Posdata

Navidades sin familia, sin amigos y sin matasuegras

El coronavirus ha tiroteado el belén, fusilado a los pastorcillos y recluido en un CIE a María, José y el niño mientras los magos han perdido la dignidad huyendo de las masificaciones que tanto gustan al ‘bicho’.

Luces de Navidad
Navidades sin familia, sin amigos y sin matasuegras.
Europa Press

No me embarga el espíritu navideño. Algún día lo tuve, sí, pero ya lleva décadas muerto y enterrado. Tiempo ha que se acabaron los nacimientos, los portales de belenes, los árboles cuajados de adornos, el espumillón, las serpentinas en colores tiza y el confeti a juego. Todo era distinto, ni mejor ni peor, distinto. Entonces, los adornos eran de auténtico cristal extrafino: se rompían casi con solo mirarlos, no digo nada ya si le zumbabas un balonazo al sufrido pino durante un partidillo en el pasillo. Hoy, las bolas del abeto son como grandes pelotas de ping-pong que botan y rebotan. Entonces, el belén tenía virgen, niño, sanjosé, mula, buey, ángel volador, reyes magos, pajes, camellos, pastores, corderos, gallinas, lugareños, lugareñas y hasta un propio haciendo sus necesidades tras unos arbustos, pariente de los caganers catalanes. Hoy, en lugar de belén hay una minúscula solución habitacional que dejaría en mantillas las que imaginaba la que fuera ministra de Vivienda socialista María Antonia Trujillo; a las visitas y a los magos, que les den, que no caben. Entonces, se brindaba en familia con sidra El Gaitero -y si se iba holgado, de la botella especial-. Hoy, quien más y quien menos descorcha cava o champán. Los brindis suenan igual pero destilan más pasta y permite a los que pimplan estirar el meñique al alzar la copa.

El coronavirus ha tiroteado el belén, fusilado a los pastorcillos, cazado al angelote, recluido en un CIE a María, José y el niño Jesús y bombardeado los rebaños de corderos mientras los tres magos han perdido las coronas y la dignidad real huyendo como alma que lleva el diablo de las masificaciones que tanto gustan al ‘bicho’.

No celebrar cenas de empresa este año va a evitar que alguien haga el memo o trate de ligar con los abrigos del ropero

No hay festejo que justifique un solo contagio por la Covid, así que hay que celebrar la decisión del Ejecutivo de Pedro Sánchez de convertir las navidades de 2020 en las más tristes del siglo. Es cuestión de seguridad sanitaria. La pandemia, las muertes que acumula, los contagios que no cesan, aconsejan prudencia extrema en las celebraciones de empresa y en las familiares también. La única forma de frenar la incidencia de la infección es protegiéndose y protegiendo el círculo personal de convivencia.

Dicho esto y viendo cómo a diario se desmantelan fiestas multitudinarias mucho me temo que pocos serán los que bloqueen las quedadas de compañeros y familiares. Sin ser agorero, enero nos mostrará cuáles han sido nuestros errores y las estadísticas contarán en trazos de colores lo ‘divertidas’ que han sido las fiestas.

Suspender las cenas de empresa va a generar un boquete importante en la hostelería, que ya está tocada y que lo va a estar más. Eso nadie lo pone en duda y, para resolver ese asunto, las administraciones públicas han de tomar cartas en el asunto. Pero no celebrar este tipo de reuniones va a evitar que más de uno haga el memo o trate de ligar con los abrigos del ropero. ¡Cuánta vergüenza y dignidad se ha ido por los inodoros de los restaurantes! Hoy cualquier salida de tono es pasto de las redes sociales y supone la inmediata crucifixión del personaje objeto de los móviles. Es la modernidad.

Navidad sin familia y amigos es menos Navidad. Pero pinta feo el futuro donde un matasuegras se torna hipótesis real

Volver a casa por Navidad es un ejercicio de riesgo. Hay quienes dicen que llevan mucho tiempo sin ver a sus abuelos, a sus padres, y que no están dispuestos a que por su avanzada edad puedan fallecer sin haberlos vuelto a abrazar. Cruel vida esta que paga con la muerte las muestras de amor; que por un beso amenaza con robarte la salud. Terrible decisión. Una cena en familia, aunque sea de solo seis personas, romperá, probablemente, todas las recomendaciones de distancia. Sentar a seis comensales a distancia de 1,5 metros unos de otros obligaría a desplegar mesas como la del rey Arturo. Seis individuos celebrando supone, además de engullir viandas, compartir el espacio y el aire que se respira durante tres o cuatro horas. Si entre los comensales hay ‘no habituales’ de la ‘burbuja’, el riesgo aumenta. Prefiero no pensar en reuniones con más personas, cada una de su padre y su madre.

Una Navidad sin familia y amigos es menos Navidad; un fin de año sin familia y amigos es menos fin de año. Lo sé. Pero pinta feo el futuro inmediato por el siniestro coronavirus, donde un inocente matasuegras se torna en una hipótesis real.

Algunas comunidades que están mejorando sus ratios de enfermedad en lugar de pertrecharse tras las murallas levantadas esperan el momento en el que poder ampliar los márgenes para celebrar reuniones, abrir locales comerciales o impulsar el asfixiado comercio.

La política, los políticos, juegan en esta ecuación un papel tremendamente importante. Lástima que parte de quienes toman decisiones en materia de seguridad sanitaria practiquen el medallismo por encima de intereses generales de la población. Este periodo es un momento en el que lo que ha de primar es la razón por encima del corazón o las bajas pasiones. Y no tiene que venir un presidente del Gobierno, un ministro, un máximo responsable de comunidad autónoma o un alcalde a decirnos que no hay que meter los dedos en el enchufe, que te quedas pegado.

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