Posdata

Los tres cerditos inmobiliarios y la inflación feroz

La compraventa de viviendas acelera empujada por la subida generalizada de los precios de consumo, las hipotecas aún atractivas y como fórmula para invertir en ladrillos, un clásico de la economía familiar española.

Desarrollan ladrillos con alta resistencia a partir de residuos de construcción
Los tres cerditos inmobiliarios y la inflación feroz.
EUROPA PRESS

Hemos sobrevivido a una pandemia horrorosa, contra la que todavía luchamos, que hasta la fecha se ha cobrado 106.000 muertos y 12,2 millones de casos en España (6,2 millones de fallecidos y 525 millones de infectados en todo el mundo). La memoria es débil: ya nos hemos olvidado de que un tal Fernando Simón aparecía a diario ante la opinión pública para comentar la evolución de la Covid, y tampoco queremos saber que, a diario, el virus sigue matando. Eso sí, todos estamos al tanto de que el bicho que inició su andadura en China ha originado una crisis socioeconómica brutal, desabastecimiento de materias primas y componentes, cierre de empresas, desempleo, penuria, necesidades…

Paralelamente, estamos asistiendo sin inmutarnos a una guerra en el Este de Europa que ha roto las estructuras económicas, los equilibrios energéticos y las estrategias financieras del Viejo Continente y más allá. Este cóctel explosivo ha espoleado la inflación, que crece sin freno. Además, hoy, la viruela del mono agita nuevos fantasmas sobre su origen y los que la padecen, que para eso siempre llevamos el cuchillo entre los dientes. Los casos en nuestro país van al alza y es pronto para saber si existe alguna posibilidad de que la enfermedad se propague como la pólvora o no, aunque los efectos perniciosos del mal parecen manejables médicamente y existen vacunas que lo pueden aplacar. Pero el miedo vuelve a llamar a la puerta y nadie quiere abrir.

Pocos dudan de que una era de la humanidad se ha frenado mientras otra ha echado a andar a trompicones

Pensábamos que 2022 sería mejor que 2021, que 2020 y que 201, hasta que los delirios de grandeza de Vladimir Putin han ametrallado y ametrallan a un pueblo que se defiende contra el invasor ante la mirada de soslayo de sus vecinos europeos como un burdo trampantojo de plañideras. Ya pocos dudan de que una era de la humanidad se ha frenado mientras otra ha echado a andar a trompicones y no termina de gustarme cómo caza la perrita. Y el escenario es mundial y global; nadie ni nada se salva de la quema, salvo los que en encienden habanos con billetes de 500 euros o viven en castillos sin balcones a la calle.

Centrémonos en España, donde tenemos 3.022.503 personas desempleadas y una tasa de paro del 13,65%, según los últimos datos oficiales publicados este mes de mayo y correspondientes a abril. Hemos estado peor, mucho peor, es cierto. Solo hay que remontarse, por ejemplo, a 2013, que no está tan lejos en el tiempo, cuando la tasa de paro ascendía al 26,9%. Un drama por todo lo alto que no quita hierro a lo que vivimos en este 2022. Mientras, se aprieta intermitentemente el botón del gasto público, imprescindible para dar oxígeno a la sociedad, aunque da la sensación de que, a veces, se matan moscas a cañonazos o se conceden espacios para agradar o callar a estos o aquellos políticos cuando la UE pide ajustarse el cinturón.

Todos (o casi todos) queremos que las pensiones suban, sobre todo las más bajas; todos (o muchos) deseamos empleos estables y no una política de 'entra, sal y vuelve a entrar' que es enemiga de la estabilidad laboral; todos (o gran parte) damos carta blanca a los trabajos bien remunerados, con igualdad de oportunidades y vínculo indefinido. Todos (mayoritariamente) apostamos por una Sanidad Pública de matrícula de honor, con más profesionales, mejor remunerados y con más equipamientos y centros en los que asistir a la población… En definitiva, todos (así a ojo de buen cubero) queremos una España mejor, menos tensa; más solida, menos veleta; más solidaria, menos ombliguista; más eficiente, menos derrochona; más activa, menos dependiente; más tranquila, menos sofocante. Gobierne quien gobierne. Pero lograr un país así pasa por acuerdos de Estado entre los grandes partidos, algo que no sucederá ni veremos pronto.

El patrimonio inmobiliario es todavía para muchos la garantía de su jubilación, cuando el horno no está para bollos

En una situación como la presente, con los precios al alza y el coste de la vida en descontrol, los ciudadanos que tienen unos euros ahorrados no los gastan por aquello del 'porsiaca'. Las entidades bancarias no dan intereses por el dinero en cuenta, las imposiciones a plazo son para echarse a llorar, la bolsa es un vertiginoso y mareante Dragón Khan y los fondos de inversión estiran y encogen más que un acordeón. Lo cierto es que la crisis de la Covid y ahora el conflicto bélico han embalsado dinero en los bolsillos de los españoles que, parece, empieza a entrar con insistencia en el mercado inmobiliario a través de la compraventa de viviendas.

En nuestro ADN, el gen de la propiedad inmobiliaria, el poseer ladrillos, se pierde en el tiempo, aunque no deja de ser verdad también que el mercado sigue vedado para las rentas más bajas, los jóvenes con empleos y retribuciones precarias y más que lo va a estar como las cosas sigan tensas. Parte de las familias del siglo pasado y también en este han cimentado su futuro en pisos, que les ahorran un alquiler al tiempo que se revalorizan con el paso del tiempo mientras la pasta se pudre en las cuentas corrientes. De alguna manera, ese patrimonio inmobiliario es todavía hoy para muchos españoles la garantía de su jubilación en unos momentos en los que el horno no está para bollos. El alquiler en España, por desgracia, es el instrumento de los que no pueden comprar vivienda, ¿o acaso alguien pagaría un arrendamiento si pudiese hacer una hucha de ladrillos?

Las cifras indican que la compraventa de viviendas se estabiliza, con un dato revelador: la mayor parte de las transacciones se realizan sobre inmuebles de segunda mano debido, entre otras cosas, al mayor precio de las de nueva edificación y a su escasez. En un año, casi 500.000 casas usadas han cambiado de propietario y mensualmente, unas 50.000 operaciones en total de compraventa se cruzan en el mercado. Estos datos nos hacen viajar a 2007 y vuelven a recordarnos nuestra pasión por pisar suelo propio.

Los tipos de interés variables aún son atractivos y los fijos se presentan como buena posibilidad de bloquear subidas como las que sobrevuelan los mercados

Las viviendas usadas que se escrituran dibujan un escenario de la economía familiar de a pie bien definido. Los que venden lo hacen movidos por: 1) Hacer caja al calor del alza de los precios -mayor demanda, mayor valor-; 2) Como paso a una vivienda mejor, que en el mundillo inmobiliario se denomina vivienda de reposición, movimiento en el que se enajena un piso pequeño para comprar otro más amplio y que, de paso, puede tener terrazas, jardín o espacios suficientes que los confinamientos de la pandemia han demostrado ser tan necesarios; 3) O para adquirir un piso más pequeño o en otra localización, de forma que se adapte a los requerimientos de una familia con los hijos fuera del nido y con la jubilación en ciernes que, de paso, mete dinero en el azucarero para vivir en el día a día; 4) Una parte de los que compran casa usada entran en el mercado inmobiliario buscando precios ajustados al final de la cadena y darán el salto de mejora con el paso del tiempo y la esperada mejora de sus condiciones económicas.

Además, hay un factor fundamental para engancharse a comprar casa: los tipos de interés variables aún son atractivos y los fijos se presentan como una buena posibilidad de bloquear subidas como las que empiezan a sobrevolar los mercados. Por su parte, a la banca se le hacen los dedos huéspedes con solo pensar en clientes nuevos que se vincularán de una u otra forma a la entidad por dos o tres décadas…

Todos felices y comiendo perdices, como en el relato de 'Los tres cerditos y el lobo feroz', que Walt Disney cazó al vuelo. En el cuento infantil, que es trágico como él solo, un marrano hace una casita de heno, otro, la fabrica de palos, y el tercero se monta un casoplón a la antigua usanza. El lobo no tiene dificultad en cargarse las viviendas de paja y madera, pero es incapaz de demoler la casa cimentada en ladrillos y hormigón. Hoy, la compraventa inmobiliaria vive un momento dulce y vuelve a presentarse como un valor seguro -con los matices necesarios- en el que algunos han decidido invertir sus ahorros. Que les quiten lo 'bailao'.

Buena semana.

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