Personajes a contracorriente (III)

Magnus Blikstad, el patrón noruego que fue venerado por los obreros de Gijón

Representante de una compañía de maderas a finales del siglo XIX dejó una impronta de benefactor y de apoyo social para sus empleados que todavía se recuerda en la ciudad asturiana y se pone como ejemplo.

Magnus Blikstad junto a su familia
Magnus Blikstad junto a su familia
Ayuntamiento de Oslo

A la entrada de Gijón viniendo por Oviedo está la calle Carlos Marx, autor de 'El Capital', y el economista que más ha influido en las revoluciones de medio mundo. Sus tesis es que los empresarios son malvados por naturaleza pues se quedan el fruto del trabajo de sus obreros, que les explotan como si fueran siervos medievales y que, por tanto, los trabajadores se deben apropiar de lo que es suyo mediante una revolución

De una de las esquinas de la calle de Carlos Marx parte también la calle Magnus Blikstad. Mucha gente pasa por allí sin saber quién era ese señor: ¿un premio Nobel, un vikingo ilustre o una marca de pegamento? Magnus Blikstad fue uno de los empresarios más adorados por los trabajadores de Gijón. "Se ha portado con nosotros como un padre y no lo olvidaremos jamás", afirmaba una carta de un obrero en 1899 recuperada por el diario 'El Comercio' de Gijón. ¿Un empresario amado por los obreros? Para un comunista, eso seria una herejía. ¿Quién podría ser este empresario?

Nacido en la ciudad noruega de Trondheim en 1862, Magnus Blikstad estudió en la Escuela Catedralicia de la ciudad y se dedicó a la industria pesquera. ¿Y qué trajo a Blikstad a España? El comercio de maderas. A Noruega le sobraban bosques y a España le faltaban árboles. A mediados del siglo XIX un grupo de noruegos estableció en España La Compañía de Maderas. "Johan Sørensen de Kristiansund viajó a Santander en 1857 y comenzó lo que se convertiría en La Compañía de Maderas. Julius Jakhelln de Bodø, Georg Iversen de Fredrikshald y Fredrik Langaard de Kristiania fueron los otros fundadores. En la década de 1870, la compañía fue fortalecida por el capital de un quinto empresario noruego, Frithjof Plahte, y más tarde también por el pionero Magnus Blikstad", afirmaban Knut Aukrust y Dorte Skulstad en la presentación del libro 'Negocios entre España y Noruega: La compañía de maderas: 1857-2008'.

La compañía tenía representantes en los principales puertos del norte de España: Bilbao, Santander y Gijón. Para los noruegos, el comercio con España no era una anotación más en un libro de contabilidad. Tenía un significado histórico. En el siglo XIX Noruega era un país con dos coronas: había sido cedida por Napoleón a Suecia y desde entonces, dependía de los suecos, pero ansiaba llevar las riendas de su propio destino. Pero para ello necesitaban crecer económicamente, y abrir relaciones diplomáticas por su cuenta. España jugó un papel crucial. "La madera, el bacalao y el transporte marítimo eran, por supuesto, el pilar de la economía y el comercio exterior de Noruega. Los españoles fueron los primeros destinatarios de bacalao y madera noruega", afirma la divulgadora Eva Nordlung en el diario 'Nationen'. De hecho, en 1892 la compañía estableció muy buenas relaciones con el presidente de gobierno Emilio Castelar, quien les apoyó en su independencia de Noruega, la cual se logró en 1914.

La Compañía de Maderas llegó a ser una de las primeras empresas de carpintería de construcción de Europa. Al poco tiempo de su constitución abrió una casa filial en España que llegaría a contar con delegaciones en los principales puertos de la península (Bilbao, Santander, Pasajes, Gijón, Alicante y Huelva), y hasta en Madrid. 

Los barcos traían troncos procedentes de los grandes bosques nórdicos y los depositaban en los puertos del norte de España. Allí se aserraban y almacenaban, y luego se sometían a secado y curación. Cientos de empleados noruegos con sus familias así como accionistas se trasladaron a vivir al norte de España. Uno de ellos fue Magnus Blikstad, que era accionista de la compañía, y que fundó la sucursal en Gijón en 1888. Blikstad además ocupó el cargo de cónsul de Noruega y Suecia en la ciudad. Pero desde el principio fue conocido por su faceta social. Con sus donaciones sostuvo la Cocina Económica de la ciudad donde ofrecían comidas asequibles a los más necesitados. Hoy esa Cocina Económica es parte de la Asociación Gijonesa de Caridad, la cual ha destacado en estos meses por asistir a personas que han quedado sin recursos por culpa coronavirus. 

Blikstad también dio fondos para asilos de ancianos desamparados y apoyó desde el principio al Ateneo Obrero de Gijón, con donaciones sucesivas, una de las cuales llegó por telegrama y fue de 50.000 pesetas. La cantidad era tan elevada que los responsables de este centro de instrucción para obreros pidieron que se confirmase el telegrama. Confirmado. "Muchos capitalistas asturianos se apresuraron a imitar su enaltecedor ejemplo", decía la memoria del Ateneo Obrero en 1921.

Pero una de las iniciativas que más le concedió renombre entre los gijoneses fue su forma de administrar la empresa. Los trabajadores de los almacenes y la fábrica de La Compañía de Maderas tenían fama de ser los que más cobraban en Gijón: 13 reales por jornal, en comparación de los 8 habituales.

Blikstad estuvo en Gijón once años, antes de volver a su Noruega natal en 1899. Para homenajearle, los trabajadores publicaron en mayo de ese año un agradecimiento en el diario 'El Noroeste', que fue reproducido en junio de 2019 por el diario 'El Comercio' de Gijón. "Se ha portado con nosotros como un padre y no le olvidaremos jamás". "Ha sido un padre para el obrero, sin excepción de categorías dentro del taller y de la fábrica, por eso queremos darle públicamente las más expresivas gracias, para que sea conocido por todo el mundo como un hombre honrado y no como un explotador del sudor obrero". Algunas cartas hoy suscitarían recelos como la que decía: "A nuestro más querido e inolvidable amo (sic), que se ha portado con nosotros como un padre".

Los obreros recordaban que Blikstad les ayudaba subiendo el salario cuando subía el precio del pan. Un trabajador recordaba su cariño y amabilidad, y otro su faceta más humana. "Todo el pueblo de Gijón sabe que cuando un obrero se lastimaba en su fábrica ponía el coche para conducirlo a su casa, yendo él personalmente a llevarle el jornal semanalmente e interesarse por la salud del herido, con lo cual demostraba que tenía buen corazón". 

El día de su despedida en 1899, Blikstad les regaló una foto de todos delante de la fábrica. Además les invitó a comer y les dio 50 pesetas de la época a cada uno. El periódico 'El Noroeste' invitó a los gijoneses a despedirle en la estación de tren, y no ahorró su crítica a los empresarios locales. "El extranjero que ha hecho por nuestra clase lo que no ha hecho ningún burgués español".

Blikstad estaba casado con Anna Kuló y tuvo seis hijos. Cuatro de ellos nacieron en España y uno está enterrado en el cementerio de El Sucu, en Gijón. El empresario noruego siguió visitando Gijón dos veces al año. En 1902, en una de las visitas, se enteró de que un antiguo operario de la fábrica, Nicanor Sampedro, no podía acudir a la fábrica por su edad y achaques. Blikstad le concedió una pensión permanente. "Ojalá hubiera muchos patronos como Don Magnus Blisktad", escribió con agradecimiento el diario socialista 'El Progreso' el 8 de mayo de 1902, que reconocía el gran recuerdo que había dejado el almacenista "en el proletariado gijonés"

La empresa hispano-noruega pervivió más de 150 años en España: dos guerras mundiales, la Guerra Civil, el gobierno franquista en España, y buena parte de la democracia, hasta 2008. Sin duda, Magnus Blikstad fue un adelantado de su tiempo, pues tenía un concepto del papel del empresario que no es muy habitual, ni siquiera hoy en día. Fue el primer Hijo Adoptivo de la ciudad de Gijón en 1907. En 1919 se le dedicó una calle y se colocó una enorme placa en su memoria. En 1921 se le concedió la medalla de plata de la Orden de Isabel la Católica. Murió en 1926, y ese día la prensa de la ciudad le recordó como un hombre ejemplar, un empresario casi elevado a la categoría de santo. Por alguna jugarreta del destino, su calle se junta con la de Carlos Marx. 

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