Educación, piojos, mocos, gripes y coronavirus

Los alumnos vuelven en septiembre a sus clases después de meses aislados por la pandemia de la Covid.

Isabel Celaá
La ministra Isabel Celaá.
EFE

Veo a niños en bicicleta por las calles de este Madrid en un junio entre sol y lluvias. Contemplo grupos de quinceañeros cerveceando a morro, jugando a juegos, hablando de cosas, sentados en las praderas del Parque Juan Carlos I, que ni se ha enterado de que quien le da nombre está en el punto de mira de la Justicia. Me cruzo con chicos y chicas. Van parejas, en tríos, en piñas de cuatro, cinco o seis que se comen el aire a bocados y se beben la vida de un trago... Tras el aislamiento en casa, el confinamiento en la habitación, el encierro en sí mismos les ha llegado el fresco vientecillo de la libertad, a veces mal entendida: el coronavirus gusta de andar por el borde de cristal de las bocas de las litronas y en los filtros húmedos de los cigarrillos de tabaco y de los otros. Resulta que también surfea el aire a lomos del humo expirado y del vapeo de los aparatos electrónicos. La Covid se pega a la cara, a la piel, a los labios de unos y de otras y a los de la prima Rosa de Santander.

Este curso académico les va a salir de 'gratis' a muchos de ellos. El virus ha torpedeado el empleo, la economía, la salud, la vida, los cimientos del mundo y sacar a los alumnos de las aulas para continuar el año escolar telemáticamente ha sido como firmar un boletín de notas en blanco. Probablemente pocos se quedarán atrás por culpa de la agresión del virus que ha roto todos los moldes de la normalidad. De ahí al aprobado general hay un trecho, pero las cifras hablarán por sí solas en no mucho tiempo. Nadie quería darse cuenta del tremendo problema que suponía una pandemia para llevar a cabo algo tan habitual como la enseñanza.

Mandar a los alumnos a casa y continuar el año telemáticamente ha sido como firmar un boletín de notas en blanco

Nadie estaba preparado para nada y la Educación no iba a ser harina de otro costal. Exiliar a los chavales a sus casas requería de infraestructura tecnológica, que hay en la mayor parte de los hogares pero que una parte, la más débil económicamente o aquellas zonas peor preparadas, no existe. Entre el profesorado, muy acostumbrado a un sistema que ahora cimbrea, también hay formación insuficiente y, si difícil ha de ser llevar una clase presencial, una virtual ha de ser como una mala pasada de la vida.

La maquinaria administrativa de la Educación se ha puesto en marcha con la llegada de las primeras fases de la desescalada. No había más remedio que plantar cara al problema. Para Pedro Sánchez -le voy a echar de menos cuando deje sus alocuciones de fin de semana- lo que ha pasado a nivel escolar "es una herida que afecta a generaciones de muchachos y muchachas que no podemos permitir que se ahonde". Por este y otros motivos ahora se piensa en cómo habrán de ser los nuevos cursos que se inicien pasado el verano y la tarea fácil no va a ser.

La ministra Celaá cree, tras pensar mucho, que los alumnos de menor edad -de Educación Infantil y hasta 4º de Primaria- pueden compartir espacio sin distancias y sin mascarillas en "grupos estables de alumnado" de 15 individuos (20, si no hay otro remedio). Es cierto que el número de contagios y hospitalizaciones en este colectivo han sido muy escasos, pero haberlos, como las meigas, ha habido. Lo de los peques es compartir, hasta el extremo de obsequiarse habitualmente con puñados de piojos y liendres como si fuesen tesoros saltarines que se columpian entre pelo y pelo. Cual mosqueteros, todos para uno, uno para todos... ¿Qué va a pasar en esta situación? La lógica -que no viaja a la par de la ciencia médica- hace pensar que sucederá lo que ocurre cotidianamente todos los años con los resfriados y la gripe. Los peque pillarán al vuelo cualquier bicho conocido o no que ose traspasar las puertas del aula. Y si es coronavirus, coronavirus será.

Los más mayores, a partir de 5º de Primaria, sí tendrán que guardar distancias y utilizar mascarillas, en las que se podrán guardar ‘chuletas’ con la seguridad de que ningún intrépido maestro irá a rebuscar ahí. Pero Celaá ha construido su estrategia para que la normativa a aplicar sea la misma que ya está en vigor: ese metro y medio de distancia entre estudiantes ya debiera de ser un hecho en las aulas. Si no fuese posible guardar esa medida de seguridad los centros se verían obligados a desdoblar los cursos (si hay espacio para ello). Aquí sí que habría verdaderos problemas.

¿Qué ocurrirá si un alumno da positivo? ¿Se le obligará a que deje de asistir a clase? ¿Todos sus compañeros serán enviados a sus casas en cuarentena?

No hablemos ya de los recreos en el patio o en las aulas, los turnos para los desayunos y los almuerzos en el comedor o las aulas, las sudorosas clases de Educación Física, los trabajos en grupo, la sociabilización de muchachos y muchachas, el ligoteo, las quedadas, el compartir apuntes, el ayudar a otros a entender lo que uno sabe, el primer amor a primera vista en el horizonte azul celeste de una protección quirúrgica…

El presidente del Gobierno es plenamente consciente de la brecha digital que separa a algunas familias españolas de otras. Eso debería de ser suficiente para activar un plan que permita, lo antes posible, reaccionar mejor ante rebrotes, que podrían llegar este verano o en otoño, cuando ya hayan comenzado las clases presenciales en todas las Comunidades Autónomas. El coronavirus es una sorpresa permanente. Se pensaba que la llegada del calor pararía los contagios pero eso no ha pasado. Nadie sabe a ciencia cierta qué puede ocurrir mañana si un alumno, pongamos, de infantil da positivo o sus progenitores se infectan por cualquier circunstancia. ¿Se obligará a que el pequeño deje de asistir a clases? ¿Todos los alumnos de la clase serán enviados a sus casas? ¿Quedarán en cuarentena? ¿Y los demás cursos que han compartido juegos, recreos? Y si el alumno en cuestión tiene hermanos en cursos superiores, ¿deberán estos de ausentarse de las aulas pese a no estar infectados? ¿Y los maestros? Si se da un caso en su aula, ¿será sometido a cuarentena? ¿Y si es él el infectado? Las preguntas son interminable. Las respuestas, a su debido tiempo. Es decir, cuando se dé el caso.

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