Con el polémico Nord Stream 2

Putin gana la guerra: el gas ruso llega al corazón de Alemania y 'fractura' Europa

Ciento treinta kilómetros. El Kremlin está a tan solo esa distancia de dar un vuelco total y absoluto a la configuración energética del Viejo Continente.

EFE
Putin gana la guerra: el gas ruso llega al corazón de Alemania y fractura Europa
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Ciento treinta kilómetros. Rusia está a tan solo esa distancia de dar un vuelco total y absoluto a la configuración energética europea. De paso dará un revés a la relación entre Estados Unidos y la Unión Europea y probablemente a la de los socios comunitarios. Todo por un conglomerado de intereses que forman parte del proyecto Nord Stream 2. El mayor y más polémico gasoducto que inyectará directamente gas ruso al corazón de Alemania.

Los datos detrás del megaproyecto ofrecen una visión de la dimensión de su importancia. Desde el momento en que el gas comience a correr en Ust Luga (al oeste de San Petersburgo) en dirección a la bahía de Greifswald, Alemania podrá contar con una capacidad máxima de 55.000 millones de metros cúbicos anuales para colmar su demanda energética. Los 9.000 millones de euros previstos de coste del proyecto se rentabilizarán a través del consorcio Nord Stream, un conglomerado de empresas entre las que está Gazprom, con un 50% de participación, Shell, OMV, Engie, Uniper y Wintersall Dea, que se reparten la otra mitad.

En estas operaciones, es difícil separar el interés nacional del empresarial. De esta manera, los más de 1.200 kilómetros de longitud del proyecto involucran directamente a los gobiernos de Rusia, Holanda, Austria, Francia y Alemania, e indirectamente a Dinamarca, Suecia, Finlandia y… Estados Unidos.

A simple vista, la gran beneficiada de la operación será Gazprom, la energética rusa que pasa por ser el principal suministrador mundial de gas natural, con un 15% de la producción de este gaseoso elemento. Los beneficios económicos no se ciñen únicamente a la infraestructura física, por el contrario, el auténtico maná para las arcas rusas vendrá unos pocos años después en forma de contratos gasísticos a largo plazo con Berlín.

Sin embargo, en geopolítica, el beneficio de unos siempre es el perjuicio de otros. La construcción del gasoducto conlleva el declive de otros puntos de suministro de gas en el Este de Europa, rompiendo en dos, energéticamente hablando, Europa. El TAP, el gasoducto transatlántico que une Turquía y Grecia dejará de tener como cliente a Alemania, que ya no necesitará ningún tipo de respaldo procedente del sur de Europa.

Alemania también se librará de la inestabilidad que ha protagonizado en el último año los gasoductos que transcurren desde el Caspio a Turquía, como el BTC y el SCP que tienen la osadía de bordear tierras armenias. El conflicto de Nagorno Karabaj, vivido hace un año, lejos de finalizar, supone una losa sobre un territorio que pide estabilidad como paso previo al desarrollo económico. En la lucha de contrapoderes en esta zona del mundo, los intereses de Rusia se contraponen a los de Turquía que aspira a convertirse en el ‘hub’ del gas del sur de Europa. Alemania se quitaría de encima este lastre y Rusia la obligación de mantener un ojo sobre las tensiones entre armenios y azeríes.

El auténtico maná para las arcas rusas vendrá unos pocos años después en forma de contratos a largo plazo con Berlín

Pero de entre todos los damnificados, hay uno que destaca sobre el resto. Ucrania ha mantenido una posición de dominio histórico sobre el gas ruso que fluía hacía Europa. En 2009, después de trece días de interrupción en el suministro de gas procedente de Rusia hacia Europa, Ucrania permitió el bombeo gasístico hacia Polonia y el resto de países de la UE que reciben este gas desde Moscú. Fueron trece días en los que se demostró que a menudo es más importante ser el punto de paso que el proveedor de materias primas.

Junto a la dimensión energética del Nord Stream 2 destaca la diplomática. El gasoducto también romperá, en parte, las relaciones exteriores de la Unión Europea y lo hará entre los dos bloques antagonistas de siempre: Estados Unidos y Rusia. En los últimos años, Europa, especialmente España, se ha convertido en el destino preferido de los cientos de gaseros que llegan desde las costas estadounidenses a las europerasAsí, en 2020, Estados Unidos fue el primer suministrador de gas en España, destronando incluso al suministro canalizado procedente de Argelia y lo que es mejor para la economía española y europea: lo hizo a un precio realmente barato. La Cámara de Comercio de Estados Unidos en España, ya consideró en su momento que España podría convertirse en uno de los grandes importadores de gas americano en Europa. Una posición que, sin duda, ejercería como contrapeso a los intereses rusos.

La tecnología ha permitido que el gas pueda transportarse en estado líquido a través de gaseros que mantienen la temperatura por debajo de los 160º. De esta manera ocupa mucho menos espacio y, por lo tanto, ofrece un mayor volumen de almacenaje, que a su vez puede ser volcado en las decenas de plantas de regasificación europeas. Si Alemania mira hacia el este, Reino Unido, España, Francia o Italia miran claramente hacia el oeste. Un punto cardinal que proporciona precios asequibles y una estabilidad en el suministro que, hasta el momento, Rusia no ha garantizado, al menos en lo que a tranquilidad y estabilidad se refiere.

Tocar a Estados Unidos en asuntos energéticos implica rozar las líneas rojas de la diplomacia energética. A través de Alemania, Rusia podría ofrecer gas ‘políticamente estable’ y a unos precios previsibles. Hungría, Bulgaria, Polonia o incluso Grecia e Italia, podrían evitar la inestabilidad ucraniana o turca y recibir el suministro desde los nódulos alemanes de gas. Y esto es algo que escuece como una ortiga en Washington. Estados Unidos ha adoptado múltiples sanciones dirigidas las empresas, e incluso a las personas involucradas en la construcción de Nord Stream 2. La justificación radica en la vulnerabilidad que, a juicio, tanto de la Administración Trump como Biden, provocaría que Europa obedeciera en gran parte a los intereses rusos y, por supuesto, la dependencia que conllevaría dejar al arbitrio de Putin un elemento imprescindible para alimentar las calefacciones de Berlín, Hamburgo, Varsovia o Sofía.

En este sentido, la postura alemana siempre ha sido timorata en cuanto a las presiones sobre Moscú. Merkel se ha mostrado más partidaria de apostar por una energía que necesita imperiosamente para reducir la capacidad de sus centrales de carbón y reducir su huella contaminante, al menos en la medida suficiente para hacer posibles sus planes de reducción de emisiones de CO2. Pese a que el gas no es una energía netamente limpia, sí es menos contaminante que el carbón. Esto, unido a la renuncia de producción nuclear establecida para 2022, hace que Nord Stream 2 se convierta en el canal de respaldo y transición de la potencia germana. El ‘enfoque verde’ del que ha hecho gala el país germano, pone a las energías renovables como solución a la histórica dependencia energética del exterior.

Además de a la energía nuclear, Alemania ha renunciado a la producción de gas y petróleo a través del fracking, tecnología prohibida en 2016. La única manera de cubrir la escasez de energía alemana es a través de importaciones por gasoductos. Merkel es plenamente consciente de esta necesidad y entre Rusia y Washington, entre libertad o gas, ha elegido claramente los beneficios del segundo frente a las presuntas bondades de la primera.

La última damnificada en todo este quilombo de intereses es la UE. Nord Stream 2 va en contra de los intereses de muchos países miembros de la Unión, España entre ellos. Tampoco es coherente con la estrategia medioambiental de reducción de emisiones a nivel continental establecida por la Comisión y ni siquiera ayuda a la tan cacareada ‘Unión de la Energía’ ya que, al no estar garantizada la interconexión energética plena en el continente, puede crear pequeñas islas energéticas, bloquear la competencia y aumentar los precios al inyectar una capacidad desmesurada de gas.

En una maratón los metros que más cuestan son los últimos 195 tras los 42 kilómetros anteriores. De la misma manera, Nord Stream 2 afronta sus últimos 130 kilómetros en subsuelo danés. Una distancia que puede resultar especialmente larga tras los mil anteriores llenos de incertidumbres políticas, sanciones económicas y tensiones diplomáticas.

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