Capital sin Reservas

En la botica de Sánchez, ibuprofeno mezclado (y agitado) con aceite de ricino

El presidente del Gobierno ha decidido atacar la inflamación de los precios con una receta de ibuprofeno administrado en vena y agitado con aceite de ricino para castigar a las grandes empresas y bancos del país.

Pedro Sánchez se ha convertido en el rey del 'power point' analógico. El papel lo soporta todo. Más si se enseña desde el púlpito del Congreso de los Diputados
Pedro Sánchez se ha convertido en el rey del 'power point' analógico. El papel lo soporta todo. Más si se enseña desde el púlpito del Congreso de los Diputados
Moncloa

Las ayudas en forma de subvenciones a los carburantes se han adoptado como alternativa para reducir el coste de llenar el depósito, pero eso no va a hacer que baje la cotización del petróleo en los mercados internacionales ni que España pueda reducir su factura energética si el euro continúa depreciándose frente al dólar. La solución ideada para frenar la escalada de los combustibles evidencia la receta de boticario con que el presidente del Gobierno ha decidido afrontar la crisis generalizada de los precios en nuestro país. Sánchez ha renunciado a cualquier terapia de disciplina fiscal que pueda incomodarle con sus socios de legislatura y ha prescrito un tratamiento de choque a base de ibuprofeno en vena con el fin de contener la inflamación económica y social que está empezando a alterar seriamente los ánimos de una clase trabajadora cada vez más empobrecida.

El jefe del Ejecutivo se ha envuelto en la bandera socialcomunista que le reclaman sus socios de Podemos bajo un slogan muy parecido a los que empleaba Pablo Iglesias en sus tiempos de vicepresidente. Si antes el marbete de la arenga apostaba por no dejar a nadie atrás, ahora el grito de guerra se entona de manera más eufórica bajo el estribillo de “vamos a por todas”. Otra cosa es que el Gobierno sepa realmente adónde vamos porque la actual izquierda trasnochada y su discurso populista no parecen tener muy claro ningún destino concreto más allá del que pueda atribuirse a factores externos que están muy lejos del margen de influencia de Pedro Sánchez. El inquilino de Palacio pretende únicamente situarse a resguardo de cualquier nubarrón futuro mientras se emborracha de complacencia observando con una lupa de gran aumento la botella medio llena de una economía que hace ya tiempo quedó medio vacía.

La política de arrojar dinero a los problemas se ha revelado como la piedra filosofal que utiliza el Gobierno en su postrer intento por recuperar el terreno perdido en las encuestas frente al nuevo Partido Popular de Alberto Núñez Feijóo. El truchimán monclovita ha aprovechado el debate sobre el mal estado de la nación para calentar los motores de la precampaña electoral, tratando de imponer desde el púlpito del Congreso de los Diputados su personal e intransferible ‘efecto Sánchez’. Para ello no ha tenido mejor ocurrencia que presentar una mezcla de diferentes píldoras antiinflamatorias y agitarlas con unas cucharadas de aceite de ricino en forma de impuestos especiales contra las grandes empresas y bancos del país. Con la única salvedad de la Telefónica de Álvarez-Pallete, algo tendrá el agua cuando la bendicen, todos los demás imperios corporativos del Ibex han sido presa de la guerra de guerrillas declarada contra esa inflación que ha venido y nadie, excepto Putin, sabe cómo ha sido.

Pedro Sánchez no hizo ni una sola mención al déficit público ni a la deuda del Estado en su discurso del martes sobre el estado de la nación

El cocktail explosivo de esta nueva ofensiva progresista de clara con limón no ha reparado en la debilidad estructural de unas cuentas públicas que no dan para pipas y cuyo margen de maniobra se reducirá a la mínima expresión ante el nuevo escenario alcista de tipos de interés. Casi al mismo tiempo que el presidente de Gobierno emitía su perorata parlamentaria los ministros del Eurogrupo daban carpetazo en Bruselas a la política de estímulos adoptada hace dos años con la pandemia y hacían votos por una estrategia fiscal prudente de la que la vicepresidenta Nadia Calviño no ha debido advertir a su jefe. Sólo así se entiende que el presidente del Gobierno no haya hecho ni una sola mención a las grandes variables del déficit y deuda pública que constituyen la columna vertebral de la estabilidad presupuestaria en el conjunto de la zona euro.

Las tasas tributarias esgrimidas como arma arrojadiza contra los poderes económicos tampoco suponen ninguna panacea, cuando menos mientras no se conozca la letra pequeña de su implementación efectiva, las bases imponibles sobre las que pueden ser aplicadas y la capacidad legal del Estado para doblegar la resistencia jurídica de los agentes productivos damnificados. Los 7.000 millones a dos años vista contabilizados de birlibirloque como recaudación eventual ni siquiera están soportados en esas cuartillas de power point a las que se ha aficionado el jefe del Ejecutivo para doblegar a su favor los datos estadísticos. En el peor de los supuestos, lo único que está claro es que si el rejonazo llega hasta sus últimas consecuencias las entidades no tardarán en trasladar a los precios finales el castigo que Sánchez trata ahora de infligirles en su afán por sacudirse el polvo de las sandalias.

Núñez Feijóo ha dado instrucciones a sus colaboradores para que no desvelen ni una sola carta programática en materia económica

Las actuaciones que necesita España en medio de la gran incertidumbre de la crisis no pueden mimetizarse en la comparación falaz e interesada con la situación general del resto de Europa. El cuadro clínico que muestra la economía nacional tiene patologías específicas y exige medidas mucho más drásticas que ningún partido político con aspiraciones de poder está dispuesto a adoptar en medio del ambiente electoral que se respira en nuestro país. Núñez Feijóo ha tenido suerte en este interregno parlamentario que le permite utilizar un escaño del Congreso como burladero frente a la embestida de su rival socialista. Los tiempos no son tampoco nada fáciles para una oposición que presume de sentido de Estado y es consciente, porque ya lo ha vivido, de que el manual de auxilio es ciertamente muy limitado y para nada ofrece alternativas que sean del gusto del contribuyente.

El aclamado presidente del PP está haciendo profesión de fe de un galleguismo a ultranza y ha dado instrucciones a todos sus colaboradores para que no desvelan ni una sola carta programática en materia económica. La propuesta del hacendista Juan Bravo destinada a deflactar el IRPF a las rentas más bajas es la única iniciativa convalidada por la dirección de Génova, cuya estrategia política se basta y se sobra en hacer leña del árbol caído. Feijóo piensa que Sánchez empieza a estar amortizado y más que lo estará si persiste en enrocarse dentro de su torre de marfil. A los populares les conviene que su rival se ahogue en su propia salsa mientras exprime la legislatura y la dirección del partido trabaja con la única misión de elevar el listón de los resultados en las próximas autonómicas. Colorear de azul el mapa político mientras Sánchez tiñe de rojo la economía. Con eso el cambio de ciclo es seguro. De lo que venga después no se arriendan las ganancias.

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