OPINION

La rana, el escorpión y todos juntos en el pelotón

Nadia Calviño en el Congreso de los Diputados
Nadia Calviño en el Congreso de los Diputados
Europa Press

Dicen que España es un país que planifica mal pero improvisa bien. La gestión de la crisis sanitaria ha desmentido el segundo axioma de la misma manera que la crisis económica puede sentenciar de forma despiadada el primer dictamen. Cierto es que los problemas comunes van a servir de partida para el consuelo político de los gobernantes resignados a su suerte, que no es otra que continuar en el poder. Pero también es verdad que nuestro país tiene todas las de perder dentro del grupo de naciones que a duras penas tratan de coronar la cima del coronavirus. España pedalea con la lengua fuera y las piernas fatigadas tras gastar muchas energías presupuestarias acarreando una montura demasiado rígida, lo que augura que nuestra economía pueda descolgarse de la cabeza de carrera llegando tarde a la recta final de la recuperación.

Antes de que el Covid 19 nos cambiara la vida, el guion de ideas de Nadia Calviño se fundamentaba en paliar los presagios de la desaceleración y sus consecuencias presupuestarias bajo el argumento de que España crecía más que la media de la Unión Europea. El cuento de la lechera se ha roto en mil pedazos tras el Plan de Estabilidad Presupuestaria -es un decir- presentado este viernes a las autoridades comunitarias y después de que la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, haya visto corregidos y aumentados los peores resultados oficiales de la ejecución contable en 2019. Aparte del desplome económico previsto para este año, el Gobierno ya había dado hace unos días la nota negativa en la eurozona con un déficit público al cierre del pasado ejercicio del 2,8% del PIB, rompiendo la tendencia de consolidación fiscal que desde 2012 había permitido una reducción de los ‘números rojos’ de España SA.

Las secuelas de la pandemia dejarán especialmente dañada a la economía española dada la dependencia de sectores con un sistema inmunológico especialmente vulnerable al confinamiento de la población y la paralización de la actividad. La crisis de deuda de 2008 arrasó a la industria de la construcción, se destruyeron 400.000 empresas y los niveles nominales de empleo no se restablecieron hasta bien avanzado el año 2017. La incipiente depresión económica se mide ahora en el termómetro del turismo, uno de los grandes motores de la extinta recuperación que se ha convertido en el principal factor de riesgo económico, tal y como demuestra el aluvión de estimaciones que, desde distintos organismos públicos o privados, tratan de medir la febril temperatura del país.

Al margen de la natural incertidumbre de un siniestro tan súbito y catastrófico, la enseñanza inmediata que está dejando esta crisis se puede resumir de modo palmario en que cualquier diagnóstico que se haga, por alarmista que parezca, es rápidamente susceptible de empeorar. A todo ello se une el escaso margen fiscal del Estado y sus maltrechas cuentas públicas, que obligan al Gobierno a ir arrastrando los pies en un deprimente quiero y no puedo a la hora de adoptar un plan propio de emergencia como el que están llevando a cabo otros países de nuestro entorno. Sirva de ejemplo que Alemania, referente válido para cualquier inversor internacional, dispone de una capacidad presupuestaria diez veces superior a España de cara a la gran batalla económica contra el coronavirus.

Con este cuadro clínico en la mano, la cuestión que ahora se plantean los principales servicios de estudios empresariales no consiste tanto en determinar el grado de reactivación, sino más bien en reconocer la parte del tejido productivo que ha quedado muerto o necrosado. De ello depende la profundidad real de la caída que va a sufrir el PIB en 2020, entre ese ajustado 9,2% que la vicepresidenta económica acaba de admitir en su carta a Bruselas o el 13,6% que se perfila en el escenario más real y menos politizado del Banco de España. Los efectos de la actual gangrena son además esenciales para delimitar la duración del nuevo ciclo o, lo que es igual y más importante, el tiempo que España tardará en sacar otra vez la cabeza del agujero.

La convalecencia económica es lo que tiene especialmente preocupado al Gobierno. Nadia Calviño lleva desde el primer día alertando al presidente del riesgo que supone la entrada en una nueva ‘senda Zapatero’. Ilustres dirigentes del PSOE, con Felipe González a la cabeza, han hecho llegar igualmente a Ferraz sus temores por una deriva prácticamente irreversible, que se traducirá en una cifra récord de déficit público en 2020, superando los peores registros, más allá del 11%, que condenaron al anterior presidente socialista. De ahí la insistencia en mendigar ante Bruselas en busca de un amparo que permita al conjunto del Estado español mutualizar su monumental desfase presupuestario con aportaciones comunitarias a fondo perdido. Sánchez necesita de la gratuidad de la Unión Europea porque sabe que el pan de hoy es el hambre de mañana que amenaza su estancia al frente del Gobierno.

La diferencia con Zapatero que perjudica a Sánchez

La crisis simétrica, todos juntos como hermanos, por la que viene suspirando el líder socialista no servirá de consuelo ni coartada cuando el resto de los grandes Estados retomen su velocidad de crucero. La España predispuesta para vivir a golpe de renta mínima permanente no podrá aguantar el ritmo de una recuperación fulgurante si no obtiene una subvención universal de Europa que haga las delicias de Podemos. A los grandes dirigentes comunitarios les importa una higa el radicalismo montaraz de Pablo Iglesias ni si Pedro Sánchez intenta construir en España una unidad política de destino a la moda 'suns-culotte'. Lo que verdaderamente les perturba es que la broma populista suele salir muy cara y el que quiera peces tendrá que mojarse hasta donde la espalda pierde su honroso nombre.

La comandita del actual Gobierno de coalición se mantendrá viva y coleando mientras el líder socialista pueda seguir pagando las facturas que le pase al cobro su compañero de fatigas comunista. El populachero grito de socorro del “no vamos a dejar que nadie se quede atrás” se entona a día de hoy como si de un grito de guerra se tratase, entre otras razones porque hasta ahora nadie se ha atrevido a romper filas en la batalla contra un enemigo universal y desconocido. Otra cosa será cuando la pandemia empiece a ser atajada, ya sea por la aparición de una vacuna o por la acumulación de contagios, y la psicosis de pánico se traslade del estremecedor presente sanitario a un más que alarmante futuro económico en el que los salarios del miedo y de la miseria quedarán socialmente devaluados.

La desescalada no deja de ser un proceso transitorio o intermedio que tendrá sus más crueles efectos darwinistas y dejará descarriados a los más torpes, lentos o débiles del pelotón. La historia amenaza con repetirse como tragedia porque algo de esto ya le ocurrió a España en la anterior crisis financiera, aunque en aquel entonces el ínclito Zapatero disponía de una mayoría suficiente en el Parlamento para sacar la cara ante Europa y adaptarse a las inclemencias de aquellos tiempos no tan lejanos. Sánchez camina sobre las ascuas encendidas por Iglesias en una simbiosis que se demostrará imperfecta, como ya le sucediera a la rana con el escorpión. La diferencia es que aquí y ahora nadie va a clavar el aguijón al presidente del Gobierno por una cuestión de instinto. Será por simples motivos de interés y táctica política. Al tiempo.

Mostrar comentarios