Capital sin Reservas

El verde valle de Repsol y la embestida del 'rinoceronte gris'

Repsol ha emprendido su traslado al 'verde valle' de Teresa Ribera, donde le espera la nueva competencia de Total. La empresa francesa es firme candidato a la compra del 20% de Naturgy que tiene en venta el fondo GIP.

Antonio Brufau ha terminado abrazándose a la doctrina ecológica de la vicepresidenta Teresa Ribera. A la fuerza ahorcan.
El presidente de Repsol, Antonio Brufau, no ha tenido más remedio que abrazarse a la doctrina ecológica de la vicepresidenta Teresa Ribera. 
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Lo único claro en esta nueva e incompleta normalidad promulgada por decreto es que la incertidumbre ha venido para quedarse durante una buena temporada. En el rumbo a lo desconocido que va a emprender la economía española se impone un ejercicio de supervivencia que provocará en ciertos sectores el deceso de algunos agentes productivos, en tanto que otros se verán abocados a una revisión estructural de sus modelos operativos. Entre los primeros figuran los damnificados del intenso confinamiento, con el turismo, la automoción, el comercio y el ocio como primeros abanderados. Entre los segundos, y al margen del sistema bancario que sirve de condimento para todas las salsas, destaca el mercado de la energía, cuya genética medioambiental exige una adaptación al cambio que resulta paradigmática para comprender el alcance de la que empieza a considerarse como la ‘madre de todas las crisis’.

El ‘lobby’ eléctrico ha ganado tiempo al tiempo rindiendo culto desde el primer momento a la estrategia de transición ecológica de la vicepresidenta Teresa Ribera, por lo que no ha tardado en cosechar los frutos que siempre produce la nutritiva semilla de la adulación. La responsable de la política energética, esquiva y dogmática en muchos de sus planteamientos ideológicos, se ha mostrado ahora especialmente atenta con la reivindicación de adecuar y mejorar los ingresos estatales que Iberdrola, Endesa y Naturgy obtienen por sus inversiones en redes ligadas al PIB y que este año podrían sufrir el lógico destrozo de una caída estimada de la actividad superior al 10%. Los reyes del kilovatio obtienen así un blindaje excepcional de sus negocios más seguros y rentables, lo que ayudará a mantener a buen resguardo sus pingües beneficios durante los críticos meses que se avecinan.

La lucha contra el cambio climático se ha convertido en una religión oficial de carácter universal a cuyos mandamientos se acogen las esperanzas de redención de todos aquellos que aspiran a salir vivos de la crisis. A pesar de la grandilocuencia con que se proclamaron las grandes movilizaciones de recursos en los primeros momentos del estado de alarma, lo cierto es que Pedro Sánchez se ha mostrado especialmente celoso a la hora de tirar de chequera para contrarrestar los efectos más nocivos del confinamiento. La única que ha conseguido cierta bula para saltarse el cerrojo ha sido la dama verde del Gobierno, que incluso va a permitir que el superávit eléctrico, legalmente reservado para amortiguar las eventuales subidas del recibo de la luz, pueda ser destinado a dotar de liquidez a las compañías operadoras.

Teresa Ribera ha echado un capote a las eléctricas tras ampliar los límites a las inversiones en redes y liberar el superávit eléctrico para dotar de liquidez al sector 

El poder de atracción de Teresa Ribera, poderoso caballero es don Dinero, ha terminado por seducir incluso los más fósiles agentes del mercado energético, que han visto las orejas al lobo con la brutal irrupción de la pandemia. El Covid-19 ha adquirido los tintes doctrinales que desde principios de siglo ensalzan la peligrosidad del cambio climático dentro de una misma familia de lo que ahora se conoce como ‘rinocerontes grises’. Una denominación tan abrumadora como ilustrativa, que incluye también a los ciberataques, la guerra nuclear o la deuda pública, y bajo la que se inscriben las más inquietantes, predecibles e impersonales amenazas de la era moderna. Todas ellas incorporadas como prioridades del nuevo orden mundial pero cuyo tratamiento político se encuentra aún muy lejos de garantizar una respuesta global y realmente efectiva.

Las grandes empresas petroleras, preocupadas por mantener la reputación ante los inversores de sus proyectos industriales, no están en condiciones de inflamar un debate social que atenta de manera especial contra las propias cuentas de resultados. Es el caso de Repsol, que ha aplacado el cariz del discurso mantenido hasta hace poco contra el fundamentalismo de la vicepresidenta y se ha tirado del caballo con fe ciega, otorgando un espaldarazo inestimable al relato institucional que viene predicando el Gobierno. La multinacional española ha comprendido que en los tiempos que corren es inútil luchar contra la corriente porque la más mínima tibieza en la cruzada energética será tildada de herejía, más si cabe ahora que España aspira a recibir una tajada importante del gran maná medioambiental que se está ventilando en la Unión Europea.

La compañía que preside Antonio Brufau, a la fuerza ahorcan, está como loca por entrar en el negocio regulado a partir de la producción de electricidad con fuentes renovables. Un nuevo patrón de gestión, emprendido hace menos de dos años y que se desarrolla en paralelo con un objetivo gradual de reducción de emisiones contaminantes. La reconversión de las petroleras, en la que están embarcados todos los gigantes supranacionales del sector, no es gratis y requiere un importante músculo financiero para reajustar a la baja el valor de los activos de acuerdo con los nuevos objetivos climáticos. Aparte del traumatismo financiero de este proceso estructural, los estragos de la cuarentena y la vertiginosa caída que han sufrido los precios del crudo en el mercado internacional pueden resultar demoledores cuando se conozcan los resultados del tercer trimestre a la vuelta del verano.

Total es un 'rinoceronte gris' para Repsol. Una amenaza que puede ser definitiva si la empresa francesa se convierte en nuevo socio de referencia de Naturgy

En el mercado español no se descarta que esta verdadera metamorfosis industrial obligue a importantes recortes de capacidad en los negocios tradicionales de las petroleras durante el segundo semestre de este año. El anticipo de este ‘valle verde’ lo acaba de protagonizar Cepsa, ahora bajo control del private equity Carlyle, que no ha tenido reparos en abordar una reorganización a fondo de todo el equipo directivo y anunciar acto seguido un ERTE en sus estaciones de servicio para un total de 2.500 trabajadores. La gestión de los nuevos accionistas financieros pone de manifiesto la necesidad de asegurar los niveles de eficiencia dentro de la red de puntos de venta que constituyen a día de hoy el certificado sanitario ante la tormenta perfecta que se barrunta en el sector.

La descarga eléctrica de los rayos y truenos que están cayendo en el mercado petrolero va a dar lugar a un interesante pulso corporativo con la vuelta al redil de Total, vieja conocida en España por su antiguo y dilatado periplo en Cepsa y que se ha hecho de una tacada con 2,5 millones de contratos de electricidad adquiridos a la portuguesa EDP en la Península Ibérica. La irrupción de la multinacional gala supone algo más que una amenaza latente para la estabilidad del mercado energético español, máxime teniendo en cuenta que el fondo americano GIP busca bajo cuerda compradores para su paquete del 20% de Naturgy. Repsol ha estado mucho tiempo tentándose la ropa con su archirrival francés pero la embestida de ahora le ha pillado a pie cambiado. No estaría de más que Teresa Ribera tomara nota y recogiera el guante de Brufau para extender su manto protector a todo el sector. A los puritanos, pero también a los conversos.

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