OPINION

¡Es el fin del mundo, vamos a morir todos!

Coronavirus aeropuertos
Coronavirus aeropuertos
Efe

Hay que ver cómo evolucionan las cosas. Hace unas semanas hablar sobre la peligrosidad del coronavirus era un ejercicio de riesgo. Que si es como una gripe, que si mata poco, que no hay que preocuparse, que eso es algo que ha pasado allí lejos, en China, que puede que allí caigan como moscas pero en occidente hay que alarmarse lo justo... Eso, hace unas semanas. Ahora, hoy, el COVID-19 es el coco. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya no es tan cauta como en los comienzos del virus y ha calificado de “muy alto” el riesgo de expansión del mal. Cuando han aparecido casos en muchos países decir que es peligrosa su expansión es igual que asomarse a la ventana y decir que llueve cuando cae lluvia.

Para más inri, un epidemiólogo de la Universidad de Harvard, ha afirmado que entre el 40% y el 70% de los habitantes del planeta se contagiarán de coronavirus. Muchos ni se enterarán, y es esa falta de sintomatología en algunas ocasiones lo que lo hace más sórdido. En el más a más, se cree que los resfriados y la gripe de todos los otoños e inviernos se verán acompañados del nuevo bicho: no hay dos sin tres, y los cuatro jinetes del Apocalipsis tendrían un quinto caballista dispuesto a meter en la saca a los más débiles y a los más desprotegidos.

China es sin duda alguna quien más ha sufrido el COVID-19. El censo de más de 2.000 muertos y 80.000 afectados ha señalado a la potencia mundial como origen de la afección vírica, que se ha apresurado a levantar hospitales a velocidad de vértigo y a controlar los movimientos de los enfermos para evitar que el virus no 'viaje'. Mientras, Italia 'sucursal`europea de la enfermedad de Wuhan, ha servido de ventilador para despachar coronavirus por medio continente. El 'bichito' ya ha tocado Francia, España, Alemania... No hay barreras para el COVID-19. Los más agoreros creerán que el mundo toca a su fin y que el coronavirus es la plaga que se encargará de borrar a la humanidad de la faz de la Tierra. No será así. Esperemos que no sea así.

Puede que la enfermedad no sea como la peste y, por suerte, no se cobrará demasiadas vidas. Pero está causando verdaderos estragos en los mercados y las bolsas de prácticamente todo el mundo. En España invertir en bolsa es como jugar a la ruleta rusa con cinco balas de seis posibles en el tambor: el daño esta prácticamente asegurado. Las aerolíneas están desgarradas por el COVID-19 (algunas no vuelan a los focos de la infección mientras que los pasajeros cancelan sus reservas por el miedo incontrolable a caer en los brazos de una enfermedad desconocida); a las hoteleras no les llega la camisa al cuello (los clientes se lo piensan dos veces y la Semana Santa será clave para comprobar el bajonazo en el sector y cómo afectará esa situación al empleo); las compañías automovilísticas ven cómo su producción puede pararse por escasez de componentes que se fabrican en China (la dependencia de Asia es una peligrosa relación comercial)... Y a eso le sumamos que los bancos no levantan cabeza, que los grandes eventos son suspendidos -el Mobile fue el primero, pero salones, exposiciones y festivales se han puesto la mascarilla antes de estornudar y presentar febrícula.

Las pérdidas económicas por el coronavirus son grandes. Empleados enviados a casa ante un posible afectado en la empresa, expedientes de regulación temporal de empleo, EREs, cierres de negocios... esto si que es una auténtica pandemia. Los que saben de estas cosas, los médicos, han puesto su granito de arena para que el canguelo redoble su presión: el Consejo General de Colegios de Médicos ha recomendado no ir a congresos, conferencias, centros o actividades en los que haya o pueda haber afectados por el COVID-19. Cuando los que mandan en esto de la Sanidad sugieren tomar precauciones será cuestión de poner nuestras barbas a remojar.

En el franquismo, los señores de la 'tele' programaban corridas de toros o partidos de fútbol para tener entretenido al personal en sus casas, sentado frente al aparato en blanco y negro, mientras las Fuerzas de Orden Público se dedicaban a aplacar a los pocos revoltosos que protestaban contra el régimen de Franco. El mismo Francisco Franco que ocupó un despacho del Palacio del Senado después de la Guerra Civil y que hoy expulsa gas radón.

En la España del siglo XXI siempre que hay lío político también suenan trompetas y sirenas que marean al prójimo. El coronavirus ha venido a explotar en España justo cuando Gobierno y Govern han empezado a poner piezas en su mesa de negociación; cuando han empezado a pisar la calle los primeros presos del procés; cuando Carles Puigdemont alborota en Perpiñán; cuando tiemblan alguna eléctrica y algún banco por lo que trasciende de la investigación judicial del caso Villarejo; cuando a José Luis Ábalos le flaquean las piernas mientras es foco de críticas por la extraña visita de la política venezolana Delcy Rodríguez a España; cuando Pablo Iglesias quiere poner sus manos en los papeles más secretos del CNI; cuando Inés Arrimadas se abofetea metafóricamente en público con Paco Igea en un intento por controlar un partido, Ciudadanos, que tiene no pocas vías de agua; cuando el PP trata de buscar un sitio que no le dé urticaria... Menos mal que ayer se jugaba el Real Madrid-Barcelona: dos horas en las que para media España no hubo procés ni coronavirus ni Puigdemont ni Ábalos ni Iglesias ni Cs ni PP... Y hoy, durante el desayuno en el bar, cuando estornude el de al lado -por si tiene coronavirus-, le hacemos un regate al estilo Messi.

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