Capital sin Reservas

Un polizón a bordo del Titanic de papel que capitanea Sánchez

El descontrol de la crisis sanitaria y las dificultades de recuperación económica han provocado los recelos de Sánchez ante la rutina victimista de Iglesias y las continuas disidencias de sus aliados de coalición.

El presidente Sánchez empieza a estar cansado de la rutina victimista con que se maneja Pablo Iglesias
El presidente Sánchez empieza a estar cansado de la rutina victimista con que se maneja Pablo Iglesias
EFE

Las escaramuzas de Podemos en su constante labor de zapa dentro del Gobierno están empezando a generar un efecto ‘boomerang’ en el pulso que mantiene la formación morada con el PSOE. Después de los múltiples rifirrafes del verano, Pedro Sánchez está convencido de que sus aliados preferentes de legislatura jamás y bajo ningún concepto abandonarán el barco del poder, por lo menos hasta un minuto antes de que el hundimiento se demuestre inevitable. Precisamente, y con el fin de evitar nefastos desenlaces, la consigna de Moncloa pasa por rebajar cuanto antes los humos de Pablo Iglesias, relegando sus proclamas jacobinas a los camarotes de tercera clase. De esta forma será más fácil concentrar los esfuerzos que se realizan en cubierta para ocultar los peores augurios de la actual carta de navegación y garantizar, mientras se pueda, la tranquilidad del pasaje.

La espantada de España del rey emérito, el colapso en el pago del Ingreso Mínimo Vital (IMV), la ‘arrimada’ a Ciudadanos para sacar adelante los Presupuestos del Estado o el acuerdo de fusión anunciado por CaixaBank y Bankia han motivado que el comandante podemita diera rienda suelta a la más socorrida pose victimista en un nuevo intento por rentabilizar su condición política como consorte menos correspondido que necesitado. Que si yo solo negocio con Bildu y ERC, que si España mañana será republicana, que si Pedro no me informa. Iglesias ha esgrimido como arma arrojadiza la letra pequeña del acuerdo de coalición suscrito tras las elecciones del 10-N mediante un juego a la contra que se fundamenta en lanzar faroles, a base de poner pucheros, con el fin de aprovechar la debilidad que transmite su máximo interlocutor al frente del Gobierno.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, la perezosa rutina del matrimonio de conveniencia ha empezado a generar cierto hastío en el  presidente del Gobierno, quien además observa con satisfacción que el león de Podemos no es tan fiero como lo pintan porque las mieles del poder han reprimido sus niveles de testosterona. El ‘de-moño rojo’, como ahora motejan a Iglesias en ámbitos socialistas, debe tener mucho cuidado cada vez que salta a los medios haciendo méritos y numeritos a modo de grumete distinguido no vaya a ser que termine por convertirse en un polizón dentro del Titanic de papel que capitanea Sánchez. La tormenta perfecta de una crisis sanitaria incontrolada acecha sobre las aguas turbulentas de una economía plagada de insondables icebergs. La capacidad de maniobra del Gobierno es ya de por sí muy limitada como se ha demostrado con la rebelión de los alcaldes que han dado al traste con el proyecto de Hacienda para utilizar el superávit de los ayuntamientos.

Sánchez no quiere que Podemos se interponga en el viraje de la política económica encomendado a Nadia Calviño y José Luis Escrivá

Aunque sólo en forma de aviso a navegantes y pese a que la Audiencia ha echado un capote esta semana, Iglesias ha empezado a probar las primeras dosis de su propia medicina. El hedor de las cloacas del Estado, a las que aludiera el flamante vicepresidente segundo del Gobierno, ha terminado por atufar también a Podemos con el sainete del ‘caso Dina’, a la vez que se suceden algo más que suspicacias acerca de las singulares fuentes y procedimientos de financiación de la formación morada. La prédica revolucionaria del partido que se decía regeneracionista suena últimamente con cierta afonía porque a estas alturas de la crispación que invade la vida política española no es conveniente ponerse a lanzar piedras cuando no se está libre de pecado. Menos si cabe ante los avatares de un nuevo ciclo económico en el que pintan bastos y que exigirá al Gobierno social comunista la abdicación de sus postulados fundacionales.

La OCDE acaba de echar un jarro de agua fría con su reciente indicador  adelantado que certifica los mayores temores de que España quede rezagada en el calendario de recuperación frente al resto de países desarrollados. Ahí es donde le aprieta el zapato a Sánchez y, sobre todo, a la ministra María Jesús Montero en su desafío por encontrar una hoja de ruta presupuestaria que, cómo me la maravillaría yo, no suponga otro fiasco parlamentario de tomo y lomo para su reputación como titular vocinglera de Hacienda. Iglesias, bueno es que hagas versos pero no odas, está advertido del momento crucial por el que atraviesa el Gobierno y deberá abandonar toda disidencia pública si no quiere que el pacto de coalición que le otorga tratamiento de excelentísimo salte por los aires antes de lo que él presume.

Sánchez no quiere que su particular Pepito Grillo de Galapagar se interponga en el viraje estratégico de la política económica que ha sido encomendado a la vicepresidenta Nadia Calviño y a su principal ministro supuestamente liberal, José Luis Escrivá. Ambos tienen la misión de levantar un dique de contención para evitar el desbordamiento del erario público ante los impulsos congénitos de sus licenciosos aliados. Podemos ha claudicado a regañadientes en su ofensiva fiscal para crujir con impuestos a las rentas más altas, una campaña de calado propagandístico que tampoco va a sacar a España de su pobreza recaudatoria. A cambio, Iglesias pretende compensar el trago tirando de la chequera de Hacienda para dar lustre a su apariencia de redentor social, como si los estragos de la Covid-19 no hubieran dejado un Estado al borde de la bancarrota.

El bloque de la investidura no ofrece consistencia a la legislatura ni supone ninguna garantía para el gobierno eficaz que necesita España

Los seculares debates presupuestarios sobre la actualización de las pensiones, los sueldos de funcionarios o el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) deparan en estos momentos una agenda endemoniada con vistas a la elaboración de las nuevas cuentas públicas que busca Sánchez para superar su reválida ante la Unión Europea y asegurar la viabilidad política y económica de España. La experiencia de estos últimos años ha enseñado que se puede vivir sin Presupuestos, pero eso no es más que un indicio fehaciente de la inconsistencia que implica la promulgación de una legislatura sobre papel mojado. El llamado bloque de la investidura sólo representa el ultraje del modelo de convivencia consagrado por la Constitución de 1978, pero no ofrece ningún aval de garantía para el ejercicio eficaz del poder institucionalizado y representativo del Gobierno.

El jefe del Ejecutivo se ha encontrado repentinamente frente al espejo de esas endémicas contradicciones que le han permitido jerarquizar sus ambiciones más primarias como estereotipo político de los tiempos que corren. Mantenerse a ultranza en un cargo títere puede que resulte una condición necesaria, pero no es suficiente para dirigir una nación. Aunque sólo sea por el actual estado de excepción camuflado bajo el eufemismo de la nueva normalidad, lo que toca ahora es gobernar de verdad, asumiendo plenas consecuencias y sabiendo que tampoco cualquier proyecto de Presupuestos es válido para evitar la miseria del país. Sánchez se equivocó a la hora de escoger a sus socios, pero mucho peor sería errar también en la elección de las políticas económicas que necesita España. 

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