OPINION

Lograr mesa en una terraza, cueste lo que cueste

Un camarero limpia el mobiliario de su terraza a pocas horas de abrir el establecimiento
Un camarero limpia el mobiliario de su terraza a pocas horas de abrir el establecimiento
La Información

Hará calor. Como en estos días que acaban de pasar. No importa, la calle de hoy lunes 25 de mayo es otra calle. Tiene las mismas aceras llenas de polen y el mismo asfalto sucio pero todos sabemos que son distintas a las de ayer. Hoy es el día cero. Madrid, Barcelona, Valladolid, León, Burgos, Segovia... Millones de personas esperan a que salga el sol para pasear en familia, tomar café con churros o una cerveza en una terraza, hacer visitas, ir de compras... Cosas simples. Vivir, volver a vivir.

Si importante es para los que queremos caminar con las debidas precauciones, tomar una cerveza en una mesa exterior de un bar, ir a un museo, a centros comerciales 'capados' en metros cuadrados... es fácil imaginar lo que la jornada supone para los propietarios o los empleados de todos esos negocios que han tenido por único ingreso el aire durante durísimas semanas con los cierres abajo y los suelos criando polvo.

No les será fácil arrancar a los negocios de las grandes ciudades que hoy se incorporan a la fase 1. El miedo al contagio está en el aire y contra los fantasmas es muy difícil combatir. Recuperar la confianza llevará tiempo, un tiempo que llega tarde para muchas tiendas, bares y empresas que no han sobrevivido al coronavirus. La pandemia se ha cargado buena parte de la economía y la que ha quedado en pie está dañada en sus pilares. Toca reconstruir y acostumbrarse a vivir en un mundo nuevo en el que se acabaron los apretones de manos y los besos de presentación; en el que rozar al prójimo sin intención y sin darse cuenta será delito mayor; donde mostrar los labios será toda una provocación rodeada de minúsculas gotículas que pudieran estar infectadas por la Covid de los demonios; y eso de trabajar codo con codo se ha acabado: dos metros de distancia y sin chistar. De lo otro, ya ni hablamos.

El repunte de la enfermedad, del número de contagios, es algo más que una simple hipótesis. Es parte del juego de abrir el melón. El Gobierno ha permitido el cambio de fase a Madrid, Barcelona y otras ciudades en las que los infectados se han registrado por miles, al igual que los muertos. Y la casuística no va a terminar hoy por el simple hecho de que se puedan hacer estas o aquellas actividades que hasta ayer estaban prohibidas. Al contrario, la apertura traerá rebrote. Nadie sabe decir en qué porcentaje. En los hogares hay asintomáticos que desconocen su situación, también infectados. Todos ellos y gran parte de los demás, como buenos españoles, saldrán hoy mismo a petar las terrazas, les quitarán el polvo a los coches -algunos puede que ni arranquen-, irán a ver abuelos, padres, primos, nietos... a toda la parentela. Y los que tienen segunda vivienda en la provincia, pues a disfrutarla. ¿O no? Alguno conozco yo que está esperando como agua de mayo a que el ministro Salvador Illa toque la campana de 'Inagurada la Fase 1' para poner rumbo a cualquier lugar que no sea el hogar, como conquistadores de tierras lejanas.

La movilidad traerá felicidad, satisfacciones y regocijos después de más de dos meses encerrados como el Conde de Montecristo, en los que ni los vis a vis han estado permitidos. La Covid ha separado -y sigue separando- parejas, amigos, hermanos... La Fase 1 permitirá en algunos caso el acercamiento, más caluroso que las vídeollamadas, aunque haya que guardar distancias de seguridad para burlar al bicho.

Lo peor de la muerte es acostumbrarse a ella. Cuando los fallecidos por el coronavirus se contaban en España con tres cifras y los infectados eran una verdadera legión, la población esperaba la publicación de los datos oficiales con ansiedad rebozada en terror. Ahora, las cifras han menguado: 70, 50, 60, 80 muertos. Nada más. Y un puñado mal contado de infectados. Poca cosa ya (ironía). Acostumbrarse a algo lleva aparejado perder el miedo. Y perder el miedo cuando hablamos de una cruel pandemia entraña riesgos.

Pero los españoles somos arrojados. Lo mismo celebramos una multitudinaria manifestación de apoyo a la mujer que participamos en una caravana automovilística de protesta en pleno estado de alarma. Si hay que celebrar, se celebra, y si hay que protestar, se protesta. Hoy , temprano madrileños, barceloneses, tomarán posiciones en su terraza favorita. Algunos preferirán irse al centro, para ver lo que se cuece. Otros, la compañía de familia o amigos. "Mira ese, qué ojos tiene", "Qué manos mas bonitas se imaginan bajo esos guantes de látex", "Qué bien te queda la mascarilla higiénica negra, te da un aire...", "Pareces el doctor House pasando consulta". Las terrazas estarán de bote en bote, entre riesgo y riesgo, como si hubiera acabado la ley seca. Si me equivoco, me quedo un día más encerrado en casa. Como castigo.

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