La pandemia evidencia su interdependencia

El debate estéril sobre la sanidad pública y por qué no sobrevivirá sin la privada

El mérito de la distribución de vacunas ha sido obra de lo público, en una movilización sin precedentes desde la II Guerra Mundial. Pero de las cuatro compañías que han logrado el 'antídoto', tres son privadas.

Efe
El debate estéril sobre la sanidad pública y por qué no puede vivir sin la privada
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La ministra de Trabajo y vicepresidenta Yolanda Díaz publicó hace unos días este mensaje en Twitter: “Esta mañana me han dado el alta médica del @HospitalULaPaz. Quiero trasladar mi profundo agradecimiento al personal sanitario por su trabajo riguroso y por todo el cariño recibido. Tenemos una sanidad pública con grandes profesionales que debemos cuidar y proteger”.

Bastaron esas palabras para que muchos internautas se dedicaran a elogiar lo público: "La sanidad pública es lo mejor que hay en España"; "Cuidado porque nos quieren desmontar la sanidad pública los que ganaron el 4-M"; "No hay que permitir los recortes de la sanidad pública; viva la sanidad pública"; "La sanidad y la enseñanza deben ser públicas y si viene con la república, mejor"; "No dejemos que la privaticen"…

El debate de lo público contra lo privado ha sido unas de las cuestiones más candentes de los últimos años, especialmente en las redes sociales. Pero desde que el coronavirus entró en España a principios 2020, el debate cogió vuelo. Los ideólogos de la izquierda echaron la culpa del colapso de los hospitales a los recortes en el sistema sanitario público desde que el PP llegó a poder en 2011. Y también han aprovechado el destacado papel de los equipos profesionales en los hospitales para recalcar la necesidad de tener un sistema sanitario público.

El debate incluso ha entrado en el territorio de las vacunas. Boris Johnson, el primer ministro británico se equivocó al decir que gracias la codicia del capitalismo teníamos vacunas a tiempo. Pero la verdad es que la vacuna británica es producto de la colaboración de una empresa anglo-sueca, AstraZeneca, con la Universidad de Oxford, una de las más antiguas del mundo y pública.

En Estados Unidos, Trump puso en abril en marcha la operación "Velocidad de la Luz" (Warp Speed), que supuso facilitar 10.000 millones de dólares para que las farmacéuticas encontraran la vacuna en el menor tiempo posible. Pfizer rechazó esos fondos, pero sus vacunas luego sí aceptaron luego que la Administración norteamericana comprara y distribuyera de forma gratuita las vacunas por todo EEUU.

El mérito de la distribución masiva de vacunas en todo el planeta ha sido obra de lo público, del Estado. Desde la Segunda Guerra Mundial no se había visto una movilización tan espectacular y tan ingente de los medios públicos, desde hospitales, hasta profesionales y logística. Los ciudadanos se han vacunado sin pagar un solo euro. Esta operación ha sufragada con fondos públicos inmensos: se han invertido 80.000 millones de euros y la cantidad final sobrepasará fácilmente los 100.000 millones de euros.

La importancia de la sanidad pública de la UE se pone de manifiesto cuando se compara con otras sanidades públicas en países no tan desarrollados, donde sus sistemas sanitarios son tan deficientes que ni siquiera han podido afrontar la invasión de contagios en las últimas olas, y tampoco han podido distribuir vacunas a tiempo a grandes cantidades de población.

El papel de la empresa privada en la pandemia

Nadie, por muy liberal que sea, puede minimizar la importancia de los sistemas sanitarios públicos y de la organización pública en el combate contra el coronavirus. Ha sido espectacular. Sin embargo, en este combate ideológico de lo público contra lo privado, mucha gente está pecando de caer en una narrativa maniquea. Lo público no se habría entendido sin lo privado.

De las cuatro compañías que han logrado que sus vacunas fueran aprobadas por EEUU y la UE, tres son privadas. La primera en obtenerla ni siquiera fue una gran multinacional farmacéutica (una Gran Farma, como las denominaba el escritor de novelas John LeCarré), sino una pequeña empresa alemana llamada BionTech que tenían un contrato con Pfizer.

Las otras privadas han sido Moderna, una empresa fundada hace once años en EEUU, y Johnson & Johnson (también de EEUU y propietaria de Janssen). La próxima vacuna en ser aprobada será la Curevac, que saldrá de una empresa privada alemana llamada del mismo nombre.

Todo lo que hay en una habitación donde está alojado un paciente, incluyendo los aparatos y el equipamiento de las UCIs, está aportado por empresas privadas

Uno de los avances más revolucionarios que se ha logrado en la investigación ha sido la aplicación del RNA mensajero (ARN mensajero en inglés). Hasta ahora, vacunar consistía en inyectar en los pacientes cierta cantidad de virus debilitados para que el cuerpo humano desarrollase anticuerpos con facilidad y combatiese los contagios. La inyección de RNA mensajero no inyecta el virus una parte del mismo, lo cual es más inocuo que una vacuna tradicional. Este logro ha sido el resultado de años de trabajo en los laboratorios de las empresas privadas Pfizer, Moderna y, presumiblemente ahora, Curevac.

Hay muchas universidades públicas que han ayudado a identificar fármacos para aliviar los efectos del coronavirus a aquellas personas que ya han sido contagiadas. Pero en la UE y EEUU todos esos fármacos están producidos por empresas privadas.

La inmensa mayoría de las mascarillas están fabricadas por empresas privadas en la UE, en EEUU y en China. Lo mismo pasa con los EPIs (los trajes aislantes), los respiradores, los catéter, los guantes y las bolsas de plástico. Los medidores de temperatura infrarrojos que se han hecho tan populares en los centros públicos, y oxímetros (los medidores de oxígeno en la sangre) están fabricados por empresas privadas. Las camas de los hospitales públicos –caras y complejas–, están fabricadas por empresas privadas, así como los colchones, las mantas y las sábanas. Todo lo que hay en una habitación donde está alojado un paciente, incluyendo los aparatos y el equipamiento de las UCIs, está aportado por empresas privadas. La anestesia, las agujas y hasta las tiritas están fabricadas por empresas privadas. Los cruasanes, las cafeteras y el azúcar de las cafeterías de los hospitales están fabricados por empresas privadas, y la gestión la lleva una empresa privada que tiene la concesión pública. Todo lo que hay por dentro y por fuera de las ambulancias es producto de empresas privadas. Los estados no se dedican a fabricar cruasanes, colchones o ambulancias. Ni en la UE ni en EEUU.

Todo lo que hay en el hospital Zendal de Madrid es de origen privado excepto los fondos, el personal médico sanitario y el administrativo. Las tuberías, los paneles, las paredes, las camas y los depósitos de oxígeno son obra de empresas privadas.

La pandemia ha puesto de relieve toda la fuerza unida de lo público y lo privado como pocas veces en la historia. Por eso, el debate sobre la preponderancia de una cosa sobre la otra es un sinsentido porque no se puede entender lo uno sin lo otro. En cuestiones de Sanidad, lo público depende de lo privado y lo privado de lo público.

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