Capital sin Reservas

El caballo de Troya y el burro de Atila

Apoderados ilustres del felipismo, junto a sectores empresariales hartos ya de estar hartos, impulsan opciones de centro moderado ante la convicción de que el Gobierno no se bajará del burro en lo que resta de legislatura.

El Gobierno de Pedro Sánchez considera que el 'felipismo' está desenfocado de la 'realpolitik' española
Pedro Sánchez considera que el 'felipismo' ha perdido todo enfoque y virtualidad sobre la política actual que su Gobierno quiere hacer en España.
Europa Press

Viaje al centro de la tierra. No es una nueva adaptación de la novela de Julio Verne sino la versión moderna de las ambiciones soterradas que el mundo de los negocios trata de trasladar a los grandes partidos liberales de la derecha política. Un intento de contraponer, antes de que sea demasiado tarde, alguna opción válida al rodillo de esa coalición de izquierda radical consolidada en el poder con el amparo clientelar de las rutilantes fuerzas separatistas. Confirmado, en principio, el desalojo de Trump de la Casa Blanca y despachada con cajas destempladas la moción de censura de Vox, el establishment empresarial se ha venido arriba, convencido de que ha llegado el momento de edificar un marco amplio de intereses para integrar a toda esa comunidad de electores, tan callada y silenciosa como hastiada de sufrir la deriva populista que vive España.

Transcurrido el primer año desde la victoria socialcomunista del 10-N existe la convicción de que nada ni nadie podrán apear del burro hasta el final de la legislatura a los actuales inquilinos del Gobierno. Para que no quepa ninguna duda, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se han propuesto reforzar ahora sus legitimidades parlamentarias en la almoneda de ese mercado persa institucionalizado a costa de los Presupuestos Generales del Estado. La perspectiva de tres años por delante puede parecer demasiado tiempo si no existe una hoja de ruta que ofrezca una alternativa válida, pero los acontecimientos recientes han estimulado la posibilidad de configurar una nueva oposición, de talante moderado y firme arrojo, cuya misión esencial será que el resto del actual ciclo político suponga un continuo desgaste y se haga especialmente largo a los que están en el ejercicio del poder.

Para ello la comunidad empresarial y financiera participada por sectores afines a la CEOE y grandes patronales, profesionales autónomos claramente damnificados y algunas empresas del Ibex cansadas de servir como comparsas en las festividades monclovitas han emprendido una movilización silenciosa que amenaza con provocar estruendos si la situación económica se complica, como parece, antes de que llegue la anhelada vacuna. La dispersión de competencias entre las comunidades autónomas ha permitido al Gobierno espantar o, cuando menos repartir, las críticas por una gestión sanitaria obscenamente utilizada como arma arrojadiza del debate público. Pero si España entra en una depresión que pudiera atacar el bolsillo de los contribuyentes como nunca jamás se ha visto en la historia reciente no habrá un escondite suficientemente amplio para que el jefe del Ejecutivo pueda camuflar sus personales e intransferibles responsabilidades.

Los socialistas de viejo cuño consideran que la histórica franquicia del PSOE está padeciendo una insufrible impostura a manos del homónimo de Pablo Iglesias 

La atmósfera de crispación y malestar contenido que se respira en los cenáculos de la denominada sociedad civil tiene un detonante potencial en la propia esencia ideológica del PSOE. Los más ilustres apoderados de Felipe González consideran que Pedro Sánchez está ‘okupando’ de manera impune la casa común del pueblo y se han pasado sin mayores complejos al bando de los renegados con la intención, entre otras, de liberar la histórica franquicia de Pablo Iglesias de ese homónimo posmoderno que sujeta la argolla de una insufrible impostura. Los socialistas de toda la vida creen aún en la justicia poética con la suficiente entereza para intentar una renovación interna que abra los ojos a una visión tolerante donde el conflicto no sea el motivo de la confrontación sino la oportunidad del consenso y que prescinda de buscar los réditos políticos en los resentimientos de una derrotada y marchita socialdemocracia.

La búsqueda de un centroizquierda de corte liberal que sintonice con la prédica europeísta tiene su singular 'big bang' en el instinto desesperado de supervivencia protagonizado por los herederos de Albert Rivera en Ciudadanos. Los fieles de Inés Arrimadas, encabezados por Edmundo Bal como principal figura emergente de la formación naranja, vienen siendo tentados en las últimas semanas por un cada vez más nutrido grupo de críticos socialistas en el que poco a poco empiezan a estar todos los que son, han sido y serán vapuleados por ese ‘sanchismo’ irredento capaz de filetear a España con tal de perpetuarse en el poder. La reducida maquinaria parlamentaria de Cs está siendo adiestrada por los veteranos felipistas como caballo de Troya para alcanzar la médula infectada del Gobierno en un postrer intento por retirar los escombros que amenazan con dejar la política española hecha un solar.

El tacticismo reconstituyente del partido bisagra es también el acicate que ha movilizado a Pablo Casado para irradiar una percepción más equilibrada del Partido Popular después de dar portazo a su vieja amistad con Santiago Abascal. En el PP están convencidos de que la huida hacia adelante de Inés Arrimadas desembocará en una honorable inmolación y quieren aprovechar los despojos de lo que se supone un sacrificio rentable para promocionar un programa de gobierno mancomunado en ese centrismo yermo desde que la crispación erradicó cualquier otra simiente del modelo de convivencia en nuestro país. Unos y otros, inflamados por la indignación moral de estos que ya no tienen nada que ganar y el aliento más tangible de aquellos que están cansados de perder, han comprendido que la única manera de enfrentar una coalición radicalizada al extremo pasa hoy en día por una coalición moderada de centro que sea capaz de amortizar su enorme coste de oportunidad.

No se trata solo de bajar del poder a los dos que ahora cabalgan juntos, sino de poner freno rápidamente a la involución radical que busca un cambio de régimen en España

El Partido Popular y Ciudadanos marchan cada uno por su lado en formación paralela por un camino que debe confluir en un mismo punto de encuentro. Para evitar la tentativa de desviaciones en el recorrido ambos necesitan el impulso de poderes fácticos suficientemente templados porque, se quiera o no, el estrafalario programa político vigente en la actual era del coronavirus se encuentra todavía en una fase incipiente de desarrollo. Quedan muchas cosas por ver que nos llenarán de asombro, de manera que la paciencia y el barajar adquieren una especial relevancia para que la demolición del edificio constitucional que se han propuesto llevar a cabo los dos jinetes del Gobierno apocalíptico termine finalmente por sepultar a los propios encargados que van colocando día a día los barrenos.

La misión no consiste solamente en desalojar del poder a los que ahora lo detentan con la impunidad de la llamada geometría variable, sino en impedir cuanto antes el avance de la involución radical que conduce a un cambio de régimen en todo el país. Para ello es necesario recuperar la esencia que facilitó la consolidación de la democracia con un viraje de la comunidad política y civil hacia ese centro moderado y constructivo que permanece desde hace tiempo desocupado. Una nueva transición que obligará a conciliar la voluntad del relato verbal con los hechos de una elocuente capacidad de renuncia por todas las partes interesadas en evitar el viaje de España a ninguna parte. De lo contrario, los dos de marras seguirán cabalgando juntos sobre su particular asno de Atila.

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