OPINION

Cosas de niños liberados y padres imprudentes

Padres e hijos pasean por Madrid este domingo en el que se cumplen 43 días de confinamiento y en el que más de seis millones de niños menores de 14 años pueden salir a la calle una hora al día, junto a un adulto y a un kilómetro como máximo de sus casas.
Padres e hijos pasean por Madrid este domingo en el que se cumplen 43 días de confinamiento y en el que más de seis millones de niños menores de 14 años pueden salir a la calle una hora al día, junto a un adulto y a un kilómetro como máximo de sus casas.

Qué curioso. Resulta que había niños en los edificios, tras las puertas de las casas. Verlos correr en bicicleta, con patines o con propulsión propia por las calles de los pueblos y ciudades es prueba santotomasiana del si no lo veo no lo creo. El indulto parcial del confinamiento dictado por el Gobierno nos ha presentado algunas imágenes de calles atestadas como un domingo cualquiera previo a la crisis sanitaria, grupos hablando  con o sin mascarillas y juegos compartidos entre menores. Se dicta, por estrictos criterios de seguridad, una norma, pues hay que cagarse en la norma. No habrá sido algo mayoritario, pero a efectos de la evolución de la pandemia del coronavirus, lo mismo da que da lo mismo. El bicho no entiende que haya que desfogarse; solo ataca.

El escenario callejero, ayer, llenaba de vida las calles abandonadas. Pequeños agarrados de la mano de su padre o su madre, tomando el sol de la mañana o despidiendo el día antes de irse a la cama; Niños cruzándose con niños, mirándose desde lejos sin posibilidad de compartir piojos como sería lo normal. La naturaleza es sabia y si la situación perdura en el tiempo los chavales del futuro acabarán aventando el ambiente para reconocer a sus amigos, ocultos tras mascarillas y protegidos con guantes. "Huele a Patxi"; "Me da en la nariz que es Cova". Y así.

Los pequeños, los de menos de 14 años, han perdido el domingo la cúpula protectora que les proporcionaba el confinamiento. Desde ayer son libres una hora diaria, durante la que pueden hacer de todo menos socializar: toda protección es poca. Pero los niños tienen padres, responsables de sus actos y de su educación en sociedad. Si se han montado partidillos de fútbol en las plazas o se ha disputado una etapa del Giro con una larga serpiente multicolor es por culpa de papá y/o mamá. Si se ha jugado al pilla-pilla o a los médicos -con anestesistas, cirujanas, enfermeros, auxiliares, celadoras y el ectoplasma del doctor House en persona-, mezclando sudores, salivas, besos de amigos, abrazos, pataditas, insultillos y toses varias ha sido porque hay padres y/o madres, que diría Pedro Sánchez, que así lo han permitido.

El titular del Gobierno ha abierto la mano para que los chavales salgan a desfogarse. Lo ha hecho después de una pelea vergonzante en el seno del propio Ejecutivo, que llevó a presentar la medida dos veces ante la falta de acuerdo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Muchos niños, con sus respectivos progenitores, han cumplido las reglas de juego: han salido solo una vez, han ido acompañados de un solo adulto, han evitado cualquier contacto con otros menores u otros mayores, no se han sentado en los bancos ni en las aceras o el césped, no han usado los juegos de los parques públicos, han limpiado su calzado al llegar a casa, han puesto la ropa a lavar y se han aseado de la cabeza a los pies. Muchos han cumplido; otros, a la vista de las imágenes captadas, está bien claro que no: padres han hablado con otros padres, niños han jugados con otros niños... como si eso del coronavirus que nos tiene encerrados desde hace cerca de mes y medio fuese una pantomima o una broma de mal gusto. Como si media España no estuviese marcada de una u otra forma por las consecuencias de enfermedad y muerte del virus y la otra media no hubiese reaccionando con solidaridad.

Ayer, como quien no quiere la cosa, han vuelto a las calles unos seis millones de niños. Calculando dos infantes por familia, tres millones de padres o madres les han acompañado. Nueve millones de españoles retando al coronavirus. Da cosa que Sánchez anunciase a bombo y platillo la 'puesta en libertad' por una hora de los menores y acto seguido comunicase que había riesgos, que se desconoce qué puede pasar y que hay que asumir que la seguridad plena no existe, dejando la decisión final a los padres y a la buena práctica de las normas básicas de protección.

Sánchez te asusta y acto seguido anuncia que probablemente se permitirá la salida en una semana de aquellos que quieran hacer ejercicio también con tiempo tasado. Si no quieres caldo, dos tazas. Y un poco más allá, serán los ancianos los que les quiten el polvo a los bastones, a los andadores y a las alpargatas para adentrarse en lo desconocido.

Alguna vez había que romper el melón del confinamiento, es verdad. Solo que a la vista de la fragilidad, parcialidad, manejo y 'cocina' que se hace con los datos de la pandemia desde el Ministerio de Sanidad lo que menos se respira en el ambiente es confianza. No es serio ni aceptable que las autoridades cambien el procedimiento estadístico cada dos por tres para que aparezcan cifras que convengan más al Ejecutivo.

¡Que no! Que el decir que hay más curados que casos nuevos no es garantía de nada cuando se soslayan los contagiados asintomáticos; que no es tolerable que se den cifras de fallecidos que no se corresponden ni de lejos con los cadáveres que se mueven a diario por ciudades como Madrid. El mejor ejercicio de transparencia es contar las cosas como son. Al fin y a la postre, los infectados y los muertos tienen nombres, apellidos, familias... y eso no se puede obviar mirando para otro lado.

Cierto es que las cifras parece que mejoran. Lo ponen de manifiesto la disminución de la presión asistencial en los centros hospitalarios, el cierre de las morgues en las que se guardaban centenares de cadáveres, la disminución con altibajos de las muertes con el 'sello coronavirus'...

Ayer empezó una nueva etapa de la pandemia en nuestro país. Hoy, niños y niñas volverán a pisar las calles para desentumecerse y airearse. Los padres y madres más laxos, los que abren más la mano, los que piensan que no es para tanto, los que no ven riesgo en el riesgo mismo, habrán de pensarse dos veces lo que hacen. Más que nada por sus hijos.

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