilio hasta la primavera. Pero no sería suficiente y necesitará de algún apoyo económico para compensar la pérdida de ingresos que espera. El alcalde Bill de Blasio presume cada vez que tiene oportunidad del éxito del programa Open Restaurants. También dice que quiere que vuelvan a servir en el interior de los locales "lo antes posible". 

Pero mira a la evolución del virus en Europa y teme que pondría "en riesgo toda la dinámica sanitaria en Nueva York". "Donde se permitió durante los últimos meses sin control", explica, "se observa un resurgimiento de las infecciones. Hay que tomarlo muy enserio". David Honor y otros patrones entienden esta lógica. Pero también ven que el mensaje que lanzan tanto el alcalde como el gobernador Andrew Cuomo indica que la incertidumbre al operar su negocio seguirá hasta que no haya una vacuna o un tratamiento contra el virus. La vuelta al colegio, además, será determinante. Es esta falta de claridad y consistencia por parte de los gobernantes locales lo que más critican los restauradores y sus distribuidores.

Y por encima de todo esto, lo que más les preocupa es al imaginar cómo será Nueva York dentro de un año sin la masa humana que antes del Covid-19 la invadía a diario. Es verdad que comer al aire fresco, algo que antes estaba reservado para el almuerzo los fines de semana, se hizo muy apreciado tras la claustrofobia del confinamiento. Pero el miedo más compartido es que los que se fueron no vuelvan nunca más si la ciudad tiene que cerrarse una segunda vez.

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