Posdata

Puigdemont y 'La Casa de Papel'

El posicionamiento independentista es intelectualmente tan respetable como el socialista o el liberal si se mueve dentro del marco legal. La acción y no el pensamiento es lo que convierte una idea en delito.

Carles Puigdemont, en Cerdeña.
Carles Puigdemont, en Cerdeña.
EFE/EPA/SIAS

Cuenta la leyenda que Robin de Locksley asaltaba ricachos en el bosque de Sherwood y repartía el botín entre los necesitados. Por ello era admirado y protegido por el pueblo. Aquí tuvimos al cinematográfico Curro Jiménez que, trabuco en mano, desplumaba a los poderosos sin bajarse del caballo. Robin y Curro tenían una guardia de corps que daba la vida por el jefe. Hood y Jiménez eran bandidos que triscaban por el monte y trincaban la pasta que se ponía a su alcance. Ambos eran perseguidos sin descanso por sheriffs y alguaciles que siempre la acababan pifiando para que los beatíficos malandrines siguiesen respirando el dulce aroma de la libertad.

El cantautor Lluís Llach nos contó y cantó que en Cataluña también hubo ladrones peculiares. En 'El bandoler', habla de un mítico amigo de lo ajeno llamado Joan Serra y apodado 'La Pera' que cada vez que daba un golpe y mataba a un paisano le encendía dos velas a la Virgen del Carmen y rezaba por el alma segada de su víctima. ¡Qué gran corazón! El trovador acaba recreando la detención de 'La Pera' y cómo implora que alguien rece y prenda la llama de dos cirios a la Santísima tras ser ejecutado. "Nadie lo hizo", sentencia Llach. ¡Claro, Joan, claro!

Hay bandidos simpáticos que generan empatía. La última demostración es 'La Casa de Papel'. Cuando los cacos son majetes parecen menos mangantes

Hood, Jiménez y 'La Pera' eran forajidos, delincuentes al margen de la ley por mucho que repartiesen monedas entre la plebe o se arrodillasen para orar una plegaria por el futuro celestial de sus donantes de perras. Hay bandidos simpáticos que generan cierta empatía. La última demostración de fervor popular por los malos se hace carne en 'La Casa de Papel', donde 'El profesor' es el 'capo' de una banda de entrenados ladrones que son jaleados por una masa ciudadana que respalda sus golpes y les apoya pisoteando el imperio de la ley. Cuando los cacos son majetes parecen menos mangantes.

Seguro que Robin, Curro, Joan y el sabio de los de la careta de Dalí saben (o sabrían) que lo que hacen no está bien, que entra en los delitos que recogen los códigos penales de todo el planeta y que al final del camino habrán de pagar los desmanes. Los que cometen delitos son conscientes de que si la suerte deja de sonreírles se verán ante la Justicia, que en ocasiones pareciera que no es del todo ciega pero es lo que hay; lo demás es el salvaje oeste.

La noche del jueves, el expresident de la Generalitat de Cataluña Carles Puigdemont fue arrestado en Cerdeña (Italia) en virtud de una euroorden emitida por el juez Llarena del Tribunal Supremo en la que se demandaba su busca y captura. La privación de movimientos del líder de JxCAT fue breve: los jueces italianos le pusieron en libertad para que vuelva a comparecer a primeros de octubre, momento en el que se decidirá si es extraditado o no a España para sentarse en un banquillo en la Plaza de la Villa de París.

Si es extraditado, la escapada de Puigdemont habrá terminado: solo le quedará la opción de ponerle dos velas a la Virgen del Carmen

Es un misterio lo que pueda suceder en los próximos días y cuál será la decisión que adopten los italianos. Si acuerdan libertad, Puigdemont volverá a encastillarse en Waterloo (Bélgica) y se pavoneará de que otro país europeo haya asestado una bofetada a la Justicia española; si es extraditado, para el expresident habrá terminado la escapada y tan solo le quedará la opción de ponerle dos velas a la Virgen del Carmen, como 'La Pera'.

A la vista de los presuntos delitos que penden sobre su cabeza y por los que otros dirigentes políticos ya han cumplido penas de prisión hasta que fueron indultados por el Gobierno de Pedro Sánchez, el futuro de Puigdemont está más cerca de Lledoners que del Paseo de Gracia.

Puigdemont es un especialista en volver la tortilla y que parezca que lo que es no es. El expresident habla de que se le persigue por sus ideas políticas, que las autoridades españolas no le permiten expresarse ni manifestar su opinión, que se le condena y acorrala por sus ideas independentistas y su objetivo de una Cataluña sin España. Nada de eso es cierto y él bien lo sabe. Ni Oriol Junqueras ni Jordi Sànchez ni Jordi Cuixart ni Jordi Turull ni el resto de los denominados presos del procés fueron condenados por sus ideas sino por vulnerar la legislación. Si mañana Puigdemont rinde cuentas ante el Tribunal Supremo saldrá en libertad o condenado si los magistrados interpretan que infringió la ley o no.

El posicionamiento independentista es respetable. La acción y no el pensamiento es lo que convierte una idea en delito

A Puigdemont le reclama España por presuntos graves delitos. Sería iluso pensar que el 'molt honorable' tomó las de Villadiego con destino a Bruselas para hacer turismo; más bien ponía tierra de por medio a toda velocidad a sabiendas de que el órdago cocinado en 2017 no tenía más recorrido, que el secesionismo se había pasado de frenada apretando el botón rojo de la declaración de independencia y de que la Justicia acabaría señalándole.

Puigdemont puede opinar y pensar lo que considere conveniente o lo que más le satisfaga ideológicamente: hace tiempo que en España se acabaron las cacerías por estas cuestiones. Gabriel Rufián (ERC), por ejemplo, dedica buena parte de su tiempo político a criticar la Monarquía reinante o no, reclamar la independencia catalana, pedir un referéndum y solicitar la amnistía y la Policía Nacional no le ha puesto grilletes. El posicionamiento independentista es intelectualmente tan respetable como el socialista o el liberal si se mueve dentro del marco legal que, mejorable, tenemos. La acción y no el pensamiento es lo que convierte una idea en delito. Sin más.

Escuchar a Puigdemont dar una rueda de prensa en catalán y en inglés, hasta con traducción al italiano, arrinconando el español es incomprensible más aún cuando los mensajes que lanza se supone han de ser recibidos (y entendidos) por la nación a la que pertenece mientras no se demuestre lo contrario. Que la comparecencia acabe entre aplausos es prueba de que todo parece formar parte de un espectáculo que le mantiene presente en los titulares de las noticias y en las conversaciones de bar. Puigdemont hoy es libre y presunto. Mañana será otro día.

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