Libertad sin cargas

Sánchez aparca el Peugeot 407 y toma por asalto el Ibex 35

De Galán a Pallete: Sánchez corteja a los VIP del Ibex y se prometen colaboración
Sánchez aparca el Peugeot 407 y se sube a un blindado contra el Ibex.
Borja Puig de la Bellacasa

Era un Peugeot 407 y tenía 11 años, la edad en que los expertos recomiendan cambiar de vehículo. Es más, seguro que sus emisiones harían hoy fruncir el ceño a la inflexible Teresa Ribera. Pedro Sánchez acababa de dimitir como secretario general del PSOE y en su esquina no estaba Iván Redondo, sino Juan Manuel Serrano, hoy presidente de Correos. Vivir para ver. “A partir del lunes cojo mi coche para recorrer todos los rincones de España y escuchar a aquellos que no han sido escuchados, los militantes y los votantes de izquierdas de nuestro país”. Corría el mes octubre de 2016 y el hoy presidente del Gobierno acababa de entregar su acta de diputado. Su ’no es no’ le apartaba del aparato pero le convertía en un fenomenal ‘outsider’ ideológico. Ataviado con una camisa vaquera, semanas después, se subía al rodeo de Jordi Évole y se despachaba a gusto al culpar de su debacle a “una burbuja de medios de comunicación que están en manos de pocas empresas del sector financiero o telecomunicaciones como Telefónica”. Sánchez desencadenado, sin ataduras, con nombres y apellidos. “Hubo responsables empresariales que trabajaron para que hubiera un Gobierno conservador”, remachaba, señalando al ‘establishment’ como culpable de su ruina.

Casi un lustro después, resulta evidente que Sánchez aprendió la lección… o mejor dicho, que la interiorizó en su propio beneficio. Si no puedes con tu enemigo, únete a él. Esta semana, el Ejecutivo que preside el político madrileño culminaba la toma de control de Indra, rematando un espectáculo bochornoso -en fondo y forma- para inversores y analistas. Con la sustitución en Indra de Fernando Abril-Martorell por Marc Murtra -sin funciones ejecutivas pero con ascendencia para vigilar el cotarro, que es de lo que se trata- apuntalaba Moncloa el rosario de relevos promovido en el sector público empresarial. En julio de 2018, apenas un mes después de acceder Sánchez a la presidencia tras la moción de censura a Mariano Rajoy, Maurici Lucena sustituía a Jaime García-Legaz al frente de Aena y Jordi Sevilla a José Folgado en la presidencia de Red Eléctrica. En las empresas públicas, ni media fisura. El que manda, pone a los suyos. Como los anteriores, Sánchez no lo dudó. El ‘sí por el cambio’ que en su día llevó en campaña Pedro Sánchez se quedó en eso, en un lema vacío. Visto lo visto, demasiado ha durado Abril-Martorell ante la pujanza del PSC. Paradójicamente, el principal cliente de Indra ha promovido un cambio en la gestión de la compañía como principal accionista. Una auténtica aberración.

Controladas las empresas públicas, la tarea más fácil, las huestes de Sánchez también han porfiado en su segundo ‘round’ presidencial por atar en corto al ‘poder empresarial privado’ que le descabalgó de la secretaría general. De hecho, no tardó en comprender el inquilino de la Avenida Puerta de Hierro que el Boletín Oficial del Estado era su mejor amigo; véase, primero dar para luego pedir. En marzo de 2020, por ejemplo, con la pandemia en plena ebullición, el Ejecutivo puso en marcha una suerte de escudo hecho a la medida de las empresas españolas más golpeadas en bolsa. Al aprobar que toda inversión extracomunitaria superior al 10% tuviera que pasar por el filtro gubernamental, el Ejecutivo frenaba cualquier intento de opa hostil a corporaciones estratégicas como Telefónica o Repsol. Por si fuera poco, en noviembre el blindaje se extendía a los asaltos procedentes de la Unión Europea. A partir de ahí y a golpe de decreto, el núcleo duro de Moncloa se hacía clave a la hora de gestionar irrupciones como la de IFM en Naturgy o Vivendi en Prisa. Y conseguía de un plumazo que las empresas más necesitadas tuvieran necesariamente que comer en su mano como ultimo valladar ante las veleidades de algún pretendiente inesperado.

La cuestión es de expectativas. Sánchez no ha sido diferente de otros a la hora de extender su poder sobre el establishment empresarial. Sin embargo, se esperaba más de él cuando, desahuciado, se subió en su coche para ‘vender’ esa nueva política de la que ha acabado renegando

“Podéis criticarnos, pero qué se puede hacer. Con una ley, si ellos quieren, se cargan la empresa en dos semanas. Esa es la realidad”, confiaba esta semana sin ambages un alto ejecutivo de un ‘top ten’ del Ibex. La pandemia y los fondos europeos han terminado por pulir y dar brillo al bastón de mando que con mano firme blande el Gobierno. Considera el Ejecutivo, en su omnímodo poder, que debe promoverse un cambio de guardia en los principales ejecutivos del selectivo, algunos ya en la senectud y con formas de hacer negocios que remiten a otros tiempos y otras servidumbres. Mejor dejar paso a dirigentes más jóvenes, con los mismos cuellos almidonados pero sin corbata, más dúctiles y afines, comprensivos con los intereses del que manda. ¿Talento? ¿Acaso importa? Se ha empezado con los bancos y los sueldos de sus cúpulas, pero en breve serán sometidos al escrutinio público -y a las restricciones legislativas- otros sectores cuyos beneficios resultan excesivos a juicio del Gobierno. Las eléctricas, sin ir más lejos, ya tiemblan con la regulación en ciernes de los denominados ‘windfall profits’ -aquellos beneficios que las empresas obtienen gracias a centrales supuestamente amortizadas- que planea el Ejecutivo. Un debate de largo aliento que el Ministerio de Industria quiere cerrar de un plumazo, esto es, poniendo el yugo a las Iberdrola o Endesa.

Para difundir la buena nueva, no ha sido Sánchez diferente de Aznar y Zapatero en su empeño por forjar un entorno de medios de comunicación favorable. El expresidente socialista, de hecho, aún disfruta de su legado tanto por la recurrente influencia de sus peones como por la pervivencia de los medios forjados bajo su manto. No es extraño, de hecho, coincidir con ministros del PP durante la era Rajoy que certifican que el mayor error de la legislatura había sido resucitar a La Sexta, que sin el respaldo de Atresmedia iba camino de la quiebra. Las numerosas presentaciones organizadas desde Moncloa para vender medidas de toda clase y condición, incluso hasta el año 2050, no son sino el mejor exponente del ‘Matrix’ mediático creado por el Gobierno, siempre con la vista puesta en el corto plazo. Y cuando un factor inesperado como el 4-M levanta el tablero de juego y cambia el paradigma, es imprescindible pasar pantalla y recurrir a aquellos ‘issues’ ideológicos en los que el Partido Popular -la némesis con la que a final de semana se miden Redondo&Co.- tiene todas las de perder. ¿Por qué ahora (de nuevo) Cataluña y los indultos?

La cuestión, al final del día, es de expectativas. Porque, aunque no ha sido Sánchez diferente de otros que le precedieron en el cargo a la hora de extender sus tentáculos sobre el ‘establishment’ empresarial, no es aventurado suponer que los votantes socialistas ávidos de cambio esperaban algo más de quien, desahuciado, se subió en su coche para recorrer pueblos y ‘vender’ esa nueva política a la que ha terminado dando la espalda. Levantó ampollas Pablo Iglesias, socio del presidente, cuando aseguró que no había plena normalidad democrática en España. Con escasa fortuna, el ya exvicepresidente del Gobierno arrimaba el ascua a su sardina a la hora de justificar el aserto, acudiendo al ‘caso Hasél’ o al bloqueo en la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), todavía pendiente. Sin embargo, es cierto que la normalidad democrática estará comprometida mientras la estabilidad jurídica no esté garantizada para las empresas que dependen del BOE y viven en un ay ante la eventualidad de que el Ejecutivo cambie su cuenta de resultados de un día para otro. La sensación en el Ibex es de que cualquier desaire puede ser castigado sin piedad. Y no falta quien, para evitarlo, dedica más tiempo a hacer relaciones públicas que a gestionar su empresa. Desatinos de un tiempo salvaje.

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