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La 'alarmante' nueva normalidad y el parágrafo de la Dictadura

La excepcionalidad con que se ha manejado el Gobierno durante el estado de alarma recuerda los poderes otorgados a Franco en la Ley Orgánica del Estado del año 1967.

Iglesias, desenmascarado, en busca de la 'nueva normalidad'
Iglesias, desenmascarado, en busca de la 'nueva normalidad'
EFE

El día que Pedro Sánchez derrotó a Susana Díaz en las primarias del PSOE la política española perdió el carácter transversal que los grandes poderes fácticos invocan cada vez que una situación de crisis pone de relieve la complicada gobernabilidad del país. Algunos de los colaboradores más cercanos que acompañaron a Mariano Rajoy en su última fase crepuscular admiten sin titubeos que el expresidente de los populares debió convocar elecciones generales en cuanto que, hace ahora justo tres años, el actual líder socialista rompió todos los pronósticos respaldado por el predominio de las bases sobre el aparato de su partido. A partir de ese momento, la mínima estabilidad que había permitido dirigir España, impostada mediante un ejercicio de renuncia y sin ningún ánimo de consenso, saltó por los aires instaurando una era de confrontación que ha terminado por colapsar el sistema democrático.

El desarrollo de este último trienio negro ha convertido el debate político en un muladar donde se vierten todo tipo de disputas desechables, alimentadas en su mayor parte por bastardos intereses. Las dos grandes formaciones que han alternado durante las últimas cuatro décadas la acción formal de gobierno se han visto contagiadas por la ebullición de las múltiples sensibilidades públicas y han buscado refugio en una febril equidistancia, enconada por la creciente fragmentación del arco parlamentario. No conformes con mantener la preceptiva distancia social tan en boga estos días, el PSOE y el PP pugnan por eliminarse mutuamente en un delirio de pobreza moral que puede sintetizarse perfectamente en la propuesta socialista de 'Sánchez o el caos', pero también en la réplica de Pablo Casado cuando asegura que dicha elección es imposible porque 'Sánchez y el caos son lo mismo'.

Si no fuera por las trágicas reminiscencias históricas y sus execrables consecuencias la comparación más fiel de la actual situación en España no difiere mucho de la Alemania inmediatamente posterior a las elecciones federales de 1930, que fomentaron la irrupción de fuerzas de extrema derecha y extrema izquierda, con una representación superior al 30% en escaños. Las principales formaciones democráticas, acosadas por la radicalización de la vida política, se mostraron incapaces de llegar a ningún tipo de acuerdo, lo que dio lugar a una sucesión de gobiernos agonizantes dentro de un Parlamento reducido a una función meramente institucional pero inane como verdadero poder legislativo. La crisis económica derivada de la Gran Depresión terminó por dar la puntilla al sistema constitucional, sembrando la simiente que posibilitó el ascenso al poder de Hitler y el Tercer Reich.

La excepcionalidad como sistema ordinario de Gobierno supone una amenaza permanente contra la esencia de cualquier democracia

En aquella maltrecha y denostada República de Weimar se consagró igualmente el fenómeno de la excepcionalidad como mecanismo de gobernanza, siguiendo lo dispuesto en el artículo 48 de la Carta Magna aprobada por la Asamblea Nacional alemana en 1919. La experiencia sería replicada cuarenta años después a partir del artículo 16 de la Constitución francesa de 1958 impulsada por Charles de Gaulle y que dio lugar a la V República imperante en el país vecino. España adoptó una fórmula de análoga naturaleza a través de la Ley Orgánica del Estado de 1967, cuyo artículo 10 daba poderes al jefe del Estado para adoptar medidas excepcionales "cuando la seguridad exterior, la independencia de la nación, la integridad de su territorio o el sistema institucional del Reino estén amenazados de modo grave e inmediato, dando cuenta documentada a Las Cortes".

El enunciado de este malhadado 'parágrafo de la Dictadura' es el antecedente válido del estado de alarma utilizado por el presidente del Gobierno como patente de corso de su acción política. El abuso en la labor del Ejecutivo ha sido una constante de los últimos tres meses que amenaza ahora la esencia de la democracia de cara a ese eufemismo preñado de carga doctrinal que han dado en llamar la 'nueva normalidad'. El resultado es un programa autoritario avanzado que lo mismo sirve para depurar las estructuras de mando de la Guardia Civil que para entregar la gestión del ingreso mínimo vital al PNV o anunciar la derogación 'íntegra' de la reforma laboral en consideración a los herederos de ETA. La prostitución del modelo tradicional de convivencia es evidente y se puede observar también en los pequeños detalles, para lo cual solo hace falta reparar en la arrogancia del comandante Iglesias, una vez que se ha despojado de la piel de cordero exhibida en sus primeros compases como subalterno de Sánchez.

El líder de Podemos ha acelerado bruscamente su proceso de metamorfosis incorporando a su imagen pública en el Parlamento los logros que indudablemente ha obtenido gracias a su inicial labor de zapa dentro del Consejo de Ministros. Pablo Iglesias se ha venido arriba de una forma descarada desde que se decretó la terrible pandemia y ni la mascarilla lucida en los respetuosos minutos de silencio que se guardan todos los miércoles en el Congreso puede esconder el rictus de victoria con que se pavonea cada vez que sube a la tribuna de oradores. El vicepresidente ejerce la plena soberanía de su posición como aliado preferente y socio indispensable del PSOE para figurar en lo más alto del Gobierno sin renunciar a estar también en la calle, moviéndose siempre al borde del límite constitucional.

 Iglesias se mueve con una especial ubicuidad que le permite estar en el Gobierno y al pie de la calle, con un programa al límite constitucional

Esta singular ubicuidad sirve de sustento político para abordar un cambio del modelo social y económico que amparado en los más encomiables esfuerzos de reconstrucción patria otorgan al supremo jefe de Podemos un salvoconducto especial para hacer de su capa un sayo en la nueva España del post-coronavirus. Iglesias trata de instaurar una égida repartiendo carnés de demócratas a todos sus deudos y simpatizantes, al tiempo que destierra de su particular paraíso a cualquiera de los que se atreven a poner en solfa sus aviesas intenciones. Lo peor no es que califique de golpista a Espinosa de los Monteros en el fragor de su fatua dialéctica, sino que cuando el portavoz de Vox decide marcharse desairado de una comisión de debate parlamentario le mande cerrar la puerta como si él fuera el amo de llaves del Congreso de los Diputados.

Todo se andará porque dada la elegante genuflexión con que responde el jefe del Ejecutivo a las demandas de su lugarteniente -pedid y se os dará- nada impide a Podemos hacer honor al nombre con el que ha conquistado fama, poder y gloria en poco más de un lustro. El partido marxista ha inclinado el terreno político a su favor, secuestrando la voluntad de un presidente del Gobierno que no está dispuesto a perder por nada del mundo su alquiler de cuatro años en La Moncloa. El resultado es un programa de máximos, promovido a prueba de herejes pero a mucha honra de su principal inquisidor. Un plan que lamentablemente sólo podrá encontrar réplica adecuada en instancias europeas, cuando el chirrido del estado de alarma y la 'nueva normalidad' de España termine atronando a los más puros oídos de Bruselas. Veremos si Iglesias sigue tan gallardo para entonces, y si Sánchez se comporta tan sumiso.

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