OPINION

La cuarentena de Sánchez e Iglesias ¿Quién se vacuna el primero?

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, presenta el programa de la coalición
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, presenta el programa de la coalición
Eduardo Parra - Europa Press - Archivo

La quiebra del modelo de vida y convivencia generado por el coronavirus ha supuesto también un baño de realismo para el Gobierno dual de la nación. Sin buscarlo ni mucho menos pretenderlo, Pedro Sánchez se ha encontrado de bruces ante una ocasión inmejorable para poner en valor ese liderazgo melifluo y acomplejado con el que hasta ahora ha venido batiéndose el cobre ante su obligado alter ego de Podemos. La agenda legislativa en estos primeros compases comanditarios de la coalición social-comunista ha estado manejada claramente por Pablo Iglesias, pero las tornas podrían cambiar a partir de ahora ante una causa de fuerza mayor que ataca la salud de las personas y el futuro económico del país dejando a la intemperie cualquier debate ideológico. En otras palabras, al presidente se le ha aparecido el virus.

A la luz de la alarma social que estos días contamina todas las decisiones políticas, el jefe del Ejecutivo debería esforzarse en encontrar algún resquicio de autoritas para paliar la falta de potestas que sufraga la cohabitación con sus socios de legislatura. Hasta la fecha Sánchez se ha conformado con pasear una imagen majestuosa de salón por los diferentes cenáculos internacionales mientras se ve obligado a tragar quina santa catalina en los atiborrados y farfulleros Consejos de Ministros que se celebran cada martes en Moncloa. El máximo órgano colegiado del Gobierno se ha convertido en una jaula de grillos donde el alboroto se manifiesta en proporción directa a la trascendencia de los asuntos que se plantean, como bien pudo comprobar el titular de Sanidad en las primeras deliberaciones sobre la epidemia que asola España.

Salvador Illa ha tenido que emplearse a fondo desahogando sus lamentos con todo aquel que le ha prestado oídos hasta conseguir que el jefe del Ejecutivo le introduzca en el cuartel general que dirige la batalla frente al coronavirus y contra esa vorágine doctrinal que condiciona todos los acuerdos ministeriales de ámbito o componente social. Ni la máxima gravedad de la situación ha podido doblegar la barahúnda de ese consorcio gubernamental constituido para certificar el poder del PSOE a mayor gloria de Podemos. No en balde, la formación morada es la que ha inspirado los principales proyectos normativos adoptados hasta la fecha, desde la subida del SMI hasta la derogación de despidos por bajas laborales pasando por la más reciente prohibición de los desahucios por impago del alquiler.

Frente a las ministras de Iglesias el único puñetazo en la mesa lo ha dado Carmen Calvo con motivo de la ley de libertad sexual y si se descuida la dejan de cenicienta en las celebraciones del 8-M. La habrían hecho un favor vista la imprudencia de la convocatoria y teniendo en cuenta las secuelas que la manifestación feminista está deparando en la salud de algunas de sus promotoras. En cualquier caso el incidente con la que se presume vicepresidenta primera del Gobierno ha quedado en una disputa de infantes si se compara con la tensión de un desatado Pablo Iglesias, quien no ha vacilado en saltarse su propia cuarentena para reclamar en plena emergencia nacional la hegemonía que le conceden las capitulaciones suscritas con Pedro Sánchez nada más conocerse los resultados electorales del 10-N.

Las espadas entre los dos primeros consortes del Gobierno dual están en todo lo alto pero corresponde al jefe del Ejecutivo dar un paso al frente para demostrar quién maneja de verdad las riendas de la acción política en un país donde no sólo se puede reclamar responsabilidad a los ciudadanos. La misión de un primer ministro no debe sustentarse en repartir dosis de adrenalina entre sus colaboradores más indómitos por mucho que dichos levantiscos legitimen su insolente disonancia en un pacto de conveniencia que los acontecimientos han convertido en papel mojado. A día de hoy, las alianzas de familia frente a terceros han perdido todo su valor porque el enemigo supera cualquier previsión y como se ha encargado de repetir una y otra vez el mismo Pedro Sánchez “no entiende de ideologías, partidos ni territorios”.

Un bazuca anticrisis a la medida de Podemos 

Al líder socialista le ocurre con Podemos algo parecido a lo que padecía Rajoy en su última etapa presidencial con Ciudadanos. Uno y otro se ven abocados a sacrificar sus programas originales para satisfacer o, en el mejor de los casos modular, los desbocados requerimientos de sus respectivos aliados preferentes, limitando su jerarquía funcional en beneficio de todos aquellos zascandiles de bambalinas que siempre están preparados para sacar rédito al mogollón del conflicto, convencidos de que si no se puede mandar lo importante es saber influir. Desde que prometió el cargo de vicepresidente, Pablo Iglesias se ha revelado como un maestro a la hora de manejarse con la mano izquierda y ha ido ajustando al límite su ascendente en materias que realmente no deberían formar parte de sus delimitadas atribuciones.

El estado de sitio y excepción en el que vivimos no ha hecho sino exacerbar las exigencias del líder de Podemos, que incluso ha aprovechado el decreto extraordinario de medidas económicas para colar una disposición final que consagra su posición dominante al frente de los servicios de inteligencia del Estado. La incorporación de Iglesias a la comisión de control del CNI constituye una de las primeras reivindicaciones desde que la formación morada empezó a definir hace cinco años sus ambiciones de poder. Además, el vicepresidente segundo ha puesto de los nervios a Nadia Calviño torpedeando las iniciativas de mayor calado económico y priorizando las ayudas de carácter más populista que lógicamente servirán para aquilatar el rédito político de la marca Podemos una vez que vaya remitiendo la crisis del coronavirus.

El bazuca anticrisis ha sido acogido en el mundo empresarial con todos los beneficios que es menester otorgar a cualquier duda en estos momentos de plena y atribulada incertidumbre. El presidente no puede, por tanto, desaprovechar la cruzada contra la horrible plaga del coronavirus, una epidemia terrible e inaudita pero que, aunque sólo sea de una manera temporal y simbólica, ha unido a la mayor parte de los españoles en un mismo empeño. Toda la unión de esfuerzos contra la epidemia, la sanitaria y la económica, se demostrará ineficiente si no emerge un liderazgo verdaderamente integrador que arrumbe la insolencia de esos gregarios incapaces de reconocer a su jefe de filas incluso en el peor lance de la más dura escalada. El coronavirus ha puesto de relieve la cuarentena que comparten tanto Sánchez como Iglesias. Lo importante ahora es saber quién se vacuna primero.

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