'La Diplomacia Asquerosa': cómo vender bombas a Riad y sonreír ante un cadáver

  • Detrás de la débil respuesta occidental ante un crimen horroroso hay intereses económicos muy poderosos que explican la reacción.
Un empleado entreabre la puerta del consulado de Arabia Saudí en Estambul, Turquía, el 12 de octubre de 2018. (EFE/ Sedat Suna)
Un empleado entreabre la puerta del consulado de Arabia Saudí en Estambul, Turquía, el 12 de octubre de 2018. (EFE/ Sedat Suna)

Entre 2002 y 2004, Craig Murray ejerció como embajador de su graciosísima majestad la reina de Inglaterra ante el gobierno de Uzbekistán. Al poco de estar allí, se topó con unas fotos en las que aparecía un miembro de la oposición uzbeka que había sido hervido hasta la muerte. Murray cogió el Land Rover de la embajada y recorrió el país, reuniéndose con los disidentes y enfureciendo al presidente Islom Karimov. Reportó las barbaridades al Foreign Office, pero comprobó que en Londres todos hacían la vista gorda. Las torturas se conocían y se consentían porque Karimov era un aliado que ayudaba a Gran Bretaña y EEUU a combatir al terrorismo islámico después de los ataques del 11 de septiembre. Murray decidió escribir un libro para contarlo todo. Se denominó 'La diplomacia asquerosa'. Fue un bestseller. Perdió su puesto de embajador, claro.

Si Murray hubiera sido embajador en España en estos días, se habría encontrado algo parecido. Hace poco más de un mes, el Gobierno español decidió vender 400 bombas a Arabia Saudí. Si no las vendía, Arabia Saudí dejaría de comprar cinco corbetas a los astilleros de Navantia, con lo cual se hubieran perdido cientos de puestos de trabajo en Cádiz. De modo que el empleo pudo más que la conciencia, y España le vendió las 400 bombas a los saudíes.

Un mes después, el mundo entero quedó conmocionado: según todos los indicios, los servicios secretos saudíes habían descuartizado en vida a un periodista saudí disidente en la embajada de Arabia Saudí en Estambul. El gobierno español miró para el otro lado. Es la primera regla de la diplomacia asquerosa: sonreír ante los cadáveres.

Arabia Saudí es inmensamente rica gracias a su petróleo. Ocupa el puesto 20 como mayor exportador del planeta (CIA Factbook), y el 19 como economía (FMI). Exporta cada año 163.000 millones de dólares en productos refinados o crudos a China, India, Japón y Estados Unidos principalmente. Con los ingresos compra barcos y bombas en España, cientos de helicópteros en Francia, miles de coches Audis y BMW en Alemania, cientos de Ferraris y Bugattis a Italia, y por supuesto, todo tipo de armas a EEUU: desde los cazas F/A-18 Hornet con misiles guiados por láser hasta helicópteros Chinook y carros de combate Abrams.

En mayo de 2017, el príncipe heredero y ministro de Defensa saudí Mohamed Bin Salman hizo una visita a EEUU, y Trump se tomó una foto con él sonriendo ante un mega contrato armamentístico por 350.000 millones de dólares en diez años. El mayor de la historia de EEUU.

Cuando Donald Trump se enteró hace días de la desaparición del periodista, dijo que “estaba muy preocupado” y que las cosas que estaba escuchando “no le gustaban nada”. Días después habló por teléfono con el rey de Arabia, quien aparentemente le convenció de que fueron “matones” sin control, puesto que él no sabía nada. Pero todo apuntaba a su hijo, el heredero de la corona y ministro del Interior Mohamed Bin Salman.

Hasta hace poco, el heredero a la corona saudí gozaba de una hermosa imagen en el extranjero. Mohamed Bin Salman, 33 años, era el primero en permitir conducir a las mujeres saudíes, estaba modernizando el país, y como dijo a 'The Economist' en 2016, luchaba por hacer sostenible a su nación (difícil con tanto petróleo), implicar a la población en la toma de decisiones, participar en la construcción del mundo, e incentivar a su pueblo.

Desde luego, lo estaba logrando. Dentro de su país, la mayoría de los jóvenes le apoya, según The Atlantic. Fuera, se estaba ganando muchas portadas en medios gracias a esta campaña de relaciones públicas que consiste mostrar cómo está sacando al país de la Edad Media para meterlo en el siglo XXI.

Cuando los servicios secretos descuartizaron a Jamal Khashoggi, la imagen del príncipe heredero se derrumbó. El periodista asesinado se había convertido en una mosca molesta para el régimen, pues criticaba la represión, la persecución política y las malas artes de Bin Salman. Publicaba sus columnas de opinión en 'The Washington Post', el periódico más influyente en la política de EEUU.

En su última columna, entregada por su traductor el día después de su desaparición, Khashoggi lamentaba que “lo que más necesita el mundo árabe es libertad de expresión”.

Lo que más dolía al régimen era que desde las páginas del rotativo americano, Khashoggi había denunciado que el heredero saudí estaba llevando a cabo una “guerra cruel” en Yemen, donde morían inocentes, y debía abandonarla.

Los servicios secretos alemanes daban la razón a Khashoggi. A finales de 2015 se filtró un informe que en resumidas cuentas decía que Salman es un peligro: está desestabilizando la zona. Primero, porque ha roto la política de cautela tradicional de Arabia Saudí. Lo ha hecho interviniendo en Yemen. Hacia allí se destina buena parte de las bombas compradas en España, o “proyectiles”, como lo definió el presidente de Gobierno español ante la periodista Ana Pastor. La portavoz del gobierno fue más original: “Las bombas son de alta precisión y no se van a equivocar matando yemenís”. Para eso eran bombas inteligentes.

Desde hace muchos años Yemen es un campo de batalla más estratégico de lo que parece. Un grupo rebelde chiíta que se hace llamar “los seguidores de Alá”, está intentando tomar control del país usando las armas, por supuesto. Armas que les facilita un país también chiíta: Irán, enemigo de Arabia Saudí.

Para contrarrestarlo, los saudís compran bombas por medio mundo y las lanzan sobre “los seguidores de Alá”, también llamados hutíes. A veces las bombas caen en los hospitales y a veces matan niños. A los saudíes no les haría nada de gracia que triunfaran los hutíes chiítas en Yemen, pues supone tener a los enemigos en la cocina.

Trump no ha hablado mucho de la guerra en Yemen, pero sí se acaba de referir al crimen de Khashoggi diciendo que si se demuestra la culpa saudí, “las consecuencias serán duras”. (severe).

Para Stratfor, un prestigioso medio de análisis geopolítico, es muy improbable que EEUU rompa relaciones con Arabia por muchos cadáveres que haya en el armario. “Estados Unidos necesita a Arabia Saudita para equilibrar los mercados petroleros, combatir a Irán, combatir el terrorismo y comprar armas. Arabia Saudita, a su vez, necesita la cooperación estadounidense en materia de armas y defensa, acceso a tecnología e inversión de los Estados Unidos y protección de los Estados Unidos contra el resurgimiento de Teherán”.

Pero Arabia tiene otro problema muy serio: desde 2012 sus exportaciones de petróleo han caído al ritmo del 20% anual, según The Observatory of Economic Complexity, un nombre que refleja la verdad de la economía: su complejidad.

De eso mismo trata la “diplomacia asquerosa” que mencionaba con inocencia en su libro el ex embajador británico Craig Murray. El mundo en el fondo es un inmenso tablero de ajedrez de intereses políticos creados alrededor de potentes intereses económicos. Los peones no cuentan.

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