OPINION

Borrell asume la tarjeta roja pero se niega a abandonar el terreno de juego

Nadia Calviño y Josep Borrell / EFE
Nadia Calviño y Josep Borrell / EFE

Decía Juan Fernández-Armesto, presidente que fue de la CNMV con el Gobierno de José María Aznar, que el uso de información privilegiada en bolsa, el célebre ‘insider trading’, era algo así como una quimera, un delito imposible de demostrar y que lo más que podía hacer el regulador era denunciar a alguna secretaria que hubiera actuado de manera imprudente a instancias de su jefe. De esas reflexiones, esbozadas a medias entre la justificación y el lamento, hace más de veinte años pero lo cierto es que las infracciones de esta naturaleza descubiertas por la Comisión de Valores se cuentan a día de hoy con los dedos de una mano aunque, al igual que las meigas, haberlas haylas y si no que se lo pregunten a Josep Borrell.

Al canciller español, todavía titular de Asuntos Exteriores, le va a resultar muy complicado revalidar el título de Excelentísimo que ensalza la categoría de todo servidor del Estado que sienta sus reales en el Consejo de Ministros. Borrell lo hace ahora con Pedro Sánchez pero también lo fue con Felipe González y su trayectoria profesional, incluyendo sus frustradas aspiraciones a La Moncloa y el posterior periplo internacional como presidente del Parlamento Europeo le acreditan como un político solvente y fiable, de esos que ya prácticamente no quedan en la vida pública española.

Por eso se antoja más cruel pero no menos acertado ese principio de los que se dan mus argumentando su escasa fortuna con aquello de ‘por una…todas malas’. Borrell también puede engañarse fácilmente apelando a la mala suerte, la misma que sufrió hace tres años cuando le estafaron 150.000 euros del ala sin comerlo ni beberlo a través de una oficina de trading online. Se ve que el político incisivo y valiente, capaz incluso para soportar los salivazos de los radicales secesionistas, es un desaprensivo compulsivo a la hora de meter la pata en el manejo de sus particulares dineros.

El ministro se ha revelado como un aprendiz ocasional de Dick Dastardly, ese personaje de ciencia ficción que se hacía acompañar de su perro Patán y que en la versión española era conocido popularmente como Pierre Nodoyuna. Sólo el sarcasmo de una comparación desenfadada, al extremo de provocar cierta hilaridad, puede servir como atenuante de las andanzas financieras de un consejero de una sociedad cotizada que cursa una orden de venta de acciones de su empresa, aunque sea por cuenta de un tercero, tan sólo dos días antes de que la compañía en cuestión presente un concurso de acreedores. Esto es lo que hizo Borrell el año 2015 en Abengoa, provocando una investigación que la CNMV ha prolongado desde 2016 hasta ahora con un expediente sancionador que sólo fue desvelado a partir y después de las noticias publicadas por La Información.

El resultado de todo este embrollo se ha saldado con una multa de 30.000 euros , una cantidad mínima si se compara con los dos millones que podrían haberle metido de rejón siguiendo los baremos más estrictos que establece la Ley del Mercado de Valores para el caso de infracciones muy graves cometidas por personas físicas. A Borrell el castigo le ha sentado como un tiro y de ahí el malestar expresado por su actual mujer y presidenta del PSOE, Cristina Narbona, quien ha trasladado sin mayor pudor entre los acólitos del partido su disgusto por una sanción que ella y su marido consideran “claramente desproporcionada”.

Borrell justifica lo ocurrido, la sanción que no la infracción, como la consecuencia de una personal inmolación para evitar mayores complicaciones al Gobierno en la persona de un compañero, en este caso compañera, de su mismo gabinete. No se olvide que el verdugo encargado de ejecutar la resolución de la CNMV es el Ministerio de Economía por lo que el ministro de Exteriores habría tenido que pleitear contra el departamento que dirige Nadia Calviño. El remedio era desde luego mucho peor que la enfermedad en términos políticos así que Borrell se ha visto obligado a aceptar las consecuencias y ponerse el impermeable ante el aluvión de protestas que le están lloviendo desde todos los ángulos parlamentarios.

Los gritos de dimisión están siendo contestados con una réplica de razonamientos melifluos, donde la lógica interesada trata de imponerse a la ética obligada y que sólo sirven para dejar por los suelos a otro de los actuales altos cargos del Gobierno. Esta vez el perjudicado es el secretario de Estado de Energía, José Domínguez Abascal, a la sazón antiguo secretario general y luego presidente de Abengoa, que fue la persona a la que el ministro recurrió para saber si había algún motivo que le impidiera vender las 10.000 acciones que tenía su exmujer en cartera. Se supone que el actual máximo colaborador de Teresa Ribera en su actual cargo de Transición Ecológica, al que sus íntimos llaman el ‘amigo Pepón’ por su bonhomía y generosidad de trato, hizo las veces con su tocayo facilitando sin querer la coartada que ahora permite a Borrell aliviar sus retortijones de conciencia.

El ministro dice que no tiene sentido dimitir después de no haber recurrido la multa, lo que demuestra que su puesto en el Gobierno de la nación tiene un precio, equivalente a ese puñado de euros que deberá ahora aflojar de su bolsillo. Como eximente de culpa exhibe también su torpeza con la inversión propia en Abengoa, donde se supone que ha perdido hasta la camisa. Borrell disponía de más de 71.700 acciones que se comió con patatas y que, según sus palabras, podría haberse quitado de encima si hubiera usado información privilegiada. Algo así como justificar un atropello alegando que el vehículo con el que se saltó el disco en rojo era de baja cilindrada.

El juego de la hipótesis negativa, la que apela a eventuales consecuencias más perniciosas, no sirve de atenuante ante el listón implacable de una tolerancia cero que se ha cobrado más de una defunción política en los últimos tiempos. En realidad son los precedentes los que salvan a Borrell porque Pedro Sánchez no puede permitirse nuevas y escandalosas bajas en sus filas a estas alturas del periodo electoralista que se inicia en España. Cuando no hay argumentos sólo existen las excusas, pero en el caso que nos ocupa la continuidad en el cargo del titular de Exteriores constituye una transgresión de las más elementales reglas que purifican la política ante la tentación del dinero. Borrell asume la tarjeta roja que le ha sacado la CNMV pero se niega a abandonar el terreno de juego. Con un par.

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