Desde 2016 en las quinielas

Presiones, salidas y una pandemia: la intrahistoria de la gran OPV de Airbnb

El consejero delegado se resistió hasta el final a sacar a la compañía a bolsa, lo que le llevó a enfrentarse a algunos inversores, empleados y directivos.

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Airbnb saldrá a bolsa este jueves 10 de diciembre.
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A finales de 2016, Airbnb era una ‘rara avis’ en el mundo de los unicornios tecnológicos, compañías respaldadas por el capital riesgo valoradas en más de 1.000 millones de dólares. La plataforma de alojamientos asomaba un primer beneficio operativo y un flujo de caja positivo que se repetirían hasta 2019. Ninguno de sus pares, como Uber y otros, no podían decir lo mismo. Y empezaron las presiones para estrenarse en bolsa. No sólo de inversores, sino también de empleados, ansiosos por cobrar su 'stock options', y de directivos. Pero el consejero delegado y cofundador, Brian Chesky, se resistió hasta el final. Ahora, aún curándose de las heridas del durísimo golpe de la Covid-19, la compañía se estrenará esta semana en una de las OPV tecnológicas más esperadas de la historia reciente, con una valoración tope de 42.000 millones de dólares.

La enorme liquidez y abundancia de dinero privado para financiar compañías como Airbnb, Uber o Spotify llevó a sus fundadores y gestores a retrasar al máximo la salida a bolsa. No tenían necesidad de acudir al mercado de capitales para levantar más dinero con el que seguir construyendo la expansión de sus negocios. Chesky siempre se posicionó de una manera esquiva frente a una OPV. Huía de los focos de una empresa que cotiza. En febrero de 2015, Bill Gurley, jefe del gigante de la inversión de Silicon Valley Benchmark Capital (uno de los accionistas de referencia de Uber), advertía: el sector estaba sentado sobre una gran burbuja de riesgo, precisamente por la ausencia en estos unicornios como Airbnb de transparencia y rendición de cuentas a la que las cotizadas deben enfrentarse. Tres meses después de esa fecha, la plataforma de alojamientos disparaba su valoración hasta una cifra de 25.000 millones de dólares después de levantar 1.500 millones de dólares. Ni rastro de OPV.

Las presiones internas

A finales de 2016, la tecnológica logró el primer beneficio operativo y los primeros flujos de caja positivos de su historia. Las cuentas seguían teñidas de rojo en términos netos, pero esto era un gran hito en un sector marcado la falta de rentabilidad. Esto llevó la presión para estrenarse en bolsa a un siguiente nivel. Las quinielas de posibles OPV entre esos unicornios siempre tenían a Airbnb entre sus principales candidatos. Algunos inversores exigían esta ventana de salida, al igual que los empleados, que contaban con 'stock options' que no podían hacer líquidas y ganar los bonus después de años de trabajo en la empresa. Entre los accionistas, Chesky mantuvo al principal como su gran aliado. El fondo más exitoso de Silicon Valley, Sequoia Capital, estaba de su lado.

La última gran ronda de financiación firmada en el consejo de administración fue la de marzo de 2017, que era la continuación de la del año anterior. Entre ambos sumaron 1.000 millones de dólares. Esa fue la última ampliación de capital, en la que se abrió la oportunidad de vender en secundario por parte de inversores que quisieran hacer líquidas sus acciones. A partir de ese momento, la ventana se cerró. Y, tal y como desveló en su momento el diario Financial Times, Chesky y su equipo trataron de frenar las ventas en secundario no autorizadas formalmente. Se desconoce la cifra concreta, pero se habla de varios miles de millones intercambiados en estas transacciones 'informales'.

En el lado de los empleados, esas presiones también existieron. Y para entenderlas hay que recordar que en startups como esta, el pago a través de 'stock options' a los empleados es un estándar. Para cobrarlas se hace más fácil en el mercado bursátil. Durante años, 'brokers' de todo tipo se acercaban a la plantilla de esta compañía y de otras como Uber para comprarles sus títulos. Pero la mayoría no lo hizo. Y, además, los programas de recompras que ha ido lanzando la plataforma de alojamientos en este tiempo no llegaron a todos, como aseguraban algunos de ellos el pasado año a The New York Times. Es por eso que las tensiones han ido en aumento, llegando al pico más extremo en el año 2019.

Primeras gestiones... y la dimisión

Antes, en el año 2017, el consejero delegado ya pidió a su responsable financiero, Lawrence Tosi, que tanteara el mercado. El directivo había aterrizado dos años antes procedente del 'megafondo' Blackstone con el objetivo claro de la salida a bolsa. La ronda cerrada en aquel ejercicio de 1.000 millones -en dos tramos- tenía la 'promesa' detrás de que comenzaría a cotizar en 2018. Con ese horizonte, Tosi también inició conversaciones con bancos de inversión con valoraciones de la empresa de entre 45.000 y 50.000 millones, según aseguran fuentes conocedoras a Reuters. Pero el propio Chesky deshizo todo. 

En enero de ese 2018 escribió una carta abierta en la que se posicionaba: "Tenemos un tiempo infinito en el horizonte". Era su manera de cerrar la puerta a la OPV. En privado, el primer ejecutivo, de 39 años, le comunicó que no quería seguir adelante con el estreno bursátil y, además, que promovería a Belinda Johnson, hasta ese momento al frente de los asuntos legales, como directora de operaciones ('número 2' en la práctica). Tosi aspiraba a llegar a ese puesto tras la llegada al parqué. Muchos lo interpretaron como una forma de enseñarle la puerta. El 1 de febrero, el veterano de Wall Street anunció su dimisión.

El CEO de Airbnb se enfrentó a su responsable financiero, procedente de Blackstone, que acabó dimitiendo en 2018 ante la cancelación de la OPV

A finales de año, nombran a un nuevo responsable financiero, un directivo veterano de Amazon. Todo apuntaba a que 2019 iba a ser el momento de salir a bolsa. Hacen lo propio otros como Uber o Lyft, ambos con muchos problemas. Los meses pasaban y Chesky seguía resistiéndose. Wework se prepara para su estreno en verano. Finalmente, en septiembre Airbnb anuncia que oficialmente saldrá a bolsa en 2020. Era un compromiso público -aunque podía ser obviado-. Pero sobre todo era una manera de sacudirse la presión. El fracaso del gigante del coworking, que canceló su salida hundiendo su valoración y obligando a un rescate por parte de Softbank, estaba de fondo. Pero nada podía igualar a lo que estaba a punto de suceder en un mes de febrero de 2020. 

Ese mes, Airbnb tuvo que suspender todas las reservas de apartamentos y viviendas en Pekín. Era sólo el principio. Después vino la hecatombe, con el estallido de la pandemia global del coronavirus y la cancelación masiva de reservas, con una caída de más del 70% de las nuevas. La salida a bolsa era lo de menos. Había que frenar la sangría. Anunció el despido de 1.900 empleados -un 25% de su plantilla- y levantó 2.000 millones de dólares en préstamos a firmas como Silver Lake. ¿El peaje? Una tasa de interés anual de más del 9% (Uber cerró una operación similar con un precio muy inferior en el año 2018). Chesky logró salvar los muebles y en el tercer trimestre declararon ganancias netas de 291 millones.

La pandemia obliga

Precisamente en julio, cuando las reservas empezaban a recuperarse tras la primera ola del coronavirus, todo apuntaba a que la salida a bolsa se retomaría en la segunda parte del año. Pero, como sucediera desde aquellos primeros años de la década, el primer ejecutivo se resistió hasta el último momento. El 11 de julio, acudió a una entrevista a la televisión de Bloomberg y volvió a dejar dudas. "La cuestión real es cuándo está todo preparado para nosotros; no tenemos una planificación fija ahora mismo", advirtió ante las cámaras. Volvió a insistir en que la recuperación tenía que ser más consistente para tomar la decisión. Esa resistencia duró poco. Según Reuters, en una reunión del consejo de administración de finales de ese mes -dos semanas después de su intervención- firmó la OPV para finales de año. No había marcha atrás.

Después de estampar esa firma ha venido todo lo demás. Primero el folleto inicial, luego una primera fijación del precio que se está revisando al alza, colocando la valoración en un techo de 42.000 millones de dólares. Seis años después de esas primeras quinielas y las primeras presiones de inversores y empleados, Chesky da su brazo a torcer. Si todo va como se espera, este jueves tocará la campana en Wall Street. Lo hará delante de todos los focos del parqué bursátil, esos que ha estado esquivando durante mucho tiempo.

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