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El putinismo de Putin, Ucrania y las profecías de Nostradamus y San Malaquías

El presidente ruso envía a matar y a morir a su ejército mientras bombardea a los civiles que tratan de escapar. Putin podría estar llamado a responder por presuntos crímenes de guerra.

Centenares de personas, este domingo, en Madrid, para pedir el fin de la guerra en Ucrania.
Centenares de personas, este domingo, en Madrid, para pedir el fin de la guerra en Ucrania.
EFE/David Fernández

No pinta bien la invasión de Ucrania. Vladimir Putin no parece dispuesto a frenar en su ofensiva: ha roto las fronteras, ataca y mata a civiles, bombardea hospitales infantiles, expulsa a la población de sus casas y no levanta el pie del acelerador bélico que golpea a su vecino geográfico. Además, es cuestión de tiempo, ojalá me equivoque, que el presidente de Rusia viole también el territorio de la OTAN, como ha hecho con Ucrania, y prenda la mecha de una guerra global de consecuencias impredecibles. "Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen", decía Julio Anguita, y qué razón tenía, independientemente de quién avive la llama.

Este domingo, los misiles rusos se han quedado a unas pocas decenas de kilómetros de la frontera con Polonia, territorio de la OTAN al igual que Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal, Reino Unido, Grecia, Turquía, Alemania, Hungría, Polonia, República Checa, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Albania, Croacia, Montenegro, Macedonia del Norte y España.

El socialista Felipe González presidía nuestro país cuando entramos en la Comunidad Económica Europea (CEE) y durante  la firma del Tratado de Maastricht. Meses antes de que aquel PSOE ganase las elecciones, en 1982, Leopoldo Calvo-Sotelo daba carta blanca a nuestra pertenencia a la Alianza Atlántica. Hoy, en el momento socio-político-económico más complejo del siglo XXI, junto con la pandemia del coronavirus, es otro socialista, Pedro Sánchez, el que ejerce el mando desde el palacio de La Moncloa en un alborotado gallinero en el que Podemos es un lastre para ejercer con unanimidad las tareas de Gobierno. Sánchez lo sabe, pero la formación es su cruz, y tragar quina va implícito en el contrato de la coalición que le sustenta.

Putin es putinista, tan solo piensa en él, y lo que no es él se la trae al pairo. Su ego no cabe en la ya inmensa Rusia

Del avispero de la coalición se salva Yolanda Díaz (también Alberto Garzón), que como representante del comunismo del PCE en el que milita se ha alineado con el Ejecutivo del que forma parte haciendo ver que en las situaciones complejas lo óptimo son las decisiones sencillas. Y mañana, ya se verá qué pasa; si es que hay un mañana en el que pensar. Habrá que recurrir a Nostradamus y San Malaquías.

Díaz, además, se posiciona cuando está empezando a levantar su proyecto político con el que aspira a dar la batalla desde la izquierda del PSOE. A Sánchez también la ha costado decidirse entre ponerse de perfil o implicarse enviando armamento de guerra al pueblo ucraniano, después del primer ridículo estrepitoso mandando cascos y chalecos por una cantidad irrisoria. Parafraseando a Javier Krahe, "no todo va a ser pasar"; habrá también que estar en primer tiempo de saludo en el bando de los que defienden la libertad frente a la brutalidad del invasor.

Putin es putinista, no comunista; solo piensa en él, y lo que no es él se la trae al pairo; su ego no cabe en la ya inmensa Rusia, por eso pisotea Ucrania; su temeridad es cercana a la enajenación, a sabiendas de que sus actos pueden ser el comienzo de una Tercera Guerra Mundial; envía a matar y a morir a unidades de su ejército; bombardea a ucranianos y ucranianas que tratan de escapar de la barbarie junto a sus hijos, dejando atrás sus hogares, sus trabajos, sus recuerdos, sus vidas, sus sueños, sus muertos... Putin podría estar llamado a responder por presuntos crímenes de guerra; y Rusia penará el haber sostenido a un dirigente como él. En las películas de acción, la población se revolvería contra su gobernante, por sus atroces ataques bélicos; en este caso, difícilmente sucederá, a la vista del miedo que genera el ex KGB dentro y fuera de su estado.

Vladimir Putin puede querer comprobar hasta dónde es capaz de aguantar Joe Biden y si está dispuesto a participar en el macabro juego de los botones rojos

El presidente ruso va a seguir tensando la cuerda a fin de testar cuál puede ser la reacción de los países de la OTAN si un 'pepino' equivoca o no su trayectoria y cae, digamos, en territorio polaco. Joe Biden ya ha anunciado que eso será el inicio de un conflicto mundial; probablemente Putin quiera comprobar hasta dónde es capaz de aguantar el mandatario estadounidense y si está dispuesto a participar en el macabro juego de los botones rojos. Nos habían dicho que las guerras del siglo XXI se librarían sin tiros y sin ejércitos, apoyadas por la tecnología, las telecomunicaciones, la informática… pero lo cierto es que la sangre corre por tierras ucranianas como sucedía en la Edad Media.

El putinismo de Putin da escalofríos al mundo, que no se ha repuesto del último arreón de la Covid y se retuerce ahora con un redoble en la subida de los precios de los combustibles, que ya cierran industrias que se mueven con gas; Ucrania, que es el granero de Europa, ha dejado huérfano el mercado de las semillas y el aceite de girasol, por el que en España se pagan precios disparatados… La sombra del desabastecimiento -originado, entre otras razones, por el acopio de materias primas ante la posibilidad de una extensión geográfica del conflicto entre Rusia y Ucrania- está a la vuelta de la esquina. Este mismo mes, con los precios de las gasolinas y los gasóleos por las nubes, muchos coches quedarán aparcados en las calles y dejarse una luz encendida en casa o en el trabajo será casi un descuido delictivo. Desconozco si Nostradamus o San Malaquías visionaron 2022. Eso importa poco: me preocupa más saber si atisbaron 2023 y el mundo seguía entero.

Buena semana, si el putinismo de Putin no lo impide.

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