Sustituye a Iceta

Salvador Illa, el 'ministro del bicho' que deja Sanidad para 'conquistar' Cataluña

Su actitud sosegada ha sido su mejor arma desde su primera aparición en público, pero los esfuerzos por huir del protagonismo no han librado al catalán de encontrarse bajo el foco de todas las miradas.

El ministro de Sanidad, Salvador Illa, en rueda de prensa en Moncloa.
El ministro de Sanidad, Salvador Illa, en rueda de prensa en Moncloa.
EFE

El Gobierno hizo "todo lo que pudo y un poquito más". Así defendió Salvador Illa a mediados de diciembre la estrategia del Ejecutivo frente al coronavirus después de que el Sindicato de Médicos de Ceuta exigiera nuevos protocolos y denunciase a la Dirección Territorial del Instituto de Gestión Sanitaria (INGESA) por no proveer de EPI a los sanitarios ceutíes, que llegaron a utilizar bolsas de basura para protegerse de la Covid-19 durante los primeros 20 días de marzo. El citado sindicato ganó el juicio pero Illa argumentó que, como la carencia de material no era culpa del Gobierno, no tenía que pedir perdón. Aquella respuesta dejó entrever una actitud inmune a las críticas.

Nadie sospechaba por aquel entonces que en los últimos compases del año se anunciaría su salida del Ministerio de Sanidad para ocupar la candidatura del Partido de los Socialistas de Cataluña (PSCpara presentarse a las elecciones del 14.-F. Dada su trayectoria, era un movimiento predecible antes de que estallara una pandemia que ha causado más de 50.000 muertos en España. La comunidad médica le ha recriminado el movimiento pero el ministro ha hecho oídos sordos, coincidiendo con una postura oficial que no admite los 'errores' que critican sus adversarios. 

La actitud discreta ha sido el atributo que mejor define a Illa desde su primera aparición en público, junto a la formalidad y el tono tranquilo. Siempre ha preferido dar prioridad a las opiniones de expertos antes que las de sus correligionarios, y se ha rodeado de profesionales técnicos desde que saltó a la arena política. Sin embargo, sus esfuerzos por esquivar el papel de protagonista no han evitado -lógicamente- que el foco de la atención pública se posase sobre el político catalán.

Cuando el Gobierno anunció en enero que Salvador Illa sería el nuevo ministro de Sanidad varias organizaciones de sanitarios manifestaron su sorpresa. El Consejo General de Enfermería expresó su preferencia por alguien que tuviera "conocimiento y formación sanitaria", mientras que la Organización Médica Colegial pidió que se mantuvieran las líneas de trabajo del equipo anterior. La mayoría de los profesionales de la Sanidad destacaron la labor de María Luisa Carcedo, la cirujana que antecedió a Illa y que ahora ejerce como secretaria ejecutiva de Sanidad y Consumo del PSOE.

El historial de Illa le convertía en un candidato improbable para el puesto. Con una licenciatura en Filosofía de la Universidad de Barcelona y un máster en Economía y Dirección de Empresas en el IESE - Universidad de Navarra, ejerció como concejal del Ayuntamiento de La Roca del Vallès, su municipio natal, en 1987. Se afilió al PSC y fue investido como alcalde de La Roca en 1995, tras el fallecimiento de Romà Planas i Miró. En su paso por el Ayuntamiento, Illa aprobó la construcción de la Roca Village, un ‘outlet’ descomunal de marcas de lujo que superaría a la Sagrada Familia como el sitio más visitado de Barcelona. La ubicación del centro comercial fue fruto de sus negociaciones, ya que se había planificado para erigirlo en Mataró. Después, el ministro pasó por el Departamento de Justicia de la Generalitat, el Ayuntamiento de Barcelona y probó suerte en el sector privado como director de la compañía audiovisual Cromosoma.

En esta época se acercó a Miquel Iceta, primer secretario del PSC, que le nombró secretario de Organización del partido. Su nuevo padrino fue el enlace para que Pedro Sánchez le eligiese para negociar con Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) la pasada investidura. Un papel clave que desempeñó con la misma quietud que le ha caracterizado durante toda su carrera. Illa no se identifica con el independentismo –se dejó ver en una manifestación de Societat Civil Catalana en contra del separatismo en 2017– ni ha hablado sobre los indultos a los presos del 'procés', pero mantiene su capacidad de diálogo, una marca que comparte con Ernest Lluch. El titular de la cartera de Sanidad, que ejerció entre 1982 y 1986, entró en contacto con la izquierda 'abertzale' pese a ser blanco de una lluvia de críticas. Al igual que Illa, quien le mencionó en su toma de posesión, Lluch no tenía experiencia previa en el campo sanitario.

Algo parecido debía tener Sánchez en mente cuando nombró ministro a Salvador Illa. Con la mayoría de las competencias de Sanidad en manos de las comunidades autónomas, la decisión 'olía' a juego diplomático con Cataluña, al menos hasta que aparecieron los primeros casos de coronavirus en España. La centralización del control del sistema sanitario le puso en la primera fila de la atención mediática cuando se declaró el estado de alarma, especialmente por su rol en la imposición del confinamiento. Si bien Fernando Simón se erigió como portavoz del Ministerio al inicio de la pandemia, Illa aumentó su presencia en las ruedas de prensa o los comunicados oficiales y con mensajes personales en las redes sociales.

Después de la primera ola, el control sanitario regresó poco a poco a las autonomías. Es inevitable pensar que una de las razones fue la controversia por los test defectuosos. En marzo se tuvieron que desestimar 659.000 kits de diagnóstico comprados por 17,143 millones de euros, de los que se acometieron 7 millones. Más allá de las acusaciones a la empresa china que los farbicó (Bioeasy) y a la proveedora nacional que recibió el encargo (Inter Pharma), el fiasco reforzó la desconfianza en el Ejecutivo que ya se respiraba en diversos sectores. Madrid se convirtió en la vanguardia de la oposición política, contradiciendo las recomendaciones (que ya no imposiciones) de Illa en cuanto a aforos, apertura de establecimientos, toques de queda... El ministro de Sanidad no apuntó a culpables y su talante tranquilo hizo que no se uniera a la mayoría de sus compañeros de filas en los ataques que lanzaron contra el Gobierno de la Comunidad de Madrid.

Sin embargo, ha habido ocasiones en que la frustración de Illa se ha vuelto un poco más evidente. Aunque mantenía el porte al que está acostumbrado, se le escapaban arranques que en cualquier otro político se apreciarían como enormes esfuerzos de autocontrol. En sus referencias a botellones, las acusaciones de falta de transparencia y la acumulación de roces con Madrid, aquellos gestos destacaban por el contraste con su actitud habitual. Así, aseguró a voces que el final de 2020 no traería el fin de la pandemia y afirmó que podría hacer falta una tercera dosis de la vacuna para los españoles, estirando su calendario indefinidamente. Después se reunió con su familia para Navidad... mientras recomendaba que no todos los ciudadanos hicieran lo mismo

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