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Las 'brujas rojas' del aquelarre de Valencia

Mucha mofa se ha hecho con la reunión de supuestas meigas, pero los políticos de las poltronas de la izquierda no saben que ha empezado a arder una mecha ideológica que le va a crear problemas a más de uno.

Yolanda Díaz
Las 'brujas rojas' del aquelarre de Valencia.
EFE

Cuesta pensar en una casta política conformada por diablos, cuélebres, brujas, hechiceros... España, que es un país crédulo y creyente, supersticioso y dubitante ante lo desconocido, es el caldo de cultivo perfecto para que ejércitos de meigas nos asusten por las calles y conviertan nuestros cabellos negros en blancos en un suspiro helado de sus alientos. La política es puerto de grandes hombres y mujeres; también de los mayores indeseables, de los más zafios cazarrecompensas, de rastreos con los bolsillos llenos de lo ajeno, las cabezas vacías y los corazones negros.

Si uno hace caso a lo que se dice por ahí, resulta que hay un autocar de brujas aparcado frente al Congreso de los Diputados, con sucursales en Cataluña, Valencia, Madrid... Ser bruja piruja está de moda; lástima que, salvo excepciones que confirman la regla, no visten siempre de negro riguroso ni tienen verrugas descomunales en la nariz ni se desplazan de un lugar a otro por el aire en una escoba. La ministra Teresa Ribera tendría que ponerse a trabajar para conocer el combustible capaz de hacer que una meiga surque los cielos cabalgando un palo de madera corriente y moliente. Tanto Glasgow y tanta COP cuando detrás de la puerta de la cocina o en el armarito del pasillo todos tenemos un tesla fabricado con la rama de un árbol.

Tras un aquelarre habrá botellas vacías, algún cigarrito de la risa, vomitonas y los restos de un apretón... Las brujas, humanas al fin y a la postre son

Cuando las brujas son numerosas y quieren montar una buena fiesta con desmelene total convocan un aquelarre, que no es más (ni menos) que una reunión nocturna en la que dar rienda suelta a prácticas mágicas o supersticiosas. Entiendo que allí una se tira el rollo sobre cómo envejecer al personal con solo pronunciar las palabras mágicas del cruel paso de la vida: "A cada minuto un año cumplirás y así, en una hora, polvo serás", mientras otra -u otro, que brujos también haylos- te saca el corazón de las entrañas y te convierte en un muñeco servil: "Te que robado la patata; te convertirás en una rata"... Y así hasta que amanece y medio monte recibe al sol con una alfombra de mierda importante. Seguro que entre la basura habrá botellas vacías de licores varios, algún cigarrito de la risa sin fumar, una tarjeta de crédito con el canto blanquecino sobre una piedra plana, un par de vomitonas y los restos de un apretón... Porque las brujas y brujos, humanos al fin y a la postre son, y tienen sus cosas mundanas.

Las meigas de la política tienen presencia beatífica la mayor parte de las veces y a lo más que llegan es a jurar en todos los idiomas conocidos -y hasta en lenguas muertas- la derogación de la reforma laboral cuando bien saben que eso no va a pasar de ninguna de las maneras; pero, eso sí, son perfectamente capaces de crear un escenario que haga pensar que sus hechizos desharán lo hecho de principio a fin liberando a la humanidad de yugos terribles. Y si es una mentirijilla, pues qué se le va a hacer. La intención es lo que importa, ¿no? Liarla es cosa de virtuosos del lenguaje que no forman parte de Brujas Despaña y que solo buscan hacer un buen fuego con las astillas de las escobas voladoras.

Dicen los partidos de la derecha que en Valencia, este pasado sábado, se ha celebrado un aquelarre exclusivamente de brujas. Los brujos y brujes no pintaban nada. Tampoco las meigas moradas, que igual destiñen y te estropean el chiringuito (adiós, Georgie Dann). Mucha mofa se ha hecho con la reunión de supuestas meigas, que deben haber lanzado sus potentes hechizos para que los políticos de las poltronas de la izquierda no sepan que ha empezado a arder una mecha ideológica que le va a crear problemas a más de uno. No sé si Pedro Sánchez, que es el gran brujo, está al tanto de que se ha puesto en marcha un temporizador que amenaza con mover los cimientos del ala más roja del PSOE y de los descontentos con el movimiento desconcertado de un Gobierno que podría ser dinamitado desde dentro.

Yolanda Díaz ha arrancado una campaña el sábado que culminará cuando se vote en las urnas las próximas elecciones

Yolanda Díaz, vicepresidenta y ministra, ha arrancado una campaña el sábado que culminará cuando se vote en las urnas las próximas elecciones generales. Díaz, comunista que no reniega de serlo, tiene más empatía con la sociedad y claridad en sus mensajes que Sánchez, un buen puñado de sus ministros y una parte de los dirigentes de la oposición. Díaz venía de catar queimadas y ha aterrizado, sin escoba, en el epicentro del poder político. Alberto Garzón, que vendría a ser de alguna manera su jefe de filas sin serlo, se ha echado a un lado inmediatamente. Sabe que la trayectoria de Yolanda Díaz parece, hoy, imparable y que lo más oportuno es dejarle paso mientras rebaja el azúcar de los bollos de los niños.

Díaz desembarcó en Valencia arropada por Mónica Oltra, Mónica García, Ada Colau y Fátima Hamed. A la entrada las 'brujas rojas' fueron recibidas por camioneros indignados y pensionistas cabreados. Si en vez de ellas hubiesen estado Isabel Díaz Ayuso o Inés Arrimadas, por poner dos ejemplos, las demandas habrían sido las mismas, pues cuando la sociedad grita es que algo le duele. Yolanda Díaz fue 'meiga jefe'... y ella lo sabe pese a que trate de vender la reunión como algo de andar por casa. Sánchez sabe a estas alturas que los hechizos caen sobre sus hombros y que la legislatura, a duras penas, llegará al final porque ni a unos ni a otros conviene estirar el espectáculo. "Pedro, atento; hoy son cinco, mañana cientos".

Buena semana.

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