La independencia energética pasa por la autonomía tecnológica

EDP refuerza su apuesta por España y se queda con Viesgo por 3.000 millones
La independencia energética pasa por la autonomía tecnológica.
Viesgo

Que la generación de energía está sufriendo una revolución es una cuestión innegable. En los últimos cinco años, las grandes compañías energéticas están mudando a un mix en el que el porcentaje de fuentes basadas en el carbono está disminuyendo a pasos agigantados. Mientras, la capacidad renovable aumenta considerablemente alterando radicalmente la hegemonía de los hidrocarburos sobre los mercados internacionales.

El cambio de modelo energético es una de las megatendencias políticas que están condicionando la economía mundial. Ahora podemos hablar, sin echarnos las manos a la cabeza, de petroleras verdes o energéticas sostenibles, dos eufemismos que hace 10 años serían de todo punto contrapuestos. 

Ver a Repsol adquirir activos renovables, a Naturgy desprenderse de plantas de gas para invertir en eólica y solar, o a Total desembarcar en el mercado renovable español, son ejemplos claros de que los tiempos del petróleo en el complejo mundo de la energía han llegado casi a su punto final.

El cambio de paradigma energético nos trae además otra derivada positiva. La sempiterna dependencia energética española (y europea) puede verse favorecida por la explotación de energías renovables autóctonas. El sol, el viento o el agua no conocen de dueños o de países aleatoriamente favorecidos por la presencia de hidrocarburos en su subsuelo. Gracias a ellos, España podrá aligerar los más de 30.000 millones de euros que componen su descompensado déficit exterior en un futuro cercano. A cambio, simplemente, tendrá que apostar por sus recursos naturales, como ya lo hacía con el turismo.

Sin embargo, a la superación de la dependencia energética se le podría superponer otro enemigo que es, incluso, más peligroso: la dependencia tecnológica. 

Sol, agua o viento no son nada sin una tecnología que haga convertir el tórrido calor de verano en energía capaz de iluminar calles o calentar hogares en invierno. El control de la industria de componentes y la I+D+i energética son claves en la carrera por la autosuficiencia. Sin ella simplemente cambiaremos unas dependencias, energéticas, por otras, tecnológicas.

La reciente crisis logística, generada en la primera ola de la Covid, puso de manifiesto las carencias de Europa con respecto a la cadena de suministros china. La industria de la automoción resultó especialmente afectada al verse privada de los materiales básicos con los que ensamblar los casi tres millones de coches que se construyen anualmente en España. También lo fue la fotovoltaica, que vio paralizada la importación de paneles solares y de componentes básicos para su mantenimiento. La independencia energética también debe contemplar la autonomía tecnológica puesto que, de otra manera, la capacidad de una nación para autoabastecerse de energía quedará seriamente dañada.

Lejos de nuestras fronteras las cosas pintan de diferente forma y lo hacen, en muchos casos, poniendo como cuestión principal el componente industrial. Esta semana, Iberdrola ha anunciado la contratación a General Electric de 84 aerogeneradores que operarán en el megaparque eólico marino Vineyard Win 1. El importe de la operación asciende a 830 millones de euros. Esta instalación offshore, que pasa por ser la más grande del mundo, se sitúa frente a las costas del Estado de Massachusetts, en Estados Unidos. Su objetivo es cubrir las necesidades energéticas de más de 400.000 hogares. La capacidad total instalada alcanzará los 800 MW y supondrá una inversión acumulada de 2.500 millones de euros, dando empleo a más de 3.600 trabajadores.

Estados Unidos ha transformado radicalmente el mercado energético. Desde hace unos años se ha convertido en un exportador neto de energía y, lo que es más importante, ha supuesto un contrapeso fáctico al poder que mantenía la OPEP en el mercado internacional de los hidrocarburos. Lejos de volcarse únicamente en este dominio, la apuesta renovable estadounidense se ha redoblado, especialmente en el sector eólico, donde ha sabido captar el interés y la financiación de cientos de empresas de todo el mundo que operan en su territorio.

Esta apertura económica no supone en modo alguno renunciar al desarrollo de una industria tecnológica propia. Por el contrario, la estrategia americana pasa por fomentar la figura de los socios tecnológicos nacionales, aquellos capaces de asegurar la consecución de una independencia energética con una autonomía tecnológica nacional. 

A cambio de 800 MW eólicos, Estados Unidos se garantiza el mantenimiento y el desarrollo de la tecnología necesaria para ser líderes en eólica marina. Pese a que es cierto que General Electrics posee los aerogeneradores más apropiados para la explotación del parque, no lo es menos que la danesa Vestas o la hispano-germana Siemens Gamesa también son líderes en su sector, al que podrían haber ofrecido perfectamente su capacitación y recursos necesarios para estar presentes en el proyecto.

La estrategia estadounidense no es aislada. Al igual que Iberdrola concedía este contrato histórico esta semana, según informa El Confidencial, las autoridades americanas ponían su lupa sobre la industria aerogeneradora europea y denunciaban los apoyos directos que las empresas del continente reciben de sus respectivos países y de la Comisión Europea. Aun estando enmarcado dentro de la guerra arancelaria entre los dos socios del Atlántico, la acción americana supone un toque de atención para avisar a propios y extraños de que los Estados Unidos no permitirán el control de terceros sobre su espacio vital energético, mucho menos si este es renovable.

En un primer momento de la era del carbono, los yacimientos petrolíferos suponían el primer paso para convertirse en una potencia. Posteriormente, el transporte y la canalización se convirtieron en los ejes estratégicos que podían condicionar el acceso a los recursos energéticos en Occidente. Hoy en día, sin los atavismos geográficos y los condicionantes del transporte, la independencia energética está más cercana que nunca, pero para llegar a ella hay que contar con la autonomía tecnológica necesaria. 

Sin ella no seremos mucho más libres, energéticamente hablando, que en las décadas pasadas.

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