OPINION

'España tal y como es'... ¿Y eso quién lo sabe?

La ministra de Economía en funciones, Nadia Calviño, el diputado de ERC Gabriel Rufián (c) y Mikel Legarda, del PNV, abandonan el hemiciclo este sábado tras escuchar el discurso de Pedro Sánchez durante la primera jornada de la sesión de su investidura c
La ministra de Economía en funciones, Nadia Calviño, el diputado de ERC Gabriel Rufián (c) y Mikel Legarda, del PNV, abandonan el hemiciclo este sábado tras escuchar el discurso de Pedro Sánchez durante la primera jornada de la sesión de su investidura c
EFE

Pedro Sánchez ha sacado de la chistera un nuevo lema para poner en marcha su proyecto titánico de frenar los conflictos territoriales y evitar que el país se rompa por los intereses nacionalistas y autonomistas que se han creado en las cuatro décadas de democracia y Constitución. “España, tal como es”, dejó marcado en su discurso de investidura, en un intento de justificar que el país ya no es el que diseñaron sobre el papel los ‘padres’ de la Carta Magna. Cierto. Ahora se han desarrollado más nacionalidades y se ha establecido una nueva casta política que no teníamos entonces y que eran realmente muy 'nuevos' cuando surgió la España autonómica: todo un regimiento de políticos regionales, seudoprofesionales cuando empezaron a defender a sus comunidades, que han crecido al albur de unos ejecutivos autonómicos empoderados y que en la mayor parte de los casos están más pendientes de su propio desarrollo y enriquecimiento puntual, que de poner en marcha el modelo de reparto solidario que consagra la propia Constitución que les ampara.

El candidato a presidente leyó ante el Congreso sus diez ejes del programa progresista pactado con Unidas Podemos, que gusta a las formaciones de izquierda y a los partidos regionalistas, aunque sea porque ven en la debilidad de la coalición de gobierno una oportunidad para ver ‘qué hay de los suyo’. Pero son ‘diez mandamientos’ que, como en la Biblia, se resumen en dos: tendré el dinero suficiente para pagar lo que quiero ‘vender’ y, más importante todavía, acertaré en mi visión de ‘España tal y como es’, para que no se desmadren las concesiones a los nacionalistas e independentistas y, en lugar de ir al paraíso, nos enfrentemos al infierno de una España rota en pedazos.

De nada va a servir el catálogo de buenos propósitos de Sánchez e Iglesias si no se puede afrontar su “justicia social” sin arruinar a las empresas de este país con más impuestos de los que pueden pagar; ni servirá tampoco si no se aclara el conflicto entre comunidades autónomas y evitamos que un catalán o un vasco tengan mas derechos, prestaciones y servicios públicos básicos reconocidos que un castellano-manchego, un leonés o un extremeño.

Las nacionalidades ya surgieron en 1978 cuando se tuvo que diseñar una España autonómica condicionada por la radicalidad del PNV vasco, con Xabier Arzalluz en pie de guerra, pero en la que también se desmarcaron una serie de autonomías uniprovinciales que, como Madrid, Murcia o Cantabria, vieron la oportunidad de progresar mejor solas que con los que hasta ese momento eran sus vecinos, porque les unía un sentimiento común como territorio y como estructura social y política. Y fue una buena decisión porque a todas ellas les ha ido muy bien. Pero ahí quedaron dos castillas improvisadas, con más gente y menos riqueza para repartir, lejos (entonces y ahora) del sentimiento identitario y cultural de otras zonas, como esas autonomías provinciales, Cataluña, Galicia e incluso Andalucía o Extremadura.

Mal que bien, aquel modelo autonómico sirvió para avanzar y progresar hasta poner a España en el lugar privilegiado de Europa en el que está hoy, unidos por la necesidad entonces, pero con el objetivo claro de que no se rompiera la baraja. El problema es que ahora hay que dar un salto casi de aquella envergadura para no perder todo lo que se ha logrado porque la ambición política se les ha subido a la cabeza a unos pocos que no recuerdan de dónde venimos ni a dónde vamos, que es lo peor que le puede pasar a cualquiera. Ese es el gran riesgo al que se enfrenta el Gobierno de coalición de Sánchez, dejarse caer en brazos de un nacionalismo mal entendido que no respeta la solidaridad territorial que instauró la Constitución, aunque fuera sobre un modelo autonómico endeble, cargado de asimetrías y potencial causante de agravios comparativos sobre familias y empresas.

Claro que hay que dialogar y respetar el sentimiento autonómico de vascos y catalanes, igual que el del resto de las regiones españoles. Claro que no hay más remedio ahora que sentarse a pactar con los separatistas igual que en su día hubo que sentarse a hablar incluso con los que estaban matando gente para imponer su independencia y que afortunadamente han desaparecido del mapa. Pero ese diálogo bilateral, de igual a igual con algunas comunidades con fuerte componente de partidos separatistas, no debe hacer de menos a nadie. Y si algo ha demostrado hasta ahora la ambigüedad del mensaje nacionalista es precisamente eso: si no se ejerce con sentido común y dentro de una realidad que se llama Estado y Constitución, la línea roja que les separa del puro egoísmo y la falta de solidaridad es muy tenue, y salimos perdiendo todos.

Mostrar comentarios