Diagnóstico en su Informe Anual

Los dos gráficos del BdE que explican el frenazo que sufre la economía española

La institución plantea una reforma de calado en el sistema educativo, así como la necesidad de mejorar la financiación de proyectos tecnológicos e innovadores.

Pablo Hernández de Cos, gobernador del Banco de España en su comparencencia en la Comisión de Asuntos Económicos en el Congreso de los Diputados.
Los dos gráficos del BdE explican el colapso que viene para la economía española.
EFE

El sueño de cualquier empresario y de cualquier economía es producir más con menos. Esto es, reducir los costes para competir mejor. Parece lógico pensar que la innovación y los desarrollos tecnológicos ayudan en ese esfuerzo. Como también lo hacen la mejor educación y formación de los trabajadores. Elevarse en segmentos de alto valor añadido, con mayores retornos, garantiza el potencial de un negocio o un país. Explicado muy toscamente, eso es lo que en economía se aglutina en tres letras, véase PTF o, en versión completa, Productividad Total de los Factores, a la sazón un concepto que relaciona lo que crece la producción con los efectivos empleados para lograr esa ganancia. España logró su ‘milagro económico’ del cambio de siglo, que arrojó crecimientos desbordantes, gracias a la acumulación de mano de obra en sectores como la construcción. Cuando llegó la crisis financiera, ni había capacidad de reasignar esos trabajadores a otros ámbitos de generación de PIB (por un déficit obvio de educación y formación) ni había valor añadido que seguir ofreciendo sobre una base tecnológica. El ‘boom’ murió como había llegado y solo dejó tierra quemada.

Lo peor es que el Banco de España, en su ‘Informe Anual 2019’ publicado ayer, nos enseña un país muy similar al que alumbró el siglo XXI. Y por eso está abocado a salir peor que sus supuestos pares de cualquier ‘bajonazo’ económico, como el provocado en los últimos meses por la Covid. "El bajo crecimiento de la productividad es el principal factor determinante del modesto crecimiento potencial de la economía española", arranca su presentación la institución que encabeza Pablo Hernández de Cos. La comparativa es devastadora. En base 100, la PTF de Estados Unidos apunta a los 120 puntos, mientras que la Unión Europea se sitúa en 115. España apenas apunta a 105. En su conjunto, mientras que el indicador ha aumentado a una tasa anual promedio del 0,2% en nuestro país, en Alemania lo ha hecho al 0,8% y en EEUU al 0,9%. La cuestión no es baladí, en tanto "las diferencias sostenidas en productividad explican, en buena medida, la heterogeneidad en los niveles de bienestar económico entre países a largo plazo".

Más aún, el supervisor también analiza una veintena de sectores y demuestra que España arroja un crecimiento diferencial negativo con respecto a la UE-12 en hasta 16 de esos segmentos. Esto es, competimos peor en telecomunicaciones, electrónica y ópticos, química y farmacéutica, entre otras rúbricas donde la evolución podría ser la esperada. No obstante, llama la atención que la productividad en sectores como la hostelería o la construcción, esenciales en el tejido productivo español, también evolucione de forma más lenta que en los países de nuestro entorno. "Esta circunstancia sugiere la presencia de factores estructurales que, de manera transversal, limitan las ganancias en productividad en una mayoría amplia de sectores y, por tanto, el potencial de crecimiento del conjunto de la economía española", expone el documento. A partir de ahí es desde dónde cabe preguntarse qué razones explican esta incapacidad para prosperar.

Cuestión de tamaño

En primer lugar, el tamaño importa. Es habitual en cualquier conversación con empresarios encallar en la falta de consolidación de los sectores y los lamentos sobre la pléyade de minúsculas empresas que malviven con pocos clientes y sin ninguna aspiración más allá de salvar el mes. Los números son claros. Las empresas con menos de cinco trabajadores son el 78% en España, según datos del año 2019, frente al 69% de la UE. El Banco de España recuerda que “las compañías pequeñas concentran la mayor parte de la diferencia negativa de productividad”. Y va más allá, en tanto apunta a responsables que limitan el crecimiento y la concentración sectorial. Para empezar, los gobiernos, central y autonómicos, por las cargas que imponen a las firmas cuando superan cierto tamaño. Entre ellas, cita el informe, la obligatoriedad de constituir un comité de empresa cuando se alcanzan los 50 empleados, sin contar con la realización de los pagos de IVA con frecuencia mensual o no poder presentar los balances de forma abreviada. 

Claro que no es la única limitación En segundo término, las trabas a la unidad de mercado, véase los 17 reinos de taifas en que se constituye el modelo territorial. Aviso a navegantes: "Las comunidades autónomas han incrementado su desarrollo normativo en los últimos años, de forma que en la actualidad existe una heterogeneidad notable en los trámites regionales necesarios, por ejemplo, para acometer ciertos proyectos de inversión”. Y tercero, la falta de solidez financiera de los proyectos. Al primer golpe de liquidez, muchas no llegan al segundo asalto. “En particular, el tamaño de las empresas es una barrera para acceder a la financiación de los mercados mayoristas mediante la emisión de valores, a los que normalmente se suele apelar después de afrontar cuantiosos costes fijos”, se apunta. Por tanto, se genera una dinámica en la que la empresa depende fundamentalmente de las líneas de crédito y de los préstamos bancarios, un castillo de naipes que se desmonta a las primeras de cambio en escenarios de tensión financiera.

De la mano del tamaño, la reflexión sobre la educación y la tecnología es clave. El Banco de España expone un dato demoledor, que pesa como una losa y alienta el déficit educativo sobre el promedio de la UE. Y es que no es casualidad que España ostente la última posición en la OCDE en razonamiento matemático y sea penúltima en comprensión lectora. Aguas abajo, el drama educativo termina en una ausencia de perfiles universitarios de valor añadido, como lamentan a menudo empresas medianas y grandes siempre a la caza de ingenieros. En un duro aserto que hasta va más allá de la economía, el banco “aconseja un replanteamiento del diseño institucional del sistema educativo, que incluya una revisión profunda del contenido del currículo y del propio sistema de aprendizaje”. Falta de universidades entre las primeras del mundo por calidad y cantidad de producción científica, déficit acuciantes en la formación profesional… Todo un ataque a la línea de flotación de los diferentes gobiernos, incapaces de alcanzar un pacto de Estado para un asunto capital como la educación.

Respecto al retraso en capital tecnológico, el informe también deja claro con un solo gráfico en qué punto estamos. La inversión privada en investigación y desarrollo en los países de la Unión Económica y Monetaria se sitúa cerca del 1,5% del PIB; en España, ese porcentaje se sitúa en el 0,7%. La brecha no mejora en el sector publico: “El peso de la inversión en actividades de I+D sobre el PIB español, tanto del sector púbico como del sector privado, es un 26% y un 54% inferior al promedio de la UE”. La I+D+i, el reino de la financiación alternativa vía ‘venture capital’ o ‘business angels’ encuentra en España una economía ‘megabancarizada’ y con muy poca flexibilidad para asumir el riesgo que implican muchos de estos proyectos. Lo que pide aquí el regulador, más que medidas legislativas, es todo una revolución en el paradigma. Esa es la razón última por la que “la profundidad de esta crisis probablemente provocará algunos daños persistentes en el crecimiento potencial de la economía española, que ya era modesto antes de la pandemia”. Esta bien pensar en las próximas elecciones, pero las generaciones que vienen apreciarían un cambio de patrón de crecimiento a medio y largo plazo. El diagnóstico hecho está.

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